(Columna de Lucio Guberman)
La campaña para renovar un tercio del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados explicitó en los spots publicitarios dos concepciones diametralmente opuestas de la política: kirchnerismo y antikirchnerismo sintetizaron en pocos segundos una discusión que, desde “la política como búsqueda del bien común” hasta el realismo político, ha llenado bibliotecas con volúmenes escritos en todos los idiomas del mundo.
UN PAIS FORMAL
La campaña televisiva del socialista Hermes Binner comenzó con un spot en el que veinte chorizos lucen prolijamente dispuestos en una parrilla. Una voz en off pregunta: “¿Con cuántos amigos te peleaste en los últimos años por culpa de la política?”. Se van listando nombres y apodos que al ser mencionados restan un chorizo de la parrilla hasta que quedan seis de los veinte iniciales. En ese momento la voz que preguntaba “¿con cuántos te peleaste?” afirma: “En un país normal la política une, no divide. Llamálos”.
El spot no hace más que una dudosa traducción publicitaria del latiguillo de Binner “basta de blanco o negro, pintemos todo de celeste y blanco”. Latiguillo que le valió no pocas deserciones intelectuales “por izquierda” espantadas con el anacrónico concepto de la política “como búsqueda del bien común” más acorde a construcciones políticas corporativistas y conservadoras que a piedra basal de arquitecturas progresistas. Es que casi no quedan en las bibliografías de las teorías políticas contemporáneas aquellos manuales en los que se define la política como búsqueda del bien común. Lo que no se puede decir del spot es que no cuente en lenguaje cotidiano el concepto político binnerista.
Pero, ¿qué entienden de lo político quienes plantean que la política no desuna lo que la amistad ha unido? Tal vez una de las “bajadas” a concreto de la serie de spots para “Un país normal...” es la más ilustrativa de ello: “En un país normal los actos patrios no se partidizan”, haciendo referencia fundamentalmente a la presencia de militantes K en los actos del Día de la Bandera en la ciudad de Rosario. Sin embargo, la realidad histórica es contundente: en los únicos actos en los que se vieron sólo banderas celestes y blancas fueron los organizados bajo dictaduras. Por el contrario, la plaza democrática es la de convivencia de todas las banderas partidarias, militantes de uno u otro signo político quienes no necesitarían dejar sus banderas en los locales partidarios para concurrir a un acto patrio.
ES LA VIDA, ESTUPIDO
La contracara de este lanzamiento fue el del kirchnerismo, que lejos de discutir la intención de polarizar, tensionar o crispar con la que vienen etiquetándolo sus opositores, profundizó la posición tratando de fundamentar su concepto de lo político: “En la vida hay que elegir”. Desde el inicio de la campaña plantea oposiciones fundacionales de la política en clave K: a los que más necesitan, a las corporaciones; la memoria al olvido; la producción y el trabajo a la especulación; el ALBA al ALCA; desendeudarse, antes que los organismos financieros internacionales, etcétera.
La decisión semántica del kirchnerismo es el equivalente de aquél estadounidense “es la economía, estúpido”, transmutado en “es la vida, estúpido”. No se evoca casualmente el paralelo con aquella frase globalizada en la que el efecto de la coma, seguida del epíteto, chasquea como un latigazo. No es casual porque en la oquedad conceptual opositora “en la vida hay que elegir” amplifica su sonido hasta convertirse casi en estruendo.
AMISTADES VERDADERAS
No parecen haber encontrado el concepto de lo político realmente existente en la Argentina quienes creen o, más precisamente, quieren hacer creer, que los amigos que se fueron del asado se fueron por la discusión política.
Una anécdota recientemente contada por el cantante Jairo ilustra bien este punto. El alfonsinismo lo invitó a cantar en el cierre de campaña de 1983 en el Obelisco. Dice Jairo: “Un par de días antes estaba comiendo con Leonardo Favio, que había venido de Colombia, y le conté que me había comprometido a cantar y no tenía ni guitarra, que no sabía qué hacer. Terminamos de comer, me acompañó al hotel y se fue. A la media hora me avisaron de la recepción que había algo para mí. Favio, peronista, me había mandado una guitarra para cantar en el acto radical. ¡Favio! Y me escribió con marcador en el estuche (lo tengo todavía, era un estuche azul): 'Quedátela, es tuya. Sos un traidor, pero te quiero mucho'".