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Gobernabilidad vía crisis

08 mayo de 2015

¿Se podrá dejar atrás el actual modelo económico con una transición suave? Ese es el desafío para los que vienen.

¿A cuál se parecerá más esta transición presidencial que se viene? ¿A la de Alfonsín-Menem? ¿A la de Menem-De la Rúa?, ¿A la de Duhalde-Kirchner? Para los que hablan de “fin de ciclo” y del “cambio total”, parecería que esta transición recuerda a la que tuvo lugar bajo los fuegos de la crisis económica que llevó a la hiperinflación a finales de los '80. Crisis que enterró la discusión sobre el Estado de Bienestar e impuso el “relato” neoliberal de la “cirugía mayor sin anestesia” “ramal que para, ramal que cierra” y la “economía popular de mercado” y una de las mayores refundaciones en la relación EstadoMercado de la Historia argentina.

También están los que consideran que esta transición se parecerá a la de Menem-De la Rúa: más bien lo que se demanda mayoritariamente es un cambio de estilo, antes que un cambio de modelo económico. La “gente” sigue siendo tan estatista como lo es desde que se derrumbó la convertibilidad y no hay visos de un “promercadismo” rampante que se viene. Así como De la Rúa ganó prometiendo un “uno a uno + honestidad”, la ciudadanía luego de las frustradas prognosis apocalípticas comenzaría a evaluar más positivamente la mediocridad reinante, y se esperanzaría con que la salida de CFK de la Presidencia implique una reversión de las expectativas negativas. Así volverían confianza e inversiones.

Por último, están los que creen que está transición será parecida a aquella en la que el senador a cargo de la Presidencia de la Nación Eduardo Duhalde, le pasó la banda a Kirchner. O sea, continuidad y progresiva autonomización del Presidente entrante del Presidente saliente, y paulatino mejoramiento de la situación económica. Entonces hemos experimentado en democracia una transición presidencial con cambio catastrófico, otra con continuidad y cambio catastrófico y, la última, concontinuidad y consolidación. Ahora consideremos un poco la transición que viene: en un punto, los tres candidatos que encabezan las encuestas representan un cambio rotundo respecto al kirchnerismo en lo que se refiere al estilo. Scioli, Macri y Massa se presentan moderados, conciliadores, consensuales, dialogadores, y todos esos antónimos a la década ganada (por los K).

La cuestión se vuelve más complicada de analizar cuando se incluye la cuestión económica. No todos ni mucho menos consideran que el cambio en el estilo debe también significar un cambio económico