(Columna de María Esperanza Casullo)
El sapagismo ofrece a la sociedad el clivaje de lo joven versus lo viejo, y el sobichismo el de kirchnerismo versus antikirchnerismo
El 30 de noviembre próximo la provincia de Neuquén vivirá la elección más determinante no sólo de este año sino también del 2015. Hablamos, por supuesto, de la elección interna para candidatos a gobernador del Movimiento Popular Neuquino (MPN). Decimos que será la más determinante de éste y el próximo año por un simple dato: el MPN no ha perdido una elección a gobernador desde la década del sesenta y lo más probable es que también gane en las elecciones provinciales del 2015. La verdadera competencia, entonces, se despliega en la interna del partido provincial.
Decimos competencia en el sentido fuerte ya que, como sostuvimos anteriormente, el MPN es un partido con un grado muy alto de institucionalización y disputa interna. Desde 1983 a la fecha todas las alternancias de gobierno provincial, es decir, las elecciones en las que no había posibilidad de reelección del mandatario en el poder (la Constitución provincial sólo admite dos períodos consecutivos de un mismo gobernador y vice, sin reelecciones indefinidas) se decidieron vía una elección interna. En todos los casos, los candidatos que perdieron la interna permanecieron en el partido, y los ganadores resultaron electos gobernadores en las generales. Estas internas nunca resultaron meramente formales, sino que se enfrentaron fracciones con importante peso interno: por ejemplo, en los noventa Jorge Sobisch desafió exitosamente la hegemonía de la familia Sapag y en las internas para elegir candidatos a senadores del 2013 fue el sindicalista del gremio petrolero Guillermo Pereyra el que venció a la actual vicegobernadora Ana Pechén. En la interna que se resolverá en apenas dos semanas, otra vez se enfrentarán dos fracciones con peso propio. Cada una de ellas tiene sus fortalezas y sus puntos débiles.
Por un lado, encontramos a la Lista Azul que se articula alrededor del liderazgo de Jorge Sapag, el actual gobernador. Sapag es apreciado y cuenta con buena imagen, pero, por otro lado, no tiene el peculiar carisma de su tío Felipe, o del mismo Sobisch. Además, su propia vicegobernadora fue ampliamente derrotada en 2013. El liderazgo de Sapag es más institucional, relacionado con la gestión de gobierno, el armado de equipos técnicos y los lazos con los intendentes, sobre todo del norte de la provincia. Enfrentado a la imposibilidad de su reelección, Sapag decidió volver a apostar a miembros cercanos de su equipo de gobierno y ungió personalmente como candidatos a su ministro de Economía, Omar Gutiérrez y a Rolando Figueroa, el intendente de Chos Malal, ciudad del norte neuquino. Con esta fórmula Sapag busca instalar dos significantes: la juventud y el trasvasamiento generacional, por un lado y el pedigree partidista, por otro. Aunque tanto Gutiérrez como Figueroa son jóvenes, ambos son descendientes directos de fundadores del partido. Las especulaciones refieren también a que Sapag intentará ser una especie de “poder en las sombras” para retornar a la gobernación dentro de ocho años.
Del otro lado encontramos algo muy diferente: la lista Azul y Blanca se formó como una alianza del ex gobernador Jorge Sobisch con el hoy senador y dirigente sindical petrolero Guillermo Pereyra. Sobisch, quien llegó a ser el dirigente hegemónico del partido pero se encuentra alejado del poder efectivo desde hace años, decidió regresar al ruedo en alianza con el moyanista Pereyra, quien, aquejado por su mala salud, ofreció la candidatura a vicegobernador a un dirigente de su confianza, Omar Lorenzo. En esta lista el principio de diferenciación ofrecido es otro. Sobre todo, ambos ofrecen antikirchnerismo. Es natural: Jorge Sobisch intentó una fallida candidatura presidencial en 2007 furiosamente antikirchnerista representando al menemismo más nostálgico de los noventa y Pereyra ganó en 2013 machacando sobre la cercanía entre Sapag y el Gobierno Nacional. Ambos apuestan a que la cercanía de Sapag con el Gobierno de Cristina Fernández sea rechazado en las urnas.
Entonces, encontramos que el sapagismo ofrece a la sociedad el clivaje lo joven versus lo viejo, y el sobichismo el kirchnerismo versus antikirchnerismo. Habrá que ver cuál tiene mayores capacidades de interpelar a la población neuquina.
En principio, hay que señalar dos cosas. Sobisch cuenta con un importante apoyo en sectores de la sociedad neuquina, sobre todo en aquellos atraídos por la promesa de convertir al MPN en un “partido del orden” basado en la mano dura y la represión de la (abundante por estos lares) protesta social, así como a los sectores más antikirchneristas. Su principal problema es que sus años de gestión no son recordados por grandes logros (no tuvo un plan de salud ni la impactante mejoría de los indicadores sociales que tuvo Felipe Sapag, por caso) y sí por una sucesión de escándalos de corrupción y por el asesinato alevoso a manos policiales del maestro Carlos Fuentealaba. Las encuestas marcan que, aun si Sobisch ganara las internas, le sería casi imposible ganar las generales debido al amplio rechazo de la mayoría de la población neuquina. Esta perspectiva de problemas en la general redujo los apoyos de figuras del propio partido.
Y el antikirchnerismo cerril parece hoy un tanto más apagado que en 2013, sobre todo por el optimismo que vive la provincia a partir del inicio de la explotación de Vaca Muerta. En tiempos de bonanza, los males de la Administración Nacional (a los que los neuquinos son hipersensibles, por otra parte) se viven con más tolerancia. Y también Sapag fortaleció un perfil más autónomo con el Gobierno Nacional en el último año. Los candidatos de la lista Azul, jóvenes, en la gestión, prolijos en la imagen y el discurso, contrastan con la estampa identificada con los excesos menemistas de Sobisch.
En este contexto, la gran mayoría de los jugadores de peso del MPN, como los intendentes, los dirigentes sindicales y los importantes funcionarios se encolumnaron detrás de los candidatos de Jorge Sapag. Hoy, cuando la provincia está casi saboreando la bonanza de Vaca Muerta, tal vez piensen que entrar en un camino de conflicto perpetuo con el Gobierno Nacional y organizaciones de la sociedad neuquina como los sindicatos docentes es un camino estéril. No sólo hay que ganar, sino hacerlo de la manera más institucional posible. La consigna, hoy, es no hacer olas.