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El laberinto de Scioli

20 julio de 2012

El gobernador es el referente predilecto de los sectores medios, cada vez más relevantes en la política nacional.

Centenares de buenos análisis políticos y periodísticos pu blicados en las últimas semanas no bastan para dar una respuesta suficiente a algunos interrogantes básicos, aunque no elementales. ¿Cómo explicar, en efecto, la guerra abierta y sin cuartel entre el Gobierno Nacional de Cristina Fernandez de Kirchner y el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli? ¿Cómo entender la decisión nacional de acelerar en la provincia una confrontación, ciertamente previsible, aunque de características casi suicidas en momentos como los que vive el país? Cuestiones todas simples y previsibles, aunque imposibles de responder sin un análisis de los múltiples factores en juego.

Un análisis de la situación estratégica de Scioli, medida desde el punto de vista de las fortalezas y debilidades con las que deberá lidiar en los próximos meses, puede contribuir, si no a responderlas, al menos a plantearlas con mayor nitidez. Por el lado de sus fortalezas, Scioli ha revelado en las últimas semanas las virtudes que ya se le conocían. Su grado de independencia y autonomía personal y política, fundada en una personalidad fuerte y disciplinada, lo han protegido de las ofensivas orientadas a desequilibrarlo y sacarlo de su posición de tiempista equilibrado y paciente. Scioli supera a casi todos sus adversarios internos y externos al peronismo en lo que se refiere a la capacidad de expresión directa de la cultura política, los valores, las normas y los procedimientos de los sectores medios, centrales en la nueva cultura política argentina. En un tiempo no apto para exasperaciones artificiales, este es un atributo relevante y definitorio.

Su agenda política y de gestión gubernativa tiene, por otra parte y desde siempre, características “presidenciales”. El ciclo kirchnerista se abre en el 2003 con la figura de Scioli como vicepresidente y las victorias presidenciales en el 2007 y 2011 hubieran sido sencillamente impensables sin su concurso decisivo en el ámbito bonaerense. Cuando hace algunos meses anunció su eventual candidatura para el caso de que Cristina Kirchner renuncie a una nueva reelección, no sorprendió a nadie. Más bien contribuyó a develar un secreto a voces y, al mismo tiempo, a consolidar las características posibles de una coalición de potencial mayoría absoluta dentro de un sistema político paralizado en su capacidad para generar alternativas.

Desde hace años, Scioli sobresale del conjunto, precisamente, por su capacidad de alternativa, tanto en lo electoral como en lo que se refiere a previsibles emergencias gubernativas derivadas de una eventual frustración del proyecto de reelección presidencial. Es esta, precisamente, una de las razones por las cuales la opinión pública parece protegerlo de todos los avatares y conspiraciones cotidianas que lo acosan. La sociedad lo resguarda de todo posible desgaste por una razón muy sencilla: necesita a Scioli como alternativa, en tiempos en que el país padece una crisis dirigencial. Los éxitos de Scioli en el gobierno provincial resisten cualquier intento de sofocamiento.

Su imagen de gestión es igual o superior a la de la mayor parte de los gobernadores y, a partir de enero, a la de la propia Presidenta. Nadie la discutiría de no mediar la cuestión sucesoria, planteada desde ya en la política argentina ante la imposibilidad constitucional de reelección de la Presidenta. Sus debilidades son notorias aunque no decisivas. Ante todo, la situación de la economía provincial ante una previsible desarticulación de las bases del modelo económico ocasionada por los cambios en el contexto global y en muchas de las políticas que generaron el actual clima de expectativas.

La falta de bases políticas y partidarias propias, en un ciclo caracterizado por la dispersión de apoyos y el reacomodamiento interno del peronismo y la necesidad de una concentración personal excesiva en la política bonaerense, tiende a debilitar sus proyecciones nacionales, una de sus grandes fortalezas y ventajas competitivas, inclusive en el ámbito de la política provincial. Conocedores de esta debilidad, los estrategas del Gobierno Nacional aceleran la confrontación con la esperanza de debilitar a Scioli antes de que el costo político sobre el propio Gobierno Nacional resulte excesivo.

Abundan, sin embargo, las evidencias de que esta estrategia de desgaste entró en una zona en que sus consecuencias pueden ser imprevisibles: los factores que respaldan a Scioli tienen que ver con cambios muy profundos y posiblemente irreversibles en la sociedad argentina, y de Buenos Aires en particular. Los grandes procesos de transformación han producido la emergencia de nuevos sectores sociales, con valores expectativas y necesidades absolutamente novedosas y que poco tienen que ver con las condiciones tradicionales de la política bonaerense y las bases del propio peronismo.

Hay en quienes inspiran la estrategia inicial un perceptible error de diagnóstico, sumado a la evidencia de que, a menos de un año de las elecciones nacionales, en Buenos Aires el oficialismo nacional carece de un verdadero Plan B para el caso de que el peronismo bonaerense se divida.

Hay, además, algunas razones que permiten a Scioli hacer de la crisis una oportunidad. La primera tiene que ver con el hecho de que la agenda nacional ha desbordado ya a las agendas locales. En un contexto como el actual, los temas personales, partidarios y locales tienden a ceder en importancia frente a la agenda nacional, que es más familiar y cómoda para Scioli. La discusión acerca de las grandes reformas fiscales y tributarias, combinado con la cuestión del federalismo, estarán sin duda en la agenda central del periodo gubernativo, tanto a nivel nacional como provincial. La reacción de las provincias será irreversible y Buenos Aires estará en el centro y en la instrumentación de alternativas.

Es difícil que, a estas alturas, Scioli no haya superado la línea de riesgo y no se encuentre ya en mejores condiciones que cualquiera de sus alternativas posibles para convertir la agenda de administración de la coyuntura en una agenda de alternativa ante los bloqueos de la política nacional.

(De la edición impresa)

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