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Ganar, defender, dividir

26 septiembre de 2016

El PRO enfrentará un escenario electoral inédito el año que viene y necesita candidatos adecuados para ese desafío.

Propuesta Republicana necesita más dirigentes. Nunca le había pasado a un partido nacional en el gobierno. A nivel provincial, sí. Por ejemplo, cuando Fabiana Ríos ganó las elecciones de Tierra del Fuego, su partido político distrital tenía menos afiliados que la cantidad de cargos que necesitaba cubrir para desembarcar en la gobernación. Y tuvo que importar gente de Córdoba, Rosario y Buenos Aires, como manda la tradición fueguina. Al PRO, un partido que se gradúa de nacional el día que ganó la elección presidencial, para colmo le tocó administrar la Nación, la Ciudad y la Provincia en forma simultánea.

Como se sabe, el PRO resolvió parte de ese déficit convocando a gente proveniente de otros partidos, gerentes de empresas privadas, y consultores varios. Es así que el gobierno nacional hoy tiene un “centro” o núcleo duro en la Casa Rosada, donde se respira una identidad PRO originaria, y “periferias” neomacristas en los ministerios, donde conviven macristas de hasta 12 años de añejamiento con otros que acaban de sumarse y ni siquiera cuelgan los cuadros del Presidente en sus despachos. No importa: estos últimos, para las elecciones intermedias de 2017, ya serán macristas en pleno uso de sus facultades. Salvo que sean demasiado radicales.

El proceso de macrización es rápido, o al menos así había funcionado. Siempre y cuando los nuevos entren con ganas de pertenecer. Nunca hubo problemas con la incorporación de peronistas o radicales al PRO que gobernaba la Ciudad Autónoma, porque se sabía que se convertirían en propios en poco tiempo. Paradójicamente, una vez que se formó la alianza Cambiemos, los radicales ya dejaron de ser convertibles, porque ingresan como radicales.

El problema del déficit se va a agravar con las elecciones de 2017, porque los pocos que son están todos ocupando puestos. Una solución peronista serían las candidaturas testimoniales, pero salvo Jorge Macri en 2009, el PRO siempre rechazó ese mecanismo. El PRO no podrá contar con ninguno de sus candidatos con experiencia (Macri, Michetti, Vidal, Rodríguez Larreta, Pinedo, etcétera) y, para colmo, necesita ganar una elección nacional que se juega simultáneamente en 24 distritos electorales. Porque si no la gana, sobrevendrán calamidades de todo tipo.

Lo ideal sería provincializar las elecciones, para que la figura del presidente no quede tan expuesta. Pero sería una estrategia difícil de instrumentar, porque Cambiemos solo gobierna en un puñado de provincias. En la CABA y la provincia de Buenos Aires tal vez los candidatos del PRO puedan hacer campaña defendiendo sus gestiones distritales, o un mix nacional-provincial -de hecho, hace meses que María Eugenia Vidal estrenó el color verdepero en Santa Fe o Formosa necesita nacionalizar. Para que ello sea posible, además, va a ser necesario una economía reactivada y un público satisfecho.

Así las cosas, el PRO necesitará candidatos que estén en condiciones legítimas de defender la gestión durante la campaña. Esto difiere notoriamente de una estrategia dominante del PRO en sus tres elecciones nacionales previas, que fue el reclutamiento de candidatos conocidos y con capital electoral propio para terciar en la competencia con los partidos establecidos. En 2017, salvo algún caso excepcional, un “famoso” puede traer problemas, por más articulado que sea ante las cámaras de televisión. La próxima elección va a ser acerca de la evaluación de la gestión macrista. ¿Y desde qué lugar puede salir a defender las medidas del gobierno alguien que no gobierna, ni está identificado con el gobierno?

No está fácil. El oficialismo necesita un ejército de candidatos pertenecientes al gobierno, identificados con él, mejor macristas que de partidos aliados, y en condiciones de ganar las elecciones en los 24 distritos. Y no los tiene. Donde pueda, intentará bajar a sus ministros y funcionarios a las listas, aunque la mayoría de ellos son porteños o bonaerenses. Luciano Laspina es rosarino, y le toca renovar. Frigerio es entrerriano, Martínez es riojano, Buryaile es formoseño. No todos querrán dejar sus cargos por bancas. Se hará lo que se pueda.

Algunos integrantes del oficialismo nacional imaginan que es posible apostar a la división de sus adversarios peronistas para intentar quedar en primer lugar. Eso es factible en distritos como la provincia de Buenos Aires o Córdoba, pero no en la mayoría de los distritos gobernados por el peronismo con un gobernador hegemónico. En la lectura de los resultados del lunes, el oficialismo deberá sumar porcentajes y no provincias o bancas. Y eso, también, lo lleva por el camino de la nacionalización.

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