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Ganarle al kirchnerismo es un objetivo mediocre

15 abril de 2011

(Artículo publicado en la edición Nº28)

Los radicales no pudieron ponerse de acuerdo para una interna pero discuten sobre alianzas con terceros

Estados Unidos y la Unión Soviética se unieron para derrotar a la Alemania nazi. Las razones de esa alianza contranatura son evidentes: el enemigo común era más

monstruoso que sus alternativas. En 1999, Menem cumplió el papel de Alemania para los radicales, ex peronistas y progresistas variopintos que lo enfrentaron. La experiencia enseña que el riojano no era tan malo como Hitler ni sus antagonistas tan exitosos como los Aliados.

En 2011, las fuerzas opositoras intentan resucitar la estrategia. La idea no es

universalmente mala: al kirchnerismo, por ejemplo, le conviene. Los perjudicados serían la representación, la institucionalidad y la gobernabilidad. Sorprende la profusión de émulos de De la Rúa. La representación no se da en el vacío: la mayoría de las personas manifiesta con su voto una identidad social o un interés colectivo,

y no sólo una preferencia personal.

En palabras de Alejandro Dolina, votamos a los que se nos parecen. Como los peronistas consiguen parecerse a casi todos, dependiendo de la década y la hora, han comenzado a absorber gente que se situaba al otro lado de la frontera. Este fenómeno es novedoso: la división entre peronismo y no peronismo fue relativamente

impermeable hasta el kirchnerismo.

Hoy, sin embargo, hay gobernadores (en Tucumán y Misiones) e intendentes (empezando por el de Olavarría) cuyo pasado es impecablemente radical, su presente es kirchnerista y su futuro peronista. El gobernador de Santiago del Estero amenaza ser el próximo converso. Esto para no hablar de las historias cotidianas, como recordaba hace poco Luis Gregorich, de familiares y amigos que pasaron del gorilismo

crudo al kirchnerismo ciego. Contra el sentido común de muchos líderes no peronistas, la polarización no los favorece.

Antagonizar al kirchnerismo, coser retazos y plantear 2011 como la batalla final no detiene la hemorragia sino que la acelera. Es necesario identificar lo que habrá hecho de bueno el Gobierno para seducir a tantos huérfanos de la política de partidos (como los definiera Juan Carlos Torre). En caso contrario, huérfanos quedarán los dirigentes. Las aventuras de quienes no se entienden para hacer una interna partidaria pero a su vez cada uno pretende acordar con terceros, configuran el extremo más hilarante.

La institucionalidad sufre cuando la política divide pero no agrega. La función de los partidos es siempre doble: la lucha y el compromiso, la movilización y la gestión. Hoy,

el Congreso y la administración argentinos funcionan mal por falta de profesionalización, y la solución requiere acuerdos políticos amplios. Si es cierto que el gobierno de los Kirchner dividió al país, parapetarse en la otra trinchera cristaliza el problema en lugar de resolverlo. Para establecer políticas de Estado, como para bailar el tango, hacen falta dos.

La gobernabilidad es la cuestión más sensible, porque la representación y las instituciones son la jactancia de los politólogos. El próximo gobierno tendrá que ajustar: la alta inflación, la baja inversión y la volatilidad de los mercados globales van a poner a la economía argentina bajo estrés. En Brasil, Dilma ya empezó a cortar drásticamente el gasto público y mantuvo el salario mínimo sin aumentos, aun contra las críticas de los sindicatos y la derecha que querían aumentarlo.

Los Kirchner disfrutaron de las vacas gordas, pero los tiempos están cambiando y se imponen políticas anticíclicas de restricción del gasto. ¿Con qué mayorías legislativas

y acuerdos sociales pretenden desarrollarlas los dirigentes opositores si vencen en octubre? Porque una cosa es la decisión de incendiar el país que tomaron Cavallo

y Guido Di Tella en 1989 para ganar la elección, y otra cosa es el incauto que, al lado

del fuego, se rocía con nafta pensando que toma una ducha.

La obsesión opositora no puede limitarse a la revancha en octubre sino a gobernar

después. Si el ciclo no está maduro, repetir la experiencia de la Alianza no es una posibilidad sino una certeza. Conviene planear para el 2015: en parte, porque hacerlo con responsabilidad augura un mejor 2011.

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