Curiosamente, el Gobierno prefiere hablar de política y no tanto de la situación de la economía.
Un funcionario importante del gobierno, línea Casa Rosada, me hacía su propia evaluación de la coyuntura argentina: “De economía no hablemos. En política estamos bien. Y en el mundo nos va espectacular”. La síntesis es representativa de cómo se sienten muchos en los alrededores de la Plaza de Mayo.
No querer hablar de economía puede querer decir más de una cosa. ¿Qué es más frustrante: que la economía no se reactive, o que se vaya a reactivar por el costado menos pensado? El economista Hernán Hirsch avizora un “rebote k con macroeconomía m”, que viene a significar que con una inflación a la baja por la política monetaria contractiva y el dólar estable, pero sin lluvia de inversiones ni alza exportadora -más allá de algo del campo, que es compensado por caída en otros sectores-, lo que hay en el horizonte de lo posible es una recuperación basada en el consumo, representado en principio por un plus de dinero en el bolsillo, consecuencia de las subas salariales inerciales y la suspensión de las nuevas tarifas de servicios públicos domiciliarios por parte de la Justicia.
De que la política viene mejor que la economía ya nos hemos ocupado en columnas anteriores: aún en un entorno adverso de gobierno dividido (Ejecutivo de un color, Congreso de otro), incertidumbre social y otros faltantes, la gestión política supo negociar leyes y decisiones hacia adentro y hacia afuera de su propia coalición, demostrando que Cambiemos es un partido más del sistema político argentino, y no una “ceocracia” sin hoja de ruta. No obstante, el orden de prelación de nuestro funcionario-analista dejó lo que considera el postre para el final. En la relación con el mundo exterior todo estaría bien: las visitas de los principales gobernantes occidentales, el establecimiento de un mecanismo de diálogo de alto nivel con Washington, la posibilidad de “poner” una secretaria general de la ONU, el restablecimiento de las negociaciones con Europa y los países del Pacífico. Todos estos elementos nuevos, y otros más que enumera con inductivismo nuestro funcionario-analista, indicarían el grado de respeto, prestigio y confianza que han infundido afuera el presidente Macri y su mensaje hacia la región, y crearían las condiciones básicas para una baja estructural del riesgo argentino, el ulterior ingreso de inversiones directas y financieras -los activos siguen a precios competitivos, Argentina sigue siendo una gran oportunidad para los inversores, solo necesita completar la normalización-, y finalmente, una mejora de las condiciones institucionales para el comercio exterior, que nos conducirán al salto exportador.
Y no solo eso. Esta vinculación de Argentina con gobiernos centrales y organismos internacionales, que persigue el objetivo de maximizar las oportunidades de captación de inversiones y comercio -lo que implicaría también una política exterior absolutamente pragmática: se arrancó por Occidente, como una primera etapa urgente, pero luego vendrán las alianzas con los países emergentes-, también conllevan un principio ordenador. Fijan para Argentina metas y estándares que la acercarán a políticas públicas más transparentes y de mayor calidad. El Estado argentino se verá, por primera vez en mucho tiempo, obligado a modernizarse en serio.
Como ejemplo de ello, nuestro funcionario-analista pone el proyecto del ingreso de la Argentina a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El “club de los países ricos”, con sede en Francia, al que alguna vez quiso pertenecer -en 1997 entregó su solicitud-, pero no llegó. Una de las características de la OCDE, además de los informes y estudios que produce, y de que promueve los principios de la liberalización comercial, la desregulación y la transparencia, es su estricto proceso de admisión. Aún Estados Unidos, pese a que forma parte del grupo fundador, fue cuestionado en diferentes oportunidades por el organismo, lo cual dio lugar a relaciones tensas -y varios años de no pagar la membresía. Una de las políticas norteamericanas cuestionadas por el club fue el bloqueo comercial a Cuba: la OCDE, en general, es contraria a las restricciones al comercio, y ello incluye a las sanciones comerciales.
Para la Argentina, la aplicación a la OCDE traerá aparejado un paquete de reformas legislativas y de prácticas de gobierno a implementar, en materia fiscal, de transparencia, defensa de la competencia, medio ambiente y de información pública. Es, de alguna forma, un plan de gobierno en sí mismo. Por esa razón, concluye nuestro funcionario-analista, el principio ordenador está afuera. La convergencia institucional con el mundo exterior es fuente, camino y fruto de la prosperidad.