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El hiperpresidencialismo de coalición, el oxímoron que viene

10 marzo de 2014

Cerrado el ciclo de la reelección hegemónica, podría abrirse el de la alternancia coalicional

Treinta y nueve ministros de nueve partidos en el gabinete. Treinta partidos en el Congreso y siete en las gobernaciones. La fuerza política de la Presidenta controla apenas el 17% de los diputados y el 16% de los senadores. ¿Cómo se puede gobernar un país tan fragmentado? Con coaliciones, responde Dilma. La gobernabilidad no depende de la cantidad de actores sino de su distancia e intensidad ideológica, que en Brasil son mínimas. Por eso le diagnosticaron ?o recetaron? “presidencialismo de coalición”: una solución parlamentaria para los problemas del presidencialismo. Problemas que no radican, como algunos temen, en la fortaleza del Presidente sino en su debilidad.

El presidencialismo latinoamericano nació para domar la anarquía. Fue una adaptación del norteamericano, cuyo objetivo era el contrario: evitar la tiranía. Por eso se otorgaron más competencias al Poder Ejecutivo. Pero algo falló: en América Latina, los presidentes constitucionales empezaron a durar poco. El poder concentrado se tornó efímero. Sólo después de varios golpes llegó el aprendizaje. La estabilidad se alcanzó por dos vías alternativas: el reeleccionismo carismático y la alternancia institucional. Lo que separa a Hugo Chávez de Lula es que uno de ellos no necesitó morirse para desocupar el cargo. Una diferencia menos visible pero igual de relevante es que el primero gobernó con un partido dominante y el segundo con una coalición de partidos. La misma dinámica que en Brasil se manifiesta en Chile y Uruguay: partidos acuerdistas y presidentes desatornillados.

En la Argentina se intentaron ambas vías. Por un lado, Carlos Menem intentó la rereelección y Néstor la alternancia conyugal, pero por causas distintas ambos fracasaron. Por otro lado, el gobierno de la Alianza, el interregno duhaldista y la Concertación Plural experimentaron distintos tipos de coalición, pero ninguna duró. El fin del mandato de Cristina cancela la vía del carisma hegemónico y obliga a pensar, otra vez, en las coaliciones.

Es cierto que, si el próximo presidente es peronista, tendrá mayoría en ambas cámaras y sólo deberá conformar a sus facciones internas. Pero si es de otro partido, estará condenado a buscar alianzas en Diputados y a seducir gobernadores peronistas para lograr acuerdos en el Senado. Resumiendo, tendrá que entregar ministerios a fuerzas afines y recursos presupuestarios a fuerzas contrarias. Y todo debido a que el hiperpresidencialismo argentino, si tal cosa existe, es muy raro ?María Esperanza Casullo dixit?. Porque el Congreso altera iniciativas presidenciales, la Justicia declara inconstitucionales algunas de sus leyes y hasta los vicepresidentes bloquean legislación. Para peor, la calle de vez en cuando les acorta el mandato. ¿Que hay concentración de poder en el Ejecutivo? Sí, algo: pero ese poder está acotado por la protesta social, contrapesado por las instituciones y limitado en el tiempo. El ciclo de Menem, del Olimpo al averno, lo ilustra bien: los hiperpresidentes de ayer no podrían caminar por la calle sin los fueros de hoy.

El desafío de un gobierno de coalición será doble, porque tendrá que pagarle a propios y ajenos. En Brasil eso funcionó bien, aunque el escándalo del mensalão estuvo a punto de impedir la reelección de Lula. En la Argentina anduvo mal, porque la Banelco fue administrada con desaprensión. El elemento común de ambos casos es el dinero, que lubrica acuerdos mejor que el reparto de ministerios. Un presidente no peronista necesitará tanta o más caja que uno peronista para comprar legitimidad. Si quiere durar, ese presidente entenderá que las alianzas para ganar no son las mismas que para gobernar.

La traición estará así inscripta en el código genético del acuerdo electoral. El Dante podría recitarles a las almas ingenuas: lasciate ogni speranza, voi ch'entrate in questa coalizione. Otro gran florentino, sin embargo, aplaudiría la iniciativa. Quien quiere el fin quiere los medios, y el objetivo de la política es limitar la violencia y potenciar la libertad. De remordimientos y pedófilos se encargarán otras instituciones.

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