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El Gobierno busca su activo político para 2017

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21 julio de 2016

(Columna de Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk)

Mauricio Macri, logró desmontar algunos elementos de la construcción económica del kirchnerismo pero todavía no pudo concretar un éxito significativo en materia social.

Luego de siete meses de gobierno de Cambiemos, la realidad ofrece más sorpresas que certezas. Una suerte de paradoja que nos interesa recalcar es que el Gobierno parece encontrar más respaldo a la “gobernabilidad” por parte de los sectores afines al peronismo y a los trabajadores que al sector empresario, uno de los principales respaldos de Mauricio Macri a la hora de llegar a la Casa Rosada.

¿Cómo es esto? Un rápido análisis en abstracto hubiera previsto el siguiente escenario: los mayores conflictos en el plano político para el Gobierno se centrarían en la disputa con el peronismo. En el ámbito social, la resistencia al gobierno estaría comandada por los sectores más combativos de la CGT y por las dos CTA. Por otra parte, se esperaba que el apoyo fundamental del Ejecutivo proviniera de los grupos empresariales nacionales e internacionales que invierten en el país. ¿Pero cómo? ¿No es así esto? Miremos un poco más de cerca.

Como decíamos en una nota anterior, hasta hoy el Gobierno no parece haber encontrado el “activo político” con el que dará batalla en la arena electoral en la legislativa de 2017. Nada más (y nada menos) ha desmontado algunos elementos centrales del edificio económico y social construido por el kirchnerismo, con medidas como la quita de retenciones a los empresarios rurales y una fuerte suba de tarifas. No ha podido hasta hoy “gritar un gol” social, y su discurso se pliega a “la herencia recibida”, a la contrafáctica idea de “seríamos como Venezuela” y a compadecerse de la población a partir de “sabemos que es duro pero debíamos hacerlo”. Sin embargo, y a pesar de que la mayoría de las medidas adoptadas son “antipopulares”, no ha encontrado por parte de la oposición grandes resistencias activas.

El peronismo en la oposición viene actuando -a diferencia de lo que marca el “sentido común”- como siempre que le toca estar fuera del gobierno y se encuentra en pleno proceso de hacer algo habitual en esa fuerza política como es redefinir sus liderazgos, con una gran voluntad de “ayudar” al oficialismo de turno. Salvo que se pongan en riesgo las reglas de juego de funcionamiento del sistema político o haya medidas que el peronismo pueda sentir como un ataque directo, la dinámica podría seguir siendo la actual. El peronismo no ha frenado ninguna ley -inclusive algunas las ha militado fervientemente-, y se ha mostrado permeable a los “cambios de figuritas” en el Congreso. De hecho, su fragmentación favoreció el plan macrista de aislar al kirchnerismo, pero permitió en su interior mejorar las negociaciones con el gobierno. Esta práctica del PJ no ha sido muy distinta a la de otras etapas en los que se ubicó en la oposición, ya que tanto Raúl Alfonsín como Fernando De la Rúa, salvo en contadísimas excepciones, han gozado de una oposición justicialista relativamente amigable. Son contados con los dedos de la mano las veces que el peronismo se construyó como muro de resistencia frente alguna ley, salvo las que lo involucraran al partido, o a sus socios sindicales, en el parlamento. Es cierto también, que cada vez que el PJ logra unificarse detrás de un líder-candidato (Menem en 1988 y Duhalde 2001) sus representantes suelen ser abiertamente opositores y logran jugar en los límites de la institucionalidad. Se recuerda hasta hoy, la “mala prensa” que llevó Domingo Cavallo a EE.UU. en los momentos que más financiamiento necesitaba el gobierno alfonsinista y el nombramiento de Ramón Puerta en la línea sucesoria luego de la elección de octubre de 2001 que preparaba un curso político pacífico ante la evidencia de un gobierno delarruista “sin retorno”. Pero hasta que llegan esos desenlaces, el peronismo, y la evidencia empírica en ese sentido es abundante, suele ser amigable y cooperativo. Negociador a cambio de ciertos beneficios.

En el mismo sendero se halla el sindicalismo peronista. Ni los “tarifazos”, ni los despidos, ni el cierre de una paritaria “a la baja” con respecto a la inflación parecen ser motivo de un paro general. El posible sucesor de Hugo Moyano al frente de la CGT, Juan Carlos Schmid, afirmó que “ahora estamos en recesión y un paro perjudicaría más las cosas”.

De esta manera, lo que a priori lo que parecía una dificultad a la hora de definir las políticas económicas de Cambiemos (minoría parlamentaria y sindicalismo opositor), ha sido, hasta hoy, un déficit en dos recursos de poder que el Gobierno logró neutralizar. ¿Qué más podría aportar el peronismo a la “gobernabilidad” o incluso a la idea de “equilibrar las cuentas”? Salarios que se negocian a la baja, pago a los “holdouts”, aceptación del veto a la ley que bloqueaba despidos, ausencia de grandes medidas de fuerza.

