Por Mara Pegoraro
“Creen que sus oponentes están fuera de la persuasión política”[1]
En un ejercicio de defensa inspirado en la percepción de impaciencia con la idea de oposición es indispensable decir que 1) la oposición es algo intrínseco al régimen democrático porque éste es el único que la habilita por estar fundado en la competencia y el debate público; 2) oposición define un rol y una función, no un partido, ideología ni estilo determinado y exclusivo; 3) oposición no significa unidad de y en la minoría porque 4) oposición no significa, necesaria y exclusivamente, posición minoritaria.
La oposición en Argentina existe. Tiene un número significativo de representantes en el Poder Legislativo nacional y también gobierna en el orden provincial y municipal. Sobre 257 diputados nacionales, el oficialismo solo controla 119. Eso significa que la mayoría de la cámara está en manos de la oposición. La principal coalición de partidos opositores a nivel legislativo, Juntos por el Cambio (en adelante JxC), controla 115 bancas, una diferencia apenas de 4.
De las 24 provincias, la oposición, esto es el partido que no está en el Poder Ejecutivo Nacional, gobierna en 9. De los 135 municipios de la provincia de Buenos Aires, 65 están en manos de un partido diferente al Ejecutivo provincial y nacional.
La oposición tiene, además, una expresión socio-ciudadana. Y existe, incluso, dentro del “panperonismo''. Reconocer y aceptar que existe la oposición política e institucionalizada es el mejor indicador para saber que Argentina ostenta un régimen político democrático consolidado.
Los datos indican que en Argentina la oposición existe. La pregunta es, entonces, ¿por qué persiste la idea de que no existe o que padece de una debilidad estructural mientras al oficialismo se le adjudica una fortaleza innegable y avasalladora, rayana en lo antidemocrático?
La respuesta no viene de la mano ni de la política ni de la opinión. La respuesta es que la percepción sobre el diferencial de capacidades entre oficialismo y oposición se explica por el diseño institucional que, en los presidenciales, suele ser la “madre del borrego”.
“Oposición” en presidencialismo quiere decir partidos políticos que no forman parte del frente electoral, coalición ni del gabinete que controla la Primera Magistratura de la Nación. En esta línea, Morgenstern, Negri y Pérez-Linán señalan que es más eficiente pensar la relación gobierno-oposición como un juego de suma positiva con anclajes en el sistema de partidos, antes que como un juego de suma cero basado en disputas entre presidentes y congresos.
El sistema de partidos argentino, desnacionalizado y fragmentado como está, configuró para el período 2019-2021 un congreso “organizado” en más de 18 bloques. La fragmentación legislativa reduce la posibilidad de que el Presidente tenga mayoría legislativa pero eso no garantiza que la oposición sí la obtenga. He aquí la primera parte de la respuesta.
Los escenarios de dispersión partidaria, se sabe, no afectan de la misma forma a oficialismo (Ejecutivo) y oposición. Presidentes en escenarios de dispersión ven reducidos sus poderes partidarios y legislativos pero los ejecutivos tienen recursos de poder: debilidad partidaria se compensa con fortaleza institucional. Es aritmética pura que dispersión significa oposición sin cohesión. La escasa cohesión afecta capacidad institucional sin mecanismos compensatorios. He ahí la segunda parte de la respuesta.
La oposición puede no ser monolítica. Pero el hecho que no lo sea no vuelve a la democracia argentina ni débil ni asegura proyectos hegemónicos de y en el oficialismo.
Las teorías económicas de la democracia y la teoría de juegos en particular señalan que los deseos de las personas tienen la misma dignidad[2]. Eso significa, en castellano antiguo, que no importa cuáles sean las motivaciones electorales ni las razones para decantarse por una u otra opción partidaria, todas valen lo mismo. Pero que valgan lo mismo no significa necesariamente que obtengan equivalente representación. En un contexto democrático eso implica reconocer que lo que expresa el arco opositor es igual de válido que lo que expresa el arco oficialista, que tampoco es monolítico aunque tiene mayor aglutinamiento.
Las opciones alternativas al Frente de Todos perdieron las elecciones y se vieron obligadas a transformar su vocación de poder en estrategia de oposición. Debieron encontrar mecanismos para compensar y cooperar. JxC parece estar lográndolo con éxito: sobrevive a la derrota, mantiene coalición legislativa, gestiona pandemia y dialoga con el oficialismo. No tiene un referente indiscutido y he ahí su fortaleza, aunque usted no lo crea.
Erra el tiro si pasa a un modelo de oposición como obstrucción. Lo erra también si no logra volverse competitiva vis-a-vis otras expresiones opositoras, si no construye una estrategia escalonada entre aumentar representantes y reemplazar al Gobierno actual. Y sobre todo lo erra si no logra articular una retórica que convoque más allá del “anti”. Los anti han fracasado en volverse pro.
El kirchnerismo en su versión cristinista expresó la relación oficialismo-oposición en la lógica amigo-enemigo. No discutiremos acá si han leído o interpretado correctamente a Carl Schmitt. El Gobierno de Alberto Fernández que todavía no logra ser un “ismo”, como diría Torre para expresar la versión ganadora dentro del peronismo, no parece estar dispuesto a repetir ese relato.
Voceres opositores parecen creer en la efectividad de la dicotomía amigo-enemigo antes que en la dialéctica gobierno-oposición. Si un proyecto alternativo al gobernante ha de tener chances electorales y de gobierno, que parecen pero no son lo mismo, deberá articular una retórica opositora y abandonar la pretensión hegemónica. No hacerlo garantizará que la demanda para con la oposición siga insatisfecha y que la democracia argentina se agencie una deuda más.
(*) Politóloga (UBA) e integrante de la Red de Politólogas #NoSinMujeres
[1] Crick Bernard (2001) En Defensa de la Política. Kriterios TusQuets, Barcelona. pp:279.
[2] La frase se la pedimos prestada al profesor Lodola