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El juego de la silla

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18 junio de 2015

La estrategia partidaria de Sanz, el acuerdo con Macri y la oportunidad para Stolbizer. ¿Hacia dónde irá el votante?

La convención partidaria de Gualeguaychú, a mediados de marzo, aprobó los trazos gruesos de la estrategia electoral para 2015. No sin revuelo previo. Con el estrépito que los radicales suelen anteponer a las disputas internas. Pero sin el costo lesivo de fracturas o escisiones. Y con recuperada visibilidad nacional. El senador Ernesto Sanz fue el que resultó ganador parcial de aquel encuentro, en tanto supo imponer su propuesta de participar, de manera orgánica, en una primaria común con el PRO y la Coalición Cívica. Y en tanto pudo, por carácter transitivo, convertir esa ascendencia en precandidatura presidencial, a pesar de algunas resistencias internas y lo poco taquillera que resultaba su figura.

Casi tres meses después y a poco del cierre definitivo de alianzas y listas para las primarias, las incógnitas parecen ser mayores. Las encuestas de intención de voto (cualesquiera de las muchas en oferta), por lo pronto, suelen ser escasamente complacientes con las posibilidades de la fórmula que encabezará Sanz y que tendrá al joven economista Lucas Llach como acompañante. En las de mejor performance apenas alcanza el 5%. Muy lejos, por cierto, de las chances de Mauricio Macri, el postulante del PRO, ya consolidado en los 25-30 puntos y rumbo a polarizar las generales con quien resulte vencedor en el Frente para la Victoria.

Con la decisión de jugar la interna con el PRO y la CC y la postulación de Sanz, a su vez, la UCR dejó sin ocupar el andarivel del centro hacia la izquierda del escenario político. Y generó condiciones para que Margarita Stolbizer, de origen radical e impronta más progresista, pudiera explorar con mejores chances esa vacancia. Mientras queda por dilucidar el rédito político que puedan dejarle a la UCR esa estrategia en el raid de elecciones provinciales y en la ingeniería de acuerdos más finos, tanto a nivel nacional como en términos territoriales. Sobre todo, si se tiene en cuenta que reanimar al partido, recuperar el ejecutivo en algunos distritos y revitalizar una estructura nacionalmente extendida pero adormecida eran, precisamente, algunos de los objetivos esbozados por la propuesta de Sanz.

NÚMEROS RECIENTES

El radicalismo fue, como se sabe, el partido más afectado por el colapso de 2001-2002. Era gobierno cuando la crisis acumulada durante los años previos estalló entre sus manos, no ya sin que pudiera evitar sus trazos más gruesos, sino acentuando su impacto en una cadena de errores, incompetencias e infortunios. La dispersión de la oferta electoral y la performance discreta de todos los candidatos en la elección de 2003, de hecho, no minimizaría la dureza de la insignificancia propia: apenas 2,34% de los sufragios cosecharía su candidato, Leopoldo Moreau. Bastante menos, por cierto, que los 16,9% de 2007, cuando el peronista sui generis Roberto Lavagna encabezara la entente que apoyara el partido. O los 11 puntos de Ricardo Alfonsín, en 2011. Pero sin encontrar hasta ahora la huella de la recuperación consistente.

Dos escisiones en 2003 activaron ese presagio. Por un lado, la de Ricardo López Murphy (16%) y su novel sello Recrear. Por el otro, la de Elisa Carrió (14 puntos) y su ascendente ARI, que haría su mejor elección en 2007, con un interesante 23%. Un panradicalismo de contornos móviles aparecía como síntoma de esa crisis partidaria y, a su vez, mostraba la existencia de un electorado persistente (y más amplio) por representar. Stolbizer y el GEN mismo serían producto de esto. Los turnos legislativos, en ese sentido, fueron más pródigos en respaldos en las urnas. Y también mostraron que eran más propicios para los acuerdos electorales entre primos. La experiencia del Acuerdo Cívico y Social, en 2009, y UNEN, en 2013, son ejemplos de esto. Y de la intermitencia en la construcción sostenida en el tiempo.

La persistencia de cierto bipartidismo desdibujado en buena parte de las provincias (y una segunda minoría en muchas de ellas), y las bondades de la Constitución de 1994, con su aporte de un tercer senador por distrito, le permitieron conservar a la UCR ciertos contornos de partido con representación sostenida, única en su tipo entre las fuerzas opositoras; y una estructura apetecida por otras fuerzas. Por el kirchnerismo, por supuesto. Pero no solo. La resignada pérdida de dominio sobre varias provincias (algunas de acendrada prosapia radical) vendría a ser la contratara. Gobernaba seis provincias en 2007; hoy sólo una. Esa contracara, precisamente, es la que hoy pretende empezar a revertir.

HIPÓTESIS

La fórmula radical ya está confirmada. Las especulaciones sobre un binomio compartido con Macri fueron rápidamente despejadas. No tanto por el compromiso propio asumido por Sanz en Gualeguaychú como por ciertos desaires del jefe de Gobierno porteño, guiado por los consejos Jaime Durán Barba, su asesor. El mismo que rechaza de plano toda posibilidad de ampliar aún más la primaria opositora (incluir a Sergio Massa, por ejemplo). El propio Sanz lo expresó en estos días como necesidad para no caer derrotados por el kirchnerismo. Pero sin suerte. Los bajos niveles de conocimiento público y niveles de adhesión tanto de Sanz como de cualquier otra figura partidaria quitaron posibilidades de establecer una negociación seria. Y, de paso, dejaron al PRO a un paso de las generales.

Como se dijo, la disputa de Sanz y los suyos no sólo se da en desventaja manifiesta con Macri y en modesta paridad con Carrió. También deberá confrontar de manera más o menos directa con Stolbizer, dispuesta a apuntar al votante protorradical por sobre cualquier otro. La decisión del socialista Hermes Binner de desechar su candidatura, en buena medida, tiene que ver con esto. Con esa lectura del mapa político. Lo que no parece claro todavía es el comportamiento de dirigentes y votantes en las generales. Ni la dimensión de los pases de factura internos. La suerte que corran los candidatos propios en las provincias contribuirá a amortiguar el impacto o lo ensanchará aún más. Tanto como gravitará que pueda darse o no un crecimiento territorial importante del PRO en desmedro de las voluntades en competencia.

En ese sentido, Santa Cruz, Catamarca, Córdoba, Tucumán y, especialmente, Mendoza son algunos de esos distritos donde se piensa pelear palmo a palmo o con cierta ventaja para recuperar terreno. Que así suceda podría marcar un punto de inflexión. Necesario para volver al ruedo. Aunque eso no evite, quizá, seguir perdiendo aún más los contornos de un partido nacional, concebido nacionalmente y con decisiones también nacionales. Quizá ese sea el mayor de los riesgos.

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