Es así que el Gobierno parece encontrar más desacoples o desacuerdos entre “sus” propios partidarios o aliados empresariales que en la oposición. Con el mundo del trabajo más que “tranquilo” llama la atención cómo la otra punta de la ecuación económica, el de las “inversiones” aún no responde de la manera en la que el actual oficialismo hubiera esperado. Un gobierno orientado ideológicamente al centro derecha que no puede disciplinar a “sus compañeros de ruta” parece ser en sí mismo una contradicción. Sin embargo, algunos de los principales problemas de la administración de Cambiemos se encuentran justamente en los sectores del “poder real”. De hecho, en un panorama recesivo y de contracción monetaria, la alta inflación parece obedecer más a las disputas al interior de la cúpula empresaria que a la “puja distributiva” ejercida desde los sindicatos.

El momento hace acordar al período 1989-1991, en el que el menemismo atravesó dos años inestables hasta que con el plan de Convertibilidad logró anudar en torno a una “comunidad de negocios” a los empresarios locales, los trasnacionalizados y la banca nacional e internacional. El razonamiento está explicado con gran precisión en los trabajos de Eduardo Basualdo, quien también caracteriza de un modo similar algunos aspectos de los primeros años de la dictadura militar. “Durante esos primeros años, la inflación expresó la pugna entre las distintas fracciones del capital por apropiarse del excedente que perdieron los asalariados desde el mismo golpe militar mediante la espectacular caída de sus salarios”, expresa en uno de sus trabajos.

No hay dudas que la coalición gobernante puede lograr unificar a los grupos de poder dominante en torno a un proyecto común, pero esto dependerá de qué sector y de qué manera logre la hegemonía en el interior de estos grupos de poder. ¿Apuesta el Gobierno a que sea el blanqueo de capitales uno de los primeros mojones en ese sentido? ¿Y luego de ese blanqueo? ¿Cuáles serán los sectores en los que se darán las inversiones? ¿El tipo de cambio en el que se dará ese proceso será el que esperan el agro y la industria o las finanzas y los servicios? ¿Los costos de la energía será el que espera la industria o los que pretende la banca transnacional? ¿Quién se llevará cuánto y de qué manera?

En ese contexto, hasta hoy el gobierno cuenta en su haber un activo efímero que es la demonización de todo lo que tenga olor letra K. Llama la atención que el gobierno insista con esta estrategia demonizadora, la cual no es, en el mediano plazo, un capital político a disponer por parte del macrismo. Una reciente encuesta de la Universidad de San Martín verifica que el “episodio López” lejos de “enchastrar” en soledad a una fracción política, lo hace a la totalidad de los dirigentes. Durante este último mes, los principales políticos medidos han visto disminuir su imagen positiva. También la imagen de la justicia sufre en estos contextos. Y no parece tan claro que luego de este hecho el kirchnerismo sea un fenómeno terminado en la política nacional. Sin dudas que el “episodio López” lo pone en crisis (no parecería al peronismo), pero no por ello, insistimos, colabora con la imagen de honestidad del gobierno. Las encuestas muestran más bien lo contrario.

Dan alguna pista los talk shows televisivos donde se consume tiempo y decibeles en emprenderla contra el anterior gobierno pero no parece haber lugar para elogios o la posibilidad de resaltar algún aspecto positivo del actual gobierno o, en particular, del Presidente.

¿Le alcanzará al gobierno esta incesante demonización del kirchnerismo, y el supuesto “se robaron todo” para avanzar hacia ese proceso? La “cultura democrática” de Alfonsín, la “estabilidad” de Carlos Menem y “el país normal” de Néstor Kirchner, fueron los “activos políticos” que jugaron los expresidentes. Y si bien apuntaban a una diferenciación del pasado reciente, en oposición a ellos se trataba de “algo más”. Algo que pudiera ser sostenido, “elogiado”, defendido. De la Rúa no consiguió poner en juego su activo y la crisis “se llevó puesto” su gobierno. ¿Qué hará Macri? ¿Continuará con la demonización K? ¿Logrará alinear a “sus” aliados en torno a un programa consistente? ¿Y cuáles serán los frutos políticos de ese posible alineamiento? Los próximos meses nos dirán mucho sobre estos aspectos.

¿Pueden los casos de corrupción que involucran a dirigentes kirchneristas ser un “activo político” del gobierno de cara al afianzamiento de su gobierno?¿Por qué en los canales de los grupos mediáticos afines al gobierno no elogian al presidente? ¿Por qué en la mesa de Mirtha Legrand los invitados evitan celebrar las medidas de Macri? ¿Por qué la inflación sigue en alza a pesar de que bajó el consumo y la emisión? ¿Por qué los empresarios no se ponen de acuerdo en un apoyo sin reservas al plan de gobierno?

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