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El garrochista leal

11 febrero de 2015

(Columna de María Esperanza Casullo y Santiago Rodríguez)

Leal y estratégico, miembro de un partido e ineludiblemente individualista, consensualista y reservado: todo eso es Scioli.

Poco antes de las PASO 2013, Daniel Scioli declaró desde la Casa Rosada que “con el modelo se está o no se está. Una mujer no puede estar medio embarazada”. Fue tras una serie de rumores que lo pronunciaban alejándose del Gobierno Nacional. Ha habido muchas situaciones como esa durante los últimos doce años. Un sinnúmero de veces se habló del pase de Scioli, de una declaración de independencia, de la ruptura. Sin embargo, pese a los rumores, recordemos que Scioli en 2013, y luego de una dura derrota en las primarias, se hizo cargo de ser la cara visible de la campaña general en Buenos Aires, y de la derrota que le siguió.

Si bien ha sido parte integral y quizás la tercera figura en importancia del proyecto del Frente para la Victoria desde 2003, queda claro que la crítica que surge hacia Scioli, desde quienes se presentan como sus potenciales competidores en las primarias a celebrarse en agosto, es su pecado de origen, o la multiplicidad de ellos. Tal vez sea tiempo de revisar el origen de Scioli en tanto figura política más allá de los clisés. Por supuesto, hoy la “politicidad” de Scioli parece algo natural, pero no siempre lo fue.

El ascenso de Daniel Scioli al cargo de vicepresidente de Néstor Kirchner es fascinante. Si observamos sólo los 15 meses que van de noviembre de 2001 a fines de febrero de 2003, cuando fue confirmado como vicepresidente de la fórmula Kirchner-Scioli, veremos que pasó de diputado nacional por el menemismo, a parte del Gabinete del fugaz gobierno de Rodríguez Saá (a quien acompañó en el final y bizarro acto de su presidencia: la inolvidable renuncia en conferencia de prensa transmitida entre gallos y medianoche en la residencia del gobernador en San Luis junto a, por ejemplo, Gildo Insfrán), a continuar como miembro del Ejecutivo durante la presidencia de Duhalde, candidato a jefe de Gobierno de la CABA por el sector del PJ cercano a Menem y, un día después, candidato a Vicepresidente de la Nación de Néstor Kirchner. Daniel Scioli, para ser sintéticos, entre el 2001 y el 2003 pasó por todos los sucesivos liderazgos del peronismo: Menem, Rodríguez Saá, Duhalde y Kirchner.

Esta habilidad para pasar por los distintos matices del peronismo sin freno, sin ser el líder del movimiento, acompañado por la ausencia de una definición ideológica tajante, parecen ser parte del sostén político al que temen dentro y fuera, cualidad que lo convierte en el Sergei Bubka del PJ. En posible contraposición, otra faceta de Scioli es una bandera fuertemente respetada dentro del PJ: la lealtad. Figuras que supieron acompañarlo en sus inicios, esos agitados meses a los que hacemos referencia, continúan ocupando puestos relevantes en su entorno hoy. Tal vez, la casi imposibilidad de entrar a ese círculo “naranja”, para quienes no estuvieron en esos momentos, es lo que genera recelo entre los otros presidenciables.

EL SCIOLI LEAL

Mucho se ha dicho (no poco por parte del propio Scioli) de la inalterable lealtad de gobernador de la provincia de Buenos Aires. Y esta lealtad parece indudable. En un partido que tiene por una de sus máximas la idea de que “el peronismo te acompaña hasta la puerta del cementerio pero nunca adentro”, Scioli nunca denunció públicamente a ninguno de sus ex jefes, ni siquiera una vez que estos cayeron en desgracia. La foto de Scioli sentado al lado de Rodríguez Saá durante su renuncia, una vez que sus propios compañeros gobernadores peronistas lo habían poco menos que expulsado de su cargo (se dice que en la residencia presidencial de Chapadmalal horas antes le habían cortado la electricidad y lo habían dejado sin custodia) es prueba elocuente de hasta dónde puede llegar su lealtad.

Sin embargo, existió un evento hoy poco recordado en el que el Sergei Bubka del peronismo casi pierde su garrocha: Daniel Scioli estuvo casi a punto de romper con quien ya se había convertido, puede que sin que él mismo lo notara, en su jefe político, Néstor Kirchner. Hoy ese hecho está casi (¿casi?) olvidado, pero en el 2003 Néstor Kirchner y Daniel Scioli tuvieron un duro enfrentamiento que fue considerado “la primera gran crisis” del Gobierno que había asu-mido sólo tres meses antes. Este comenzó cuando en agosto de ese año Scioli dijo, horas después de haberse aprobado en Diputados la anulación del Punto Final y la Obediencia Debida, que “en un país serio el Congreso no anula las leyes”; antes, había dicho que el Gobierno evaluaba aumentar las tarifas de los servicios públicos (lo cual, se dijo, retrasó negociaciones con el FMI) y, por último, había sido fotografiado en bien publicitadas recorridas con Chiche Duhalde. La respuesta de Néstor Kirchner no se hizo esperar, y el resultado fue el aislamiento total del vicepresidente. El rol y protagonismo que tenía fueron suprimidos directamente. El control que mantenía sobre la Secretaria de Turismo y Deportes, y su presupuesto de unos $150 millones, fue así anulado. El 19 de agosto Alberto Fernández le pidió la renuncia a todo el equipo liderado por Germán Pérez (hay que notar que Germán Pérez será el primer secretario de Turismo cuando Scioli asuma como Gobernador de la provincia de Buenos Aires). Daniel Scioli fue mantenido en el ostracismo del Senado hasta que Néstor Kirchner decidió su pase a la provincia de Buenos Aires como candidato a gobernador en 2007. Hay que señalar que Scioli aceptó este ostracismo en silencio, que en 2008 apoyó al Gobierno de Cristina durante la “crisis del campo” y fue candidato testimonial a diputado en la elección de 2009.

Luego de revisar esta historia, Daniel Scioli está en condiciones de decir que “fue un elegido de Néstor y Cristina” y que sostuvo al Gobierno en momentos clave como el 2008, el 2009 y el 2013, y tendrá razón. Sin embargo, también tendrían razón quienes señalen que las diferencias que Scioli eligió marcar en el año 2003 con el entonces presidente Kirchner no tenían relación con cuestiones menores sino que, nada más y nada menos, con la política de derechos humanos, la cercanía con los empresarios y las relaciones con el duhaldismo. Es decir, con el corazón mismo del primer Gobierno kirchnerista. Leal y estratégico, miembro de un partido e ineludiblemente individualista, consensualista y reservado: todo eso es Daniel Scioli, el Sergei Bubka del peronismo.

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