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El malestar en la democracia

11 abril de 2014

Pese a las críticas que recaen sobre

ella, la cultura democrática, argumenta

Gerry Stoker, está cada vez más arraigada

Gerry Stoker es politólogo, autor de “Why Politics Matters” (Por qué la política importa) ?una de las ideas fuerza detrás de esta publicación? y catedrático de la Universidad de Southampton. En diálogo con el estadista, analizó el estado de la democracia en el mundo y dio sus consejos sobre cómo “acercar” la política a la gente.

Recientemente, la influyente revista The Economist publicó un ensayo intitulado “¿En qué ha fallado la democracia?” en el cual decía, entre otras cosas, que “la democracia está atravesando un tiempo difícil”. ¿Coincide y, en todo caso, cuáles son esas dificultades?

Entiendo por qué The Economist sostiene este razonamiento, pero es una línea argumental que debe ser desafiada. Las democracias muchas veces han enfrentado problemas y el desencanto actual puede ser más agudo que en otras ocasiones, pero en ninguno de ellas hubo un período de oro de la democracia. Para muchas partes de América del Norte y Europa, la crisis económica de los últimos años ha dificultado las cosas para los gobiernos democráticos, pero las tendencias de largo plazo muestran que, si bien las políticas de austeridad dispararon el desencanto, éste ya existía. Estoy haciendo encuestas y trabajos de campo hace dos meses en Australia y he encontrado mucho descontento con la política, a pesar de que el autodenominado “país de la suerte” viene experimentado un progreso económico y social desde hace dos décadas. Por ende, puede ser que los fracasos que produce el sistema político, ya sean las crisis económicas o la incapacidad de enfrentar el calentamiento global, estén alimentando el desencanto pero también hay problemas de lado de los insumos (inputs, en inglés) y en el modo en que éstos son elaborados por el sistema político. Muchos ciudadanos creen que no tienen influencia en los insumos que ingresan al sistema y que el tratamiento de los mismos, es decir, el proceso decisorio, está dominado por el corto plazo y los intereses que imponen grupos de presión poderosos.

En los últimos años, se han escuchado fuertes críticas a los políticos y a “la clase política” en su conjunto. ¿Qué responsabilidad les cabe en el desencanto que hay sobre el funcionamiento de la democracia?

Bueno, es obvio creo que los políticos tienen más responsabilidad que los ciudadanos. Dicho eso, es cierto que nunca antes los políticos habían hecho tantos esfuerzos en conseguir el apoyo de los votantes y casi todos los que ocupan cargos ejecutivos, incluso de rangos menores, tienen vidas muy frenéticas y agitadas. El problema, pues, no creo que sea el esfuerzo. Los políticos, en líneas generales, están apasionados por el bien público y quieren hacer lo mejor para sus sociedades. El problema, pues, tampoco es su carácter. El problema es la manera en que hacen política. El marketing y el empaquetado de la política a través de los medios y frases publicitarias de alto impacto son como un repelente para el gran público y generan desencanto. Los posicionamientos y enfrentamientos exagerados sobre cuestiones menores y la incapacidad para pensar en el largo plazo también son un problema. Y lo mismo ocurre con la escasa voluntad para hablar con la verdad y preocuparse más por la presentación que por la sustancia. Como los políticos triunfaron y llegaron al poder a través de este sistema, no adoptan seriamente la cuestión de reformar las reglas del juego. Por lo tanto, el motor detrás de las reformas termina siendo la posibilidad de que el político o su partido pueda conseguir más votos u obtener algún beneficio.

En defensa de los políticos, se podría decir que las democracias se han vuelto más difíciles de conducir. La cantidad, calidad y diversidad de las demandas están en alza y las sociedades tienen cada vez más información sobre lo que está pasando y sobre lo que está andando mal. ¿Coincide?

Sí, la política es cada vez más difícil y el uso de las redes sociales por parte de ciudadanos cada vez más informados suman nuevas demandas. Pero eso bueno. Los ciudadanos no quieren democracias que consistan en votar a líderes y luego perderles la vista, como si les hubieran formado un cheque en blanco. Atención, tampoco quieren participar todo el tiempo, pero sí tener el derecho y la oportunidad de involucrarse cuando se debata un tema que les interesa y me parece que la política debe facilitar esa participación.

En su libro “Por qué la política importa” sostiene que “el aparato formal de la política puede ser una vez más atractivo para los ciudadanos” y que es necesario que los ciudadanos tengan “un entendimiento más realista y positivo de la política”, y dice que muchos lo califican de loco por creer esto. ¿Cómo se logra esto?

Me gusta la idea de estar un poco loco porque es necesario salir de las pautas normales para crear un futuro distinto. En trabajos recientes estuve explorando la diferencia entre lo que las personas dicen sobre la política cuando responden de modo rápido ante preguntas binarias, casi como un reflejo y sin pensar mucho y, por el contrario, cuando tienen tiempo para pensar tienen reflexiones mucho más cuidadosas y consideradas. Muy rara vez encuentro, es obvio, palabras de elogio para la política sino, más bien, de poco entusiasmo hacia ella. La clave, por ende, es por generar espacios de intercambio entre ciudadanos y políticos para que haya reflexiones con más tiempo y cuidado. Si eso ocurre, confío en que la relación de la gente con la política puede cambiar. Los debates y las discusiones online o el presupuesto participativo son sólo dos ejemplos de cómo estimular estos intercambios más reflexivos.

Más allá de la críticas a la democracia, está cada vez más arraigada en América Latina, además de estar consolidad hace tiempo en el Atlántico Norte y se está expandiendo en Asia y Africa. ¿Es posible una reversión de esta tendencia o, por el contrario, habrá una ulterior consolidación?

Como la mayoría de los ciudadanos del mundo, creo que la democracia tiene problemas pero es mejor que cualesquiera de sus alternativas. Es la que mejor protegerá nuestras libertades y nuestro bienestar y, sobre todo, es la que mejor expresa la dignidad humana al consagrar el derecho a expresarnos sobre las cosas que nos afectan. Es una idea muy poderosa y está cada vez más arraigada. El problema es que la política fracasa y no logra estar a la altura de ese ideal democrático. Mi objetivo es contribuir a cerrar esa brecha. Necesitamos saber más sobre cómo se relacionan los ciudadanos con la política, crear instancias en las que puedan participar como amateurs y no políticos profesionales y, sobre todo, darles la esperanza de que puedan hacer una diferencia. Las generaciones más jóvenes comparten esta ambición y tienen la determinación y la inteligencia para cambiar la política. Yo sólo espero estar un rato más para asistirlos con esa transición.

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