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Geopolítica y desarrollómetro

02 octubre de 2015

No se recuerda una campaña electoral tan teñida, como ésta, de una reivindicación ideológica del desarrollismo, la escuela argentino-brasileña de economía nacida en los '60.

Todos por el desarrollo. La fundación programática de Daniel Scioli se llama Desarrollo Argentino (DAR), Mauricio Macri se declara admirador de Arturo Frondizi y Sergio Massa formó un equipo económico que es, según dice, el “auténticamente desarrollista”. No se recuerda una campaña electoral tan teñida, como ésta, de una reivindicación ideológica del desarrollismo, la escuela argentino-brasileña de economía nacida en los '60 que tuvo más políticos que teóricos. Se ha dicho que el desarrollismo es la expresión positiva, o propositiva, de la heterodoxia suramericana que, por definición, no puede ser otra cosa que una discusión con una ortodoxia dada. Pero a varias décadas de su nacimiento su agenda debe estar explicitada para que todos sepamos de qué estamos hablando cuando hablamos de desarrollismo.

Hoy, el desarrollismo es de todos: un significante sin connotaciones negativas para nadie. Y si desarrollistas somos todos, así como todos somos peronistas y alguna vez todos fuimos radicales, entonces no tardará en surgir un desarrollómetro para medir el desarrollismo auténtico, a imagen y semejanza del conocido peronómetro que se utiliza para demarcar identidades y pertenencias dentro y fuera de la unidad básica.

Macri está por jugar la carta de la sangre: en octubre, se consolidará la figura de un Rogelio Frigerio como su referente económico. Pero en esta modesta crónica, vamos a proponer un test no hematológico para determinar cuál de los tres es el verdadero desarrollista: evaluar la visión geopolítica de cada uno.

En Argentina y Brasil, durante los años 60 y 70, la geopolítica ?que no es exactamente lo mismo que relaciones internacionales, ni que política exterior? estuvo muy ligada al proyecto desarrollista. Los desarrollistas tenían una explicación acerca de por qué había países desarrollados y subdesarrollados: porque la estructura económica y comercial internacional era desigual, con países que producían manufacturas industriales arriba y países productores de materias primas abajo, y que esa desigualdad era creciente por el deterioro de los términos de intercambio. Frase que, hasta Raúl Alfonsín inclusive, fue moneda corriente en nuestro vocabulario político. Y el programa político de los desarrollistas era una alianza entre un Estado activo y los empresarios nacionales -algunos también metían en la ecuación a los trabajadores sindicalizados- para promover la industrialización rápida de los países del sur y reducir, por ese camino, la brecha que los separaba del norte desarrollado.

En el Siglo XXI, con la revalorización de los recursos naturales que destronó la tesis del deterioro de los precios primarios, los neodesarrollistas plantean que los altos precios de los alimentos, los minerales y la energía no serán para siempre, y que los países como Argentina y Brasil deben utilizar el superávit de la venta de materias primas para financiar la industrialización. O sea, que las retenciones son desarrollistas (siempre y cuando se combinen con políticas industriales acordes).

Lo anterior implicaba una visión acerca de cómo había que actuar en el plano internacional: con alianzas y estrategias diplomáticas para construir un mundo menos desigual entre países ricos, medianos y pobres. Pero ahí no se agotaba la geopolítica desarrollista. Ahí empezaba. La clave eran las transformaciones geográficas que debían hacerse fronteras adentro, y en el plano regional, para que un país estuviese en condiciones óptimas de mejorar su posición en el mundo. Ello implicaba una gran agenda geoeconómica: integrar las regiones y las poblaciones, beneficiar con políticas activas a las regiones más rezagadas, construir infraestructura para exportar, bajar los costos logísticos y energéticos para producir, explotar los recursos naturales con planes de largo plazo, etcétera. El desarrollo territorial, en esta visión, se transformaba en el norte de todas las políticas públicas nacionales. Lo anterior no era un conjunto de objetivos, que pueden sonar muy lindos así enunciados y sin programas que los sustenten. En el debate geopolítico desarrollista competían los diferentes planes de desarrollo. En Brasil, Mario Travassos y sus continuadores discutían los “antagonismos geográficos” y las prioridades que debía enfrentar el país para concretar la agenda desarrollista y, en Argentina, la inestabilidad política conspiró contra la planificación. Pero se proponía y se debatía mucho.

Las Fundaciones DAR y Pensar, y los equipos de Massa a través de su Plan Quinquenal, presentaron propuestas de desarrollo de infraestructura y la cadena agroindustrial que se vinculan con la agenda anterior. Probablemente, el plan de desarrollo de cadenas de valor que presentó la sciolista DAR semanas atrás sea el que más se acerca a este enfoque, y ubican a Scioli a la delantera del desarrollómetro. Pero aún hay muchos otros temas de la agenda desarrollista por aparecer.

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