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El retorno de los grandes consensos

16 noviembre de 2011

A pesar de que no están dadas las condiciones para una concertación social o un pacto político, muchos sectores la siguen reclamando.

Reflexionábamos no hace mucho, desde esta misma columna, en torno al ciclo de eterno retorno de la idea de concertación social. Bajo las más diversas circunstancias históricas, la idea de que la política es un arte de conciliación entre opuestos, es una suerte de principio ideal, capaz de conciliar las experiencias más opuestas y contradictorias. La referencia de entonces ?junio de este mismo año? no era casual. El contexto político lo justificaba. Era un momento de perigeo en la curva evolutiva en las tendencias de voto presidencial. Si bien nada parecía poner en duda la victoria en primera vuelta de Cristina Kirchner, todo indicaba la inminencia de una victoria ajustada y condicionada. Es decir, la posibilidad de un gobierno dividido entre Ejecutivo y Legislativo, sin mayorías parlamentarias propias y bajo una severa vigilancia social combinada con el riesgo cierto de discontinuidad del arsenal de facultades extraordinarias y poderes de emergencia del que gozaron todos los presidentes, desde Alfonsín hasta Kirchner.

Los resultados de las Paso en agosto y su ratificacion el 23-O despejaron sin embargo cualquier incógnita al respecto. El 54% de la Presidenta no sólo consolidó la autonomía del poder presidencial. Por sobre todo, estableció una distancia sin precedentes por sobre cualquier candidato de oposición. El reclamo de políticas de concertación pasó así a ser considerado ya no como un instrumento de emergencia, orientado a fortalecer una institución menguada en sus apoyos sociales, sino más bien como una suerte de “imperativo moral”. Algo de esto hay, sin duda, en el impresionante 85% de la opinión publica que en una encuesta de OPSM de esta última semana plantea la necesidad de que la Presidenta convoque a un gran acuerdo nacional en torno a cuestiones de Estado.

Cambian así los tiempos y las relaciones de poder pero no por ello cede el espejismo de la concertación. Poco importa, en efecto, que no haya hoy en el mundo una experiencia de concertación social y pacto político en marcha. Poco importa tampoco que ninguna de las fuerzas políticas en competencia parezca dispuesta a dar el brazo a torcer en una política de confrontación permanente y sin ventajas para nadie. La concertación opera, en efecto, como una ficción ordenadora, situada más allá de la experiencia y en contacto directo con los factores emotivos e irracionales que, desde siempre, ejercen sobre la política una atracción invencible. El consenso ?expreso en el otro extremo el secretario de Cultura, Jorge Coscia? es una utopía reaccionaria. ¿Cómo explicar este vigor inesperado de una idea hoy casi desprovista de cualquier potencial de concreción? Las razones pueden ser varias.

La primera y principal es tal vez la supervivencia de la visión corporatista, vigente aún tanto en la tradición política del peronismo, como en la experiencia socialdemocrática del radicalismo. La idea de que la mayor parte de los problemas de la política pueden ser sustanciados y administrados desde un pacto entre los sectores del trabajo y la producción, orientados desde el Estado y con participación de las fuerzas políticas con representación parlamentaria seguirá ocupando por mucho tiempo el imaginario político de la democracia argentina. Una segunda razón es, sin duda, la propia debilidad del Estado frente al protagonismo central de la sociedad civil y los poderes fácticos que determinan los términos del conflicto económico y social. Por más que los partidos políticos reivindiquen para sí el monopolio de la representación política, lo cierto es que tal pretensión está desde hace mucho tiempo superada por la realidad. En un escenario social signado por la fractura y fragmentacion de la representación, lo que cuenta es la capacidad efectiva de los nuevos interlocutores para hacerse cargo de la administración efectiva de los problemas.

Ello explica por qué los ciclos de protagonismo de la idea de concertación coinciden con los ciclos de crisis de la representación política tradicional. Las condiciones actuales son, por cierto, muy diferentes de las imperantes en otros momentos de experiencias concertadoras. La representatividad de las organizaciones sindicales o empresarias o la identidad y disciplina de los partidos políticos en los años '80 o los consensos económicos de los '90 quedaron atrás. Cuesta imaginar quiénes podrían llegar a sentarse a una hipotética Mesa de Concertación tipo la de La Moncloa . No parece un momento ideal para pactos sociales. Alentarlos equivale incluso casi a una huida hacia delante y a generar condiciones para la no resolución de los conflictos La crisis de la representación social y política es hoy irreversible y alcanza a los partidos y al resto de las organizaciones sociales. Podrán haber acuerdos del tipo de los que promueve el Gobierno entre la CGT y los industriales, socios esenciales en un modelo de concertación como el que se suele promover desde el peronismo. Pero muy poco más que eso y, en tal caso, en función exclusiva de la convocatoria del Gobierno a políticas defensivas de la producción y el trabajo nacional. Las representaciones sociales están fuertemente fragmentadas. Y cuesta imaginar una mesa de concertación con los siete peronismos y cinco radicalismos existentes en la actualidad.

El modelo hoy generalizado en el mundo parecería ser más bien el que ha expresado Cristina Kirchner, en el sentido de que los diálogos y acuerdos habrán de realizarse en el Congreso, que cada vez más tiende a trascender sus funciones tradicionales, para convertirse en una arena de concertación, arbitraje de conflictos y búsqueda de soluciones concertadas. De hecho, tanto la CGT como los industriales argentinos vienen desde hace tiempo concentrando su atención en la demanda de protecciones, privilegios, excepciones, subsidios o estatutos de emergencia. Difícilmente estén dispuestos a afrontar espacios abiertos de concertación, en pie de igualdad con otras representaciones y actores sociales.

(De la edición impresa)

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