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Evo, otra vez

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10 abril de 2018

Por Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk

Morales decidió no pasar por los sinsabores de las sucesiones sudamericanas y apostó a su propia reelección por caminos institucionales. Una jugada audaz y arriesgada

“Entonces, una revolución es el momento en el que los subalternos abandonan su subalternidad porque se unifican. Lo interesante es que la persona que permite la unificación y le da cuerpo visible, palpable, es Evo. Uno como ellos, de su misma sangre, de su mismo color? Y entonces la pregunta que se hace un revolucionario es: aquel símbolo de la constitución de lo popular, aquel símbolo que expresa la ruptura de la subalternidad ¿por qué dejarlo ir? ¿Por qué ahora? Si uno se apegara estrictamente a las formas institucionales, correspondería dejarlo ir. Pero si uno se apega al núcleo ígneo de lo popular en movimiento, de lo popular unificándose, es un gran error perder aquello que se logra cada 100 o 200 años, la unificación, en aras de una lectura plana de lo institucional”. Alvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, enero de 2018, diario El País de España.

El pasado 16 de diciembre en la ciudad de Cochabamba y ante una multitud fervorosa el presidente Evo Morales se proclamó por cuarta vez como candidato a presidente de la República. Diez días antes, un fallo del Tribunal Constitucional habilitó el instituto de la reelección indefinida para todos los cargos del país. La oposición protestó la decisión y se autoconvocó en torno al colectivo Agenda 21F, fecha alusiva a la derrota electoral del líder boliviano en su intento de asegurar su propia sucesión en el año 2016. Ese referendo, que estuvo teñido por las denuncias opositoras de un “falso” hijo extramatrimonial de Morales, fue ganado por el “No” a la reelección indefinida. Por primera vez desde que asumió al gobierno en enero de 2006, el primer mandatario boliviano no legitimaba una decisión de tal envergadura en la propia ciudadanía.

El camino elegido entonces por el oficialismo para avanzar con el proyecto de nueva reelección de Morales fue a través de las instituciones (Asamblea Legislativa, Tribunal Constitucional) y no por intermedio de la revalidación mediante el voto popular, como había intentado inicialmente y como había ocurrido, por ejemplo, en el caso venezolano. Esto ocurre en un contexto muy particular, en el que nos gustaría remarcar dos elementos explicativos.

En primer lugar, debe destacarse la capacidad que ha tenido Morales a través de una gestión sustentada en tres elecciones presidenciales de concentrar y acrecentar un conjunto de recursos de poder clave que le han dado una inédita estabilidad en el cargo. En este punto, habrá que notar que la inestabilidad presidencial como fenómeno sudamericano en los años '80 y '90 tiene en Bolivia, junto con Ecuador, a uno de sus mayores exponentes. La estabilidad entonces llega de la mano del ejercicio del poder del liderazgo presidencial de Morales, en un crescendo en el que más allá de las dificultades, el manejo de esos recursos de poder lo coloca en un lugar de enorme centralidad en el sistema político. Sobre este punto, Morales logra la habilitación de la reelección porque su peso específico frente a los demás factores de poder locales se lo permite.

Repasemos brevemente cómo se dio esa acumulación de recursos de poder por parte del jefe de Estado boliviano.

LOS ANTECEDENTES

El 18 de diciembre del año 2005, Evo Morales triunfaba sobre la alianza opositora de derecha “Podemos” por el 53,7% de los sufragios. La democracia “pactada” boliviana (1985- 2005) había establecido en su marco constitucional que si ningún candidato obtenía el 50% de los votos, el Congreso debía elegir entre las fórmulas más votadas. Ese había sido el esquema institucional que había parido la clase política del país una vez recuperada la democracia, para asegurarse que los presidentes debían coordinar con la legislatura su programa económico, político y social de gobierno. En ese marco, fueron gobiernos de coalición los que caracterizaron la vida política institucional boliviana, y los que sostuvieron los veinte años de políticas neoliberales en el país. Recién a partir de 1997, y en especial desde 2002, surgió una fuerza política antagónica a este modelo económico e institucional bajo el liderazgo del entonces sindicalista Evo Morales.

La primera presidencia dejó la huella indeleble que permite comprender los años posteriores. La bandera electoral durante la campaña fue la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea Constituyente refundadora de la Nación. El decreto supremo 28.701 “Héroes de Chaco” fue el marco legal que permitió el cumplimiento de la primera promesa. La normativa obligó a las empresas extranjeras a explotar los yacimientos en forma mixta con YPFB, quien tuvo a partir de entonces el 51% del capital como base y cobró gravámenes que alcanzaba hasta el 82% de lo exportado. El control estatal sobre sectores productivos clave le permitió al primer mandatario avanzar en su agenda social. La campaña de alfabetización lanzada durante el primer año “Yo sí puedo”, que contó con participación y asesoría de los gobiernos de Cuba y Venezuela, el “Bono Solidario” a todos los mayores de 60 años que no contaban con una jubilación y el “Bono Juancito Pinto”, un aporte anual para la permanencia escolar, fueron las primeras iniciativas que luego se ampliarían durante su segunda presidencia.

Con estas tempranas iniciativas, el presidente logró concitar en torno a su figura un apoyo superior al 80% de las adhesiones, lo que le permitió impulsar la segunda de las banderas (históricas) de campaña, como fue la convocatoria a la Asamblea Constituyente (AC). A diferencia de las anteriores medidas, la AC fue en donde la oposición boliviana mostró su mayor resistencia. La figura de los prefectos departamentales fue decisiva en esta coyuntura, y vertebró el escenario político que caracterizó la primera presidencial de Morales: la lucha entre el occidente oficialista y la “medialuna” oriental opositora. Fueron los años en los que las demandas autonómicas, con eje en Santa Cruz, estuvieron latentes, y en donde la estabilidad institucional del líder boliviano se encontró jaqueada de forma permanente. El empate electoral entre los triunfos a nivel nacional de Morales y los regionales de la “medialuna” caracterizó el contexto 2007-2009. La reelección del primer mandatario en 2009, por un porcentaje histórico del 64% permitió pasar a una nueva etapa política.

La segunda presidencia de Evo Morales coincidió con el mejor momento económico de la historia de Bolivia y el de mayor estabilidad política de sus tres presidencias. La bonanza económica del país provino en esta etapa de los elevados ingresos por exportaciones: en 10 años pasaron de 2.000 millones de dólares a los 10.000 millones. En ese contexto el gasto público se incrementó por más de cuatro veces desde el inicio del primer mandato, lo que generó un aumento de la demanda popular histórico. La inversión pública se sextuplicó en los primeros cinco años, y para finales de la segunda presidencia se encontraba en un 11% del PBI. La política social del gobierno (basada en los distintos “Bonos”) se extendió en este segundo mandato y alcanzó a más de 3 millones de bolivianos y bolivianas, un tercio de la población. Con estas medidas al finalizar el segundo mandato el gobierno bajó la pobreza extrema urbana a 14%, y la rural de 63% a 43%.

La performance económica y social se tradujo al comportamiento electoral y le permitió a Morales volver a reelegirse con guarismos contundentes: 61% de los votos y una ventaja casi del 40% al segundo y 50% al tercero, dos candidatos egresados de universidades norteamericanas. En ese sentido, el líder boliviano superó una vez más sus propias marcas, ya que se trató de un triunfo más homogéneo en términos territoriales. Si en el 2009 la fortaleza de sus bastiones de Occidente le permitió compensar las derrotas en la “medialuna”, esta vez la victoria fue en ocho de los nueve departamentos del país. Sólo Beni escapó del “Huracán Evo”, pero tanto Tarija, Pando y la ultraopositora Santa Cruz cayeron en manos del masismo. Eso sí, el aumento de votos en territorio opositor se compensó con una disminución de sufragios en las “zonas propias”. La tercera presidencia de Evo Morales comenzó con muchas tensiones internas y con el campo opositor. El intento re-reeleccionista del primer mandatario colisionó frente a una campaña sucia opositora y con las desconfianzas internas hacia la perpetuación del primer mandatario en el poder. A pesar de ello, Morales avanzó ahora, sin la legitimación de una mayoría electoral, hacia una la concreción “institucional” de la reelección indefinida.

LAS PERSPECTIVAS

Las última elecciones en donde se votaron a los miembros de las Autoridades del Órgano Judicial y del Tribunal Constitucional Plurinacional, y en las que la oposición jugó a la abstención puede verse un mapa de lo que puede presentarse a futuro: un oficialismo, que aún con desgastes y algunas disidencias internas, tiene un voto fiel superior al 35%, y una oposición que con su unidad está logrando revertir electoralmente sus congénitas diferencias internas. La Agenda 21F, el embrión de la unidad opositora se encuentra ante el desafío de batir la hegemonía política de Morales, desde una lógica similar a la de la fracasada oposición venezolana. Al igual que la MUD, la oposición boliviana levanta las banderas del pluralismo democrático en su lucha contra la “dictadura evista”. El Gobierno encara el último año y medio de su tercer mandato con importantes fortalezas, un liderazgo potente y los desgaste evidentes de más de 10 años de administración. Y lo hace apostando a una jugada audaz y muy arriesgada: presentando una vez más la candidatura de Evo Morales.

LA REGION Y LA SUCESION

Llegados a este punto, emerge el segundo elemento decisivo que tiene que ver con un contexto regional sumamente particular. Cuando Evo llegó al gobierno y acumuló recursos de poder de distinta clase (institucionales, de apoyo popular, financieros, de estrategia política, comunicacionales) lo hizo en un marco de respaldos regionales por parte de gobiernos afines ideológicamente. Ese escenario ha cambiado y Bolivia está literalmente “rodeada” de gobiernos de derecha, en el que la última novedad es el regreso de Sebastián Piñera al Palacio de la Moneda, Tampoco augura un trato amistoso la presidencia del estadounidense Donald Trump, en un país en el que “la embajada” fue históricamente un factor de poder y, para el “líder cocalero”, de problemas.

En este contexto es que se desarrolla ahora el debate y las tensiones por la habilitación de una nueva reelección para Morales. Esta es la forma en la que el oficialismo boliviano busca lidiar con un problema clave que han mostrado los llamados “populismos” sudamericanos, los gobiernos del “giro a la izquierda” en la región: el de las sucesiones. Hasta hoy el recambio “más exitoso” en el interior de estos gobiernos fue el venezolano y en un contexto de fortísimas tensiones. Luego de esta sucesión presidencial “obligada” por la inminencia de la desaparición física de Hugo Chávez, también fue relativamente exitosa (paradójicamente) la de Dilma Rousseff, a pesar de su destitución a los dos años del triunfo electoral de 2014. Elegida por el “dedo” de Lula, Dilma logró triunfar en dos oportunidades. Los casos de Daniel Scioli en Argentina y el de Lenin Moreno en Ecuador, por distintas razones, evidencian que las relaciones entre el líder saliente y el entrante no siempre son las mejores. La dificultad en encontrar figuras de recambio en el Frente Amplio uruguayo y en el centroizquierda chileno revela también una problemática que se extiende algo “más allá” de los “populismos”.

En Bolivia, Evo Morales decidió no pasar por los sinsabores de las sucesiones sudamericanas y apostó a su propia reelección. Lo hizo, a diferencia de Chávez quien apeló al voto popular, por los caminos institucionales de la nueva legalidad impuesta en el país a partir de 2008. Una jugada novedosa para las estrategias regionales de sucesión presidencial.

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