La pregunta es cómo se incorporarán esos partidos al sistema político democrático.
La crisis económica europea nos lega dos fenómenos: una renacionalización de la vida política en los países de la Unión Europea y el avance electoral de los nacionalismos de ultraderecha. Por estos días, se registraron otros dos casos de avances electorales de la ultraderecha nacionalista, con la notable elección del Frente Nacional francés y del exótico partido Amanecer Dorado en Grecia. El crecimiento de la ultraderecha en todos los países europeos representa un salto del euroescepticismo al antieuropeísmo.
En general, todos estos partidos se caracterizan por una militancia a favor de restringir o eliminar la influencia de Bruselas, y recuperar soberanía decisoria, hoy coartada por el imperio de los bailouts. La campaña entera de Amanecer Dorado se basó en ello. El cansancio europeo tiene también otra expresión nacionalista, más difusa en su mensaje tal vez: la falta de apego de los países grandes hacia el padecimiento de los chicos. El cambio en la opinión pública es notable.
La Unión Europea fue concebida, entre otras razones, para converger y reducir la brecha entre Norte y Sur, pero este concepto está en vías de extinción. "¿Por qué los (eficientes, altos, rubios) alemanes tienen que pagar el costo de la fiesta de los (ineficientes, haraganes, no tan rubios) griegos?", hemos escuchado hasta el hartazgo. Esto contrasta con el notable esfuerzo que, bajo el paradigma integracionista del Estado de Bienestar europeo, los países ricos de Europa realizaron cuando hubo que incorporar a alemanes del este, polacos y húngaros. Frankfurt am Main aguantó años y años de crecimiento cero para poder compartir bandera con Frankfurt am Oder. Esto ya no está. La Unión Europea, uno de los constructos más impresionantes del Siglo XX, muere de a poco al ritmo de la renacionalización, como advierte Charles Kupchan.
En su más cruda expresión, estos partidos nacionalistas de la ultraderecha europea son, como diría Giovanni Sartori, antisistema. Sin embargo, no está claro si lo son de acuerdo a la definición de los politólogos sistémicos. Ellos habían creado esta categoría para referirse a los partidos de extrema derecha y extrema izquierda (fascistas y comunistas, digamos) cuyos valores estaban contrapuestos con los de la democracia constitucional. De hecho, varias constituciones ?entre otras, la española y la argentina? prohíben la actividad de aquellos partidos que atenten contra los valores de la democracia. La categoría antisistema, cabe agregar, hoy es considerada polémica y discutida normativamente.
Estos ultraderechistas no cuestionan a la democracia ni piden cambios radicales en el régimen político. Los franceses, en 2002, creyeron que sí, y por esa razón se movilizaron masivamente para votar por Jacques Chirac en la segunda vuelta ?en muchos casos, con la nariz tapada? para evitar que Jean-Marie Le Pen "destruyese la democracia". Probablemente era cierto, aunque no lo sabemos con seguridad. Sí podemos decir que son antisistema porque se oponen a los partidos establecidos. Nacionalistas franceses y griegos culpan a conservadores y socialdemócratas por los males de sus países. Piden al electorado que los reemplace.
Sin embargo, el futuro de la ultraderecha dependerá más de su voluntad de incorporarse al sistema, que de su oposición a él. Una de las perturbadoras ventajas con que corren los partidos nacionalistas de derecha es que hoy representan una innovación. El rancio discurso de los neofascistas, veinte años atrás, parecía proponer un retorno a la década del treinta, pero hoy se asemeja en muchos aspectos a las respuestas de la época. Oponerse a las instituciones de la UE y el euro, plantear un control de la inmigración y defender los intereses nacionales hoy forman una agenda que permea cada vez más en las políticas europeas.
En este rol de partidos innovadores, recuerdan en alguna medida a la UCEDE argentina o el FREDEMO peruano de fines de los años '80. En un momento de fuerte crisis económica e incertidumbre, estos partidos liberal conservadores proponían una solución. Los partidos más populares, que ganaron las elecciones, carecían de un verdadero programa, y pidieron prestadas sus ideas. De ese matrimonio surgió una década política en América Latina.
Así, hay dos grandes escenarios para la ultraderecha europea. Uno de ellos, que está en la cabeza de la mayoría de los analistas, es el destino de los liberal-conservadores latinoamericanos: su absorción por el partido conservador popular establecido, una vez que este va incorporando parcialmente su agenda. Es lo que sucedió con los neofascistas italianos (el MSI devenido en la Alianza Nacional, de Gianfranco Fini, sumado a la Lega Nord), que terminaron abrevando en el berlusconismo. También, el franquismo español terminó siendo absorbido por el ala dura del Partido Popular.
El ritmo de la crisis, no obstante, plantea un escenario alternativo y tal vez más inquietante aún: el reemplazo de los partidos conservadores establecidos por movimientos de ultraderecha emergentes que se incorporan al sistema. Este escenario etnonacionalista, de ciencia ficción hace unos años y hoy ya no tanto, aumenta de probabilidad a medida que se extiende la duración de la crisis.
(De la edición impresa)