Por Miguel De Luca y Andrés Malamud
Este año eligen presidente las tres democracias más pobladas de América Latina. ¿Hay alguna posibilidad de que eso importe más que el Mundial?
Entre junio y julio, millones de latinoamericanos estarán pendientes del mayor evento político del globo, el Mundial en Rusia. Pero además, este año eligen presidente las tres democracias más populosas de la región.
Las elecciones comparten varios ingredientes con el fútbol: juego en equipo, espectáculo mediático, victimización, vedetismo y plata sucia. ¿Cómo se perfilan las sucesiones en Brasil, México y Colombia y cuánto anticipan sobre el campeonato argentino de 2019? Las elecciones presidenciales son variaciones de tres actores: presidentes que quieren reelegir, ex presidentes que quieren volver y advenedizos que quieren llegar. La mezcla de sagas dinásticas, políticos de carrera y outsiders no diferencia entre el norte y el sur del continente, aunque países como Chile y Uruguay exhiban más fair play que Brasil o Estados Unidos.
En Brasil aspira a regresar Lula, si el referí lo permite. En caso de jugar, las apuestas serán como en el fútbol: la verdeamarela es candidata al hexacampeonato y Lula a otra vuelta olímpica. El retorno tiene antecedentes barriales: Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, Julio María Sanguinetti, Tabaré Vázquez, Alan García, Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera. Rutina casi.
Detrás del jugador estrella, la hinchada ubica a Jair Bolsonaro, ex paracaidista del ejército, admirador de dictaduras militares, racista y homofóbico. Extremo derecho, sí, pero ni suplente ni outsider: desde 1991 es diputado nacional por Río de Janeiro. Más lejos aparecen figuras conocidas y a tener en cuenta, porque el partido se juega en dos tiempos (o turnos): la zigzagueante Marina Silva (ministra de Lula y tercera en las presidenciales de 2010 y de 2014, en ambas con el 20% de los votos) y el defensor central Geraldo Alckmin (miembro fundador y presidente del PSDB, cuatro veces gobernador de San Pablo y segundo en las presidenciales de 2006).
La novedad sería que el presidente electo no asuma como jefe de gobierno sino de Estado: una especie de manager en vez de director técnico. Michel Temer acaba de proponer una reforma hacia el semipresidencialismo, que apoyan varios dirigentes y politólogos renombrados como Octavio Amorim Neto. Si esta improbable tentativa florece, Brasil volverá a ser el equipo diferente de la región. Recrearía, con más jogo bonito, la rivalidad del Siglo XIX, cuando el gigante imperial enfrentaba en el potrero a un enjambre de repúblicas revoltosas.
En México, la prohibición de reelección impide tanto seguir como volver. Y como el partido se juega a un tiempo y no hay penales, se multiplican las movidas para meter el gol de oro: un voto más que el resto. Lleva la delantera un nueve rústico y con poco gol, Andrés Manuel López Obrador, segundo en las presidenciales de 2006 y 2012 con un tercio de los votos. A AMLO lo sigue Ricardo Anaya, figura del combinado integrado por el lateral de derecha PAN y el volante izquierdo PRD. Más lejos avanzan dos candidaturas anómalas: por el PRI el debutante José Antonio Meade, tecnócrata y primer postulante sin trayectoria en el partido, y como independiente la líbera Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón y con treinta años de fichaje en el PAN.
En Colombia la pugna es a mayoría absoluta y despuntan tres candidatos, todos con extensa carrera en primera: Sergio Fajardo (alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia), Gustavo Petro (11 años diputado, 4 senador y alcalde de Bogotá) y GermánV argas Lleras (14 años como senador, ministro y ex vicepresidente de Juan Manuel Santos). La novedad es la postulación de Rodrigo Londoño “Timochenko”, capitán de las desmovilizadas FARC. Su intención de voto es mínima, pero se suma a otras incorporaciones de movimientos insurgentes al juego democrático: FSLN en Nicaragua, Tupamaros en Uruguay y FMLN en El Salvador. Es la penúltima brecha que se cierra en el campeonato democrático más largo de América Latina: falta celebrar elecciones libres en Cuba (este año las hay, pero sin público ni equipo visitante) y en Venezuela (también previstas para 2018, pero sin fixture ni reglamento).
En resumen, la mayoría de los jugadores actuales son grises o están desgastados. Lejos quedó la época de goleadores como Hugo Chávez o Rafael Correa. ¿Qué pasaría si ganaran Lula o AMLO? Es difícil empeorar la situación de sus países, así que un cambio de jugadores debería mejorar el desempeño colectivo. Alto ahí, advierte Venezuela, que iba perdiendo por poco y le pasó la pelota a Maduro.