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El próximo presidente será un gobernador peronista

22 agosto de 2012

Los patrones de carrera política indican que el próximo inquilino de la Casa Rosada hoy gobierna una provincia.

Alfonsín fue la primera y única excepción: a partir de la restauración democrática, para acceder a la Presidencia es necesario haber sido gobernador o consorte. Así, La Rioja, Capital Federal, San Luis, Buenos Aires y Santa Cruz alcanzaron sucesivamente momentos de gloria o de descrédito. Restan 19 provincias sin presidente reciente, y varios de sus gobernadores se preparan para lanzarse por la banda y el bastón. Algunos distritos hasta pretenden repetir.

¿Quién ganará? Más interesante aún: ¿hay algún otro candidato con chances? Caso contrario, la regla de hierro del gobernador-devenido-presidente tenderá a galvanizarse. En la Argentina, la relación entre control territorial y poder político fue probada por una cantidad abrumadora de investigaciones académicas, pero aún existen intelectuales porteños que creen en la política después de los partidos.

En su visión, estos últimos han pasado de ser organizaciones estructuradas a convertirse en aparatos al servicio de un liderazgo de opinión. Como la representación está en crisis o en transformación, alegan, lo único que cuenta para ganar y gobernar es el apoyo de la opinión pública. Las elecciones se transforman así en concursos de popularidad, y los aparatos políticos se alinean bovinamente detrás del líder que les asegura la victoria.

Esta interpretación sufre de dos errores, uno de observación y otro de análisis. El primero exagera los efectos de 2001 y concibe un escenario político irreparablemente fragmentado, cuando la realidad se cansa de avisar que el peronismo no se disolvió sino que sigue estructurando la política nacional. La excepción, claro, es la ciudad de Buenos Aires, el árbol que tapa al resto del país.

El error de análisis consiste en desatender la importancia del aparato para disputar elecciones y sostener gobiernos: sin fiscales primero y redes sociales después, no existe competitividad electoral ni estabilidad en el poder. Aunque suene odioso para almas impresionables, la militancia y el clientelismo hacen posible el orden político cuando las instituciones son débiles. Y no es por casualidad que militancia y clientelismo están relacionados con el poder territorial, en particular las intendencias y las gobernaciones: sin presupuesto, es peliagudo mantener la estructura en funcionamiento. Los partidos entendieron rápidamente que el poder se construye desde las gobernaciones, lo que explica la ola de reformas constitucionales que barrió al país desde 1983. En ese año, ninguna constitución provincial permitía la reelección; hoy, sólo dos la impiden consecutivamente: Mendoza y Santa Fe. Mal que le pese a Binner, eso torna su candidatura presidencial prácticamente inviable.

Este análisis, escandaloso para progresistas posmodernos, no se le escabulle al Gobierno Nacional. La paliza propinada a Scioli hace unas semanas fue seguida de una tunda a Macri pocos días más tarde. El que está comprando todas las rifas para el próximo aporreo es De la Sota, y la Presidenta se prepara para entregarle el premio al contado. No hay caprichos en este juego sino, a lo sumo, problemas de timing: los gobernadores saben que uno de ellos heredará el sillón de Rivadavia, pero desconocen cuál y los incomoda la extensión del cuándo.

Cristina también lo sabe, con la diferencia de que no tiene ningún apuro y sí mucho esmeril.

Por lo dicho, fueron clave las elecciones de gobernador en 2011: ahí se eligió, probablemente, al presidente de 2015. Y el hecho de que el radicalismo perdiera Catamarca y Río Negro sin recuperar Mendoza dejó al peronismo como único partido en juego, ya que los demás gobernadores opositores lideran partidos monoprovinciales. Es cierto que Macri tiene la opción de representar a un sector del justicialismo, o al conjunto si la actual gestión se desmorona, pero considerando el prolijo cepillado al que lo sometió el Gobierno Nacional ese escenario resulta cada vez más improbable.

La única alternativa creíble a un gobernador peronista es la reelección presidencial. Las legislativas de 2013 y la crisis global definirán si eso es posible. Dadas las tendencias simultáneas de inflación y estancamiento, no parece que la cuestión de la sucesión se prolongue hasta 2019, pero mejores pronósticos han fallado.

(De la edición impresa)

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