(Columna de Luis Tonelli, director de la carrera de Ciencia Política de la FSOC-UBA)
Distintos gobiernos argentinos fallaron en sus previsiones sobre cómo actuaría el gobierno de EE.UU. en varias oportunidades. Una vez más, volvió a pasar.
Hay un problema de percepción que el Gobierno argentino no deja de cometer (y no es el primer gobierno argentino que lo comete): pensar que los sistemas de decisión son iguales en todo el mundo. La Presidenta ha manifestado muchas veces “que en todas partes se cuecen habas” para exculparse de sus críticas. Puede ser, pero lo cierto es que las recetas para cocinarlas son diferentes, y la falta de comprensión de esos detalles han llevado a catastróficas equivocaciones (la peor de ellas, quizás, la decisión de recuperar las Malvinas por la fuerza, en la percepción equivocada de que “los ingleses no vendrían”, que la “Royal Navy estaba desmantelada” y que “Estados Unidos estaba de nuestro lado”).
Pero no sólo las dictaduras argentinas cometieron falsas lecturas de la realidad. Sin ir más lejos, en el 2000, prominentes miembros de la UCR decían que “había soga” para negociar con el FMI porque la Argentina era “too big to fail”, y que los organismos internacionales tenían miedo de un “efecto dominó” en la región si caía la Argentina. Resulta que blindaron al resto de los países de la región, y nos cocinaron en nuestra salsa en un “efecto cazuela”, para escarmiento de todos.
Una de las más graves “falsas lecturas” que cometen los gobiernos argentinos es el de creer que el sistema político estadounidense es igual al nuestro. Que un presidente de Estados Unidos tiene el mismo poder para tomar decisiones de política interna que el presidente argentino (mutatis mutandis) y, especialmente, que los diferentes órganos que componen la compleja maquinaria institucional estadounidense se encuentran coordinados jerárquicamente.
Dicha comprensión es necesaria para satisfacer ciertos requerimientos que impone la lectura política que denuncia al imperialismo: se necesita que Estados Unidos, o por lo menos su gobierno, tenga una unidad de criterio, para habilitar así las teorías conspirativas de las decisiones que toman las agencias del “Imperio” americano. De no existir esa unidad, entonces, los órganos mismos de control del gobierno de Estados Unidos develarían la trama de la conspiración y esta no tendría lugar o, al menos, podría quedar aclarado lo que sucedió.
En realidad, el enorme gobierno de los Estados Unidos no sólo se caracteriza por una división de poderes mucho mayor que la que se da en la Argentina, por la existencia de controles de accountability horizontal muchos más estrictos sino también por diferentes posturas entre diversas dependencias del gobierno federal que representan intereses contradictorios, sin primar a priori ninguna de ellas. Así el Departamento de Estado puede estar a favor en una determinada cuestión, pero el Pentágono no, y laudar el Departamento de Comercio o el de Asuntos Nucleares. Todo se potencia cuando impera la “razón populista” que demanda tener un enemigo, como forma de llenar de contenido el “significante vacío” de “pueblo” (diría Laclau).
LAS LECTURAS
Un ejemplo de garrafal falsa lectura fue la que realizó Cristina Fernández cuando, recién asumida como Presidenta, debió asumir el escándalo de la valija de Antonini Wilson. Se dice que la Presidenta aún cree que fue una trampa tendida por la CIA para deslegitimar a su Gobierno desde el inicio, y lo cierto es que el camino que se decía que ella iba a transitar, de recomposición de relaciones con Washington y de reconstrucción institucional se frustró, para comenzar un alineamiento con Venezuela y Hugo Chávez.
La reciente frustrada expectativa frente al fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos es solamente otro episodio de esta saga de falsas lecturas. El Gobierno argentino, parte de la oposición, y hasta el “mercado”, descontó que la Corte no se metería en problemas y patearía la cuestión para adelante pidiendo consejo al Departamento de Estado. El Gobierno se había dado cuenta de la gravedad de la situación cuando (1) comenzó a necesitar del odiado financiamiento internacional, (2) al tener que revisar sus bravatas en la negociación con los holdouts.
El retroceso en chancletas del kirchnerismo sobre la cuestión llevó al típico overshooting, como dicen en la jerga anglófila de la City para ganar en poco tiempo la reputación inexistente y Axel Kicillof entonces no dudó en negociar con Repsol, con el CIADI y con el Club de París, cediendo generosamente a sus demandas. Como era obvio, el Gobierno se jactó de haber mantenido al malvado FMI fuera de la mesa de negociaciones, aunque quizás su monitoreo hubiese sido favorable esta vez al país. Simultáneamente, el Gobierno argentino consiguió el apoyo de Francia, de China, de Brasil, de México, y de parlamentarios ingleses. También prominentes miembros de la oposición argentina hicieron la lectura mayoritaria de que la Corte se lavaría las manos comprando tiempo, y algunos de ellos viajaron a Washington, muchos por patriotismo y otros seguramente con la percepción equivocada de que el fallo de la Corte iba a ser anunciado como un triunfo por el Gobierno, y no querían que el kirchnerismo se llevase los laureles solos. En realidad, tendría que haber primado la lectura opuesta: si el Gobierno invitaba a compartir la gloria, era porque esta vez la gloria era muy difícil de conseguir. La Corte Suprema estadounidense, como quedó claro, se atuvo a la jurisprudencia de no revertir fallos de primera y segunda instancia unánimes, siquiera pateando la pelota afuera.
Ahora el Gobierno enfrenta un dilema: ser fiel a su discurso intransigente y desconocer el fallo de la Corte ?lo cual abriría el cauce a la crisis y a la ingobernabilidad justo antes de las elecciones presidenciales del 2015? o bien, sentarse y negociar con los holdouts, como todo indica que va a hacer. Si uno se deja llevar por lo que el Gobierno hizo en otras oportunidades, entonces aprovechándose de las licencias poéticas que otorga el idioma español ?en su variante argentina? el kirchnerismo se sentará a negociar y adaptará el relato a las nuevas circunstancias, para acomodar los hechos de forma tal que la Presidenta aparezca como la cancerbera de los intereses nacionales (cuando en realidad cederá a la sempiterna postura del cruel capitalismo internacional: mi comprender? perou tiene que pagarrr!!).