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El MPN, un caso exitoso de identidad política subnacional

04 agosto de 2014

(Columna de María Esperanza Casullo)

Su estrategia fue y sigue siendo muy exitosa en términos electorales ya que le permitió, por un lado, negociar autónomamente con cualquier partido que gobierne el país y, por el otro, ponerse “por encima” de sus adversarios partidarios provinciales

Cuando hablamos de partidos e identidades políticas solemos imaginarnos su distribución unidimensionalmente: como fuerzas que compiten siempre en un mismo nivel, un juego en el que dos o más partidos (en general de alcance nacional) se enfrentan en un tablero simétrico.

Sin embargo, hay que recordar que la Argentina (como otros países de la región) es un país federal. No se trata, entonces, de que toda la competencia política se dé en un único tablero en el que todos los adversarios se ubican a la misma altura, sino que se trataría, más bien, de una competencia multinivel, en donde los jugadores políticos deben realizar jugadas simultáneas en varios tableros ubicados en dos niveles: el provincial y el nacional. Los jugadores (para seguir con la metáfora) deben optar entre varias estrategias multinivel posibles.

Supongamos, entonces, que un jugador o conjunto de jugadores se ven obligados al desafío de construir una identidad política provincial propia a fines de competir en el tablero provincial y al mismo tiempo posicionarse frente al tablero del orden nacional.

Este jugador subnacional tiene dos posibilidades: o intenta construir su identidad “alineando los tableros” y asumiendo como propios los clivajes del orden nacional, o bien debe asumir la apuestade constituir su propia identidad “desalineando su tablero”, sin asumir los clivajes nacionales y confrontando con ellos. La primera estrategia es la más común y genera sistemas políticos provinciales en los cuales el principal clivaje es, por ejemplo, peronismo versus no peronismo. La segunda estrategia es distinta y tiene que ver con el intento de independizar las identidades provinciales de las nacionales, o incluso adversarlas. ¿Qué sucede cuando los jugadores políticos del nivel subnacional deciden desalinear su tablero del tablero nacional? ¿Podrá ser esta una jugada ganadora? Podemos responder al menos parcialmente esta pregunta porque la historia política nacional nos ha provisto de al menos un par de casos de constitución de sistemas de partidos provinciales siguiendo cada unade las alternativas aquí presentadas. En este artículo comentaremos brevemente el caso de la provincia de Neuquén.

EL CASO NEUQUINO

Las provincias patagónicas se ofrecen como excelentes casos para la génesis de identidades políticas subnacionales, y estudiar la constitución de sus sistemas políticos en los años de su provincialización es lo más cercano que uno podría estar a realizar un diseño experimental. La Patagonia toda se caracterizó por su integración tardía al Estado Nacional, ya que fue “anexada” plenamente a la Nación argentina recién en los años subsiguientes a 1880. Desde este momento y hasta la promulgación de sus respectivas constituciones provinciales, los entonces territorios nacionales no tenían ciudadanía plena y eran gobernados por enviados nombrados personalmente por el Presidente de la Nación. Por lo tanto, si bien en estas provincias existían poblaciones de importancia y una vida cívica con bastante capacidad de generación de demandas, ésta se canalizaba, la más de las veces, mediante organizaciones de la sociedad civil (cámaras de comercio, sociedades de fomento, cooperadoras) o, las menos, mediante la formación ad-hoc de “comités de notables” mediante los cuales los comerciantes, vecinos y profesionales más representativos peticionaban a las autoridades de manera más o menos informal.

Esta manera de funcionar, sin embargo, debió llegar a su fin con el impulso dado desde el Estado Nacional a la provincialización de la región. Como analizan, entre otros, Sebastián Barros y Gabriel Carrizo, fue el gobierno peronista el que impulsó la ley de provincialización de los territorios y decidió legislar la formación de las nuevas provincias de Río Negro, Neuquén, Chubut y Santa Cruz (además de Formosa). En este proceso las sociedades civiles de los territorios patagónicos se enfrentaron entonces el desafío de constituir los partidos políticos necesarios para realizar procesos competitivos de elección de constituyentes provinciales, primero, y gobernadores y diputados, luego.

En los territorios de Río Negro y Neuquén, por ejemplo, vemos que en ambos casos inicialmente los sistemas políticos parecieron replicar el clivaje peronismo-radicalismo, ya que en las elecciones de 1951 triunfó en ambos casos el peronismo con más del 75% de los votos. Sin embargo, las trayectorias en los años siguientes no podrían ser más divergentes.

En el año 1961 el dirigente peronista neuquino Felipe Sapag decidió sortear la proscripción del peronismo dándole al partido peronista provincial un nuevo nombre, el de Movimiento Popular Neuquino. Lo interesante es que a partir de esta decisión la élite política del MPN decide, antes que adversar simplemente con sus simétricos oponentes provinciales no peronistas, hacerlo con el Gobierno federal y la Nación misma.

Así Felipe Sapag reemplazará la dicotomía “peronistas vs. antiperonistas” con la nueva dicotomía “neuquinos vs. Nación”. El Movimiento Popular Neuquino se transformaría así de un representante de una parcialidad provincial al representante de todos los neuquinos en una lucha con características épicas y morales para proteger los recursos de la provincia toda (que es caracterizada como un lugar de promesa o, como decía un slogan del gobierno neuquino, “donde estuvo el Paraíso”). La Nación pasa a ser mostrada como una entidad ajena que no respeta el federalismo y que toma el petróleo y el gas de “los neuquinos” sin pagar lo que le corresponde. La crucial fortaleza es que el partido, el MPN, es construido no como una expresión sectorial sino como la institución primaria que le da cuerpo a la defensa del interés provincial todo. Hecho crucial en esta autonomización es el rechazo de Sapag al pedido del propio Perón en 1973 de subsumir el MPN en el peronismo; ese año Sapag derrota sin problema al candidato peronista a gobernador, Angel Romero, y asume una vez más.

LAS CLAVES DEL EXITO

La estrategia subnacional del MPN fue y sigue siendo muy exitosa en términos electorales, ya que le permitió, por un lado, negociar autónomamente con cualquier partido que gobierne el país y, por el otro, ponerse “por encima” de sus adversarios partidarios provinciales. El MPN no ha perdido ninguna elección a gobernador y continúa siendo el partido hegemónico en la provincia. Como bien lo indica Julián Gadano en “El regionalismo como proyecto político local, como una consecuencia de la incorporación tardía al sistema político: el caso del Movimiento Popular Neuquino”, esta construcción de un partido identificado con los intereses de “los neuquinos” permitió la constitución de reglas partidarias fuertes y de una identidad que pudo, incluso, sobrevivir a sus fundadores y procesar el cambio de liderazgos como, por ejemplo, los de Pedro Salvatori y Jorge Sobisch.

La contracara de la capacidad del MPN de seguir siendo la fuerza hegemónica provincial es la autorrenuncia de los gobernadores emepenistas a buscar cargos nacionales (autorrenuncia que incumplió Sobisch, una de las claves para entender su pérdida de poder en la provincia). El cargo más alto al que puede aspirar un dirigente del MPN es gobernador de Neuquén; a diferencia de un gobernador de la UCR o del PJ, nunca podrá aspirar a la presidencia de la Nación. Sin embargo, la pérdida quizá no sea tan grande, dado que, como diría un neuquino, pudiendo gobernar Neuquén, ¿quién aspiraría a otra cosa?

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