La estrategia de la Presidenta parece destinada a captar únicamente el núcleo duro de sus votantes y dejarle el centro a sus adversarios
Las listas de candidatos anunciadas el 22 de junio muestran que la política argentina ha iniciado un nuevo juego caracterizado por las fugas hacia los extremos de actores que antes ocupaban el centro y por la convergencia en el centro de actores que antes parecían inclinarse a los extremos.
Este juego no es resultado de la voluntad sino del cálculo estratégico: por una parte, del vértice kirchnerista que parece haber aceptado su eclipse; por otra parte, de los aspirantes a la sucesión que comienzan a desplegar sus maniobras. Las listas diseñadas por el Gobierno Nacional en los principales distritos del país sugieren que la Presidenta ha decidido cortejar en esta elección únicamente al núcleo duro de sus votantes. Pese a la notoria caída de su imagen pública y al extendido rechazo a sus principales políticas públicas, el vértice oficialista optó por proponer a la ciudadanía la reelección de sus principales espadas legislativas y la promoción de los más cerrados defensores de sus cuestionadas líneas gubernamentales. Esta selección de candidatos no denota, entonces, ningún intento de maximizar la competitividad de la oferta electoral, siquiera de retener a la mayoría de los votantes seducidos en 2011.
Las listas diseñadas por los principales agrupamientos opositores sugieren la intención de sus líderes de conquistar el centro del campo políticoelectoral. La propuesta del Frente Renovador liderado por Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires exhibe este perfil de manera flagrante: ella agrupa tanto a notorios ex kirchneristas como a conocidos antikirchneristas; a dirigentes industriales y agrarios; a sindicalistas cercanos y opuestos al oficialismo. La propuesta de UNEN, la coalición formada por la UCR, el Partido Socialista, Libres del Sur, la Coalición Cívica y Proyecto Sur en la Ciudad de Buenos Aires, presenta un perfil similar: dos de sus principales candidatos fueron funcionarios económicos centrales del kirchnerismo, otros ganaron visibilidad política en alianzas prokirchneristas pasadas y los demás son opositores al kirchnerismo desde la primera hora.
Esta selección de candidatos denota, entonces, al revés de la oficialista, el objetivo de maximizar la competitividad electoral seduciendo más votantes que los conseguidos en 2011. Así, pues, mientras la oferta electoral oficialista parece consistir en fugar hacia el extremo del campo político, la oferta de las principales oposiciones tiende a converger en el centro y, por tanto, a competir por ocuparlo. Ambas ofertas sugieren que los líderes políticos se están planteando un nuevo juego al que, a falta de mejor etiqueta, cabría provisoriamente designar como poskirchnerismo.
La fuga del oficialismo hacia el extremo sería consistente con la aceptación de la imposibilidad de su propia continuidad. Sin margen en la opinión pública ni en el Congreso para iniciar un proceso de reforma constitucional en busca de habilitar una segunda reelección inmediata, y sin candidatos propios capaces de retener el control del centro del campo políticoelectoral, el oficialismo parece haberse resignado a galvanizar sus apoyos en espera de mejores tiempos.
Fortalecerse como organización e identidad política diferenciadas en o del peronismo sería, entonces, su apuesta estratégica. La convergencia de las oposiciones en el centro sería consistente con la convicción de que el conflicto kirchnerismo-antikirchnerismo no resulta rentable para incrementar la competitividad electoral.
Si la mayoría agravada de la opinión pública rechaza la re-reelección presidencial, la reforma constitucional y la política económica oficial, el kirchnerismo ya no sería el adversario electoral a vencer sino aquellos líderes no kirchneristas capaces de suscitar adhesiones significativas. Si el kirchnerismo ha girado hacia el extremo del campo político, la competencia estaría en el centro, y sería entonces en el control del centro donde se libraría la batalla por la sucesión presidencial de 2015.
Las estrategias implícitas en estas ofertas electorales sugieren que el nacimiento del poskirchnerismo será tumultuoso. Por un lado, porque para reforzar su apuesta de galvanización en el extremo el kirchnerismo necesitaría subrayar su perfil más ideológico en desmedro de sus aspecto más pragmáticos. Así, pues, aun cuando su política económica combine medidas de ajuste ortodoxo como reducciones de presupuesto y emisión monetaria con aumentos del gasto social para inducir un ciclo expansivo preelectoral de manera controlable, el discurso oficial probablemente se enfoque en las “luchas contra las corporaciones” antes que en el manejo pragmático de las políticas públicas.
Por otro lado, porque para reforzar su apuesta de superación del kirchnerismo, las oposiciones necesitarían subrayar su decisión de conservar las más populares políticas oficiales y a la vez dejar atrás las más cuestionadas. Como consecuencia de ello, aun cuando podrían beneficiarse de algún grado de cooperación en el Congreso y en relación con el Ejecutivo para reducir la complejidad de la herencia económica y social de 2015, los opositores probablemente se enfoquen en la necesidad de “poner límites” a las políticas kirchneristas antes que en plantear una agenda positiva de resolución de problemas.
En el juego del poskirchnerismo, entonces, difícilmente paguen para el oficialismo y la oposición peronista la opción de una sucesión pactada con la oposición peronista. Cuanto más se acerque el oficialismo a tal estrategia, menor sería su capacidad de galvanizar su núcleo electoral; cuanto más se acerque la oposición peronista, mejor podría la oposición no peronista acrecentar la adhesión de votantes descontentos con los costos de la gobernabilidad peronista.
Así las cosas, será en definitiva la discusión por la gobernabilidad la que contribuya a resolver la competencia política en el poskirchnerismo. Con el kirchnerismo en un extremo del campo político, la oposición no peronista podría criticar eficazmente como no creíble la oferta de gobernabilidad de la oposición peronista. Con el peronismo dividido, cualquier candidato peronista podrá asustar a los votantes con la memoria de los problemas de gobernabilidad que tal división habría generado en las anteriores experiencias de gobierno no peronista.
Para conquistar el centro, la oposición peronista debería convencer a los votantes de su capacidad para reunificar el peronismo destruyendo el poder de la organización kirchnerista; y la oposición no peronista debería convencer de que la situación económica será lo suficientemente favorable como para que ella pueda sustituir al kirchnerismo en el control de las herramientas fiscales y políticas con que se ha gobernado la Argentina desde 2002.
Pero mientras el kirchnerismo insista, entre las elecciones de 2013 y las de 2015, en galvanizarse en el extremo del campo político, la oposición peronista tendría más difícil la tarea de proponer a los votantes un futuro venturoso ?porque ese futuro exigiría pasar por una conflagración antes de llegar a la prosperidad? . La oposición no peronista podría, en cambio, prometer con verosimilitud un futuro de paz y normalidad institucional ?a condición de que pueda mostrar capacidad para darse, ella misma, la paz interna y la normalidad institucional que nunca tuvo la Alianza.