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El peronismo, duro de domar

05 mayo de 2017

(Columna escrita junto a Miguel De Luca)

En la provincia de Buenos Aires el escenario electoral es fragmentado y por eso se gana con el 35% de los votos.

En conferencias académicas, corrillos de choferes y porteros y charlas de café es frecuente escuchar que “a la Argentina sólo la pueden gobernar los peronistas”. Las desventuras de Cámpora, de Isabel y del Adolfo desafían esta conclusión, pero la firmeza de su arraigo obliga a ser más incisivos. Después de todo, les tocó a líderes peronistas presidir el país durante 24 de los últimos 30 años. Por ende, para saber cómo gobernar a los argentinos conviene comprender quién puede conducir al peronismo. Y cómo.

Las definiciones de peronismo son infinitas, pero de mínima hay una: es un vehículo para llegar al gobierno ? y mantenerse en él. El peronismo es como Pegaso o Buraq, el caballo alado para batir a la Quimera o volar hasta el Cielo. ¿Quién conseguirá montar al rocín y guiarlo a destino? Los maestros en el estudio de los partidos políticos han llamado a ese jinete de distintas modos: liderazgo (Weber, Michels), círculo interno (Duverger) o coalición dominante (Panebianco).

Domar al peronismo es más fácil desde el gobierno. Sin embargo, todos los presidentes peronistas enfrentaron problemas iniciales y les llevó un bienio someter al corcel. Ese tiempo le tomó a Perón crear el Partido Único de la Revolución Nacional y, a continuación, remover la barrera anti-reelección para afirmarse en la jefatura. Menem pudo deglutir a la Renovación que él mismo había promovido recién en 1991. Y Néstor, para no ser menos, despachó a su padrino en la cita electoral de 2005.

Desde la presidencia, los recursos para amansar al partido son variados: intervenciones federales y partidarias, fondos del tesoro nacional, apoyo a candidatos provinciales rivales (del partido o de la oposición). Cuando el liderazgo duerme en Olivos, el verticalismo es ley.

En cambio, cuando el peronismo está en la oposición, subirse y cabalgar la bestia se hace más complicado. Lo sufrió el mismísimo fundador cuando los sindicalistas se le animaron al “peronismo sin Perón”. Sin los recursos materiales, institucionales y simbólicos que brinda la presidencia, se reabre la pelea por el cetro vacante. Y en esa puja cobran relevancia quienes son capaces de controlar la calle y movilizar a las masas. Perón lo entendía bien, por eso prefería hablar de movimiento antes que de partido ? y por parecidas razones proclamó a los sindicatos como su columna vertebral. Por buen aprendiz o por carencia de otros medios, Menem le arrancó la candidatura presidencial a Cafiero apoyado en los gremios y contra la voluntad de la dirigencia partidaria. Con el 2001 aún cerca, Néstor comprendió que para montar a la bestia debía cobijar la protesta, no reprimirla.

Hoy, de nuevo, los sondeos de opinión y la expectativa de volver en 2019 alimentan la pelea por el liderazgo del PJ. Todos saben, sin embargo, que desdeñando a sindicatos y piqueteros no se pone el pie en el estribo. También conocen la historia reciente, ésa que indica que a las riendas del partido se llega desde la periferia. Por eso cada líder provincial es un jinete in pectore. Por eso, no hay nada más central que un gobernador peronista ni nada más periférico que un peronista porteño. Y por eso los justicialistas bonaerenses están siempre indecisos, como boyando en el medio de una avenida que no conduce a ninguna parte.

La esquizofrenia bonaerense también reconoce causas locales. La Provincia no es una sino tres. En la populosa tercera sección electoral (conurbano sur), los electores prefieren candidatos que sean y parezcan peronistas. En la primera sección electoral (conurbano norte), los votantes se inclinan por candidatos que sean pero no parezcan peronistas, como Sergio Massa, Jorge Macri y Gustavo Posse. Y en el interior de la Provincia, el electorado prefiere candidatos que no sean ni parezcan peronistas. Por eso las elecciones legislativas son fragmentadas y se ganan con el 35% de los votos. Y en consecuencia el peronismo gobernante suele perderlas, como ocurrió en 1997, 2009 y 2013.

Si el peronismo en el gobierno es un corcel que se monta con mañas y tiempo, en la oposición es bronco. ¿Será capaz Cambiemos de crear un corral que resista? Porque la doma, ya se ha probado, sólo funciona desde adentro.

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