Lilita seguirá siendo la referencia última del no-peronismo electoral
Por razones que la ciencia política no termina de dilucidar, los líderes fundadores de las “terceras fuerzas” alternativas al radicalismo-peronismo, que proliferaron en la democracia argentina a partir de 1983, tuvieron bajo compromiso con las organizaciones que ellos mismos crearon. Elisa Carrió, en ese sentido, no es muy diferente de Oscar Alende, Alvaro Alsogaray, Aldo Rico, Domingo Cavallo o Ricardo López Murphy. Todos los cuales fueron, como decíamos en una columna anterior, actores de reparto de gran protagonismo en su hora de breve apogeo. Pero Carrió, en este subconjunto de la “nueva política”, es la única dirigente de larga duración. Participó en tres elecciones presidenciales consecutivas, dos de ellas con resultados relevantes, y sigue siendo una figura de alcance nacional. Notablemente, esto se debe a sus virtudes personales: a diferencia de los otros aspirantes presidenciales mencionados, que se hundieron con las organizaciones partidarias que ellos mismos se encargaron de hundir, Carrió se mantiene a flote, le pese a quien le pese y caiga quien caiga.
Su primera creación fue Alternativa para una República de Iguales, que nació en la ciudad de Buenos Aires como un partido político de centroizquierda de aspiración nacional. Su origen estuvo vinculado a la disolución de la alianza UCR ? Frepaso. Elisa era una diputada nacional chaqueña de la Unión Cívica Radical, poseedora de una poderosa oratoria, que meses antes de la caída del gobierno de Fernando De la Rúa se enfrenta con su presidente por la sanción de la emergencia económica, se separa de su partido de origen y crea la nueva una agrupación, que se declara opositora.
Desde ese momento se convierte en una figura habitual de los medios de comunicación, dando forma a un discurso muy característico y personal, que ella atribuye al radicalismo de Alem: al tiempo que plantea una “defensa de las instituciones”, y una política “moral”, contrapone su credo a una fuerte denuncia de corrupción contra los gobiernos. Menem, la Alianza, Duhalde y los Kirchner dejaban de ser sujetos políticos, para convertirse en “regímenes”. La existencia de un “régimen” inmoral en el seno del poder es la constante de su política.
El primer “nuevo partido” de Carrió fue fundado junto a un grupo de dirigentes del ala izquierda de la Alianza, principalmente del FREPASO ?aunque también se contaban algunos radicales y peronistas?, sindicalistas de la CTA ?destacándose los dirigentes del sindicato de docentes bonaerenses? y personalidades independientes, vinculadas al mundo de la cultura. Heredaba a buena parte del electorado y las alianzas del FREPASO y se autoposicionó a la izquierda de los partidos mayoritarios. Su debut fue la extraña elección legislativa de octubre de 2001, en la ciudad de Buenos Aires y algunas pocas provincias. Aún no era un partido político propiamente dicho, y dependió de la estructura de sus nuevos aliados. En la Ciudad, a partir de la alianza con un sector del Partido Socialista ?que también había abandonado la Alianza? realizó una buena elección, aunque la banca de senador que, por mayoría de votos, hubiera obtenido el socialista Alfredo Bravo, entró en litigio con el partido Nueva Dirigencia; Bravo murió sin haber logrado asumir. Poco después, el derrumbe de De la Rúa dio un gran impulso al ARI, que se expandió rápidamente por todo el territorio nacional y le permitió ser una candidata presidencial que expresaba las expectativas de cambio de un sector importante del electorado. Antes de las elecciones, y luego desde el gobierno, Néstor Kirchner intentó sin éxito sumarla; hacia fines de 2003, Alberto Fernández logró cooptar a quien entonces era la dirigente más visible del ARI después de Carrió, Graciela Ocaña, desatando un conflicto en el partido.
Aun cuando en los años posteriores el ARI mostraba una gradual consolidación como partido opositor de centroizquierda (en las elecciones legislativas de 2005 fue sin alianzas en los distritos principales, y obtuvo resultados aceptables), Carrió comienza a distanciarse de su propio lugar y toma una decisión sorprendente: renuncia a su banca en el Congreso, y se aparta del partido que había creado. En una entrevista publicada por aquel entonces, admite no creer en las estructuras partidarias, y adherir a un modelo movimientista y republicano de política. Entonces fundó el Instituto Hannah Arendt, un think thank que utilizó para convocar a personas por fuera del ARI, y meses después un nuevo espacio, la Coalición Cívica, que tendría un importante desempeño electoral en las elecciones de 2007, una derivada en 2009 (el Acuerdo Cívico y Social, con la UCR y otros) hasta la crisis de 2011.
Su tercera construcción fue el UNEN porteño de 2013, al que en todo momento presentó como una alianza estratégica con objetivos coyunturales, y cuya reformulación hoy también propone a la sociedad. Muchos dirigentes que integraron este último proyecto electoral se sienten traicionados por “Lilita” Carrió, pese a que ella, desde la ruptura con la UCR de 2001, siempre fue consecuente: toda alianza electoral es coyuntural, en función de las circunstancias que ella misma se encarga de interpretar. Esa condición, el monopolio del análisis político, es la manera en que Elisa Carrió ejerce el liderazgo y hace sentir su poder. Mientras sus análisis e interpretaciones de la realidad sean la fuente última e inapelable de todas sus decisiones y estrategias, de sus armados y desarmes electorales, Lilita seguirá siendo la referencia última del no-peronismo electoral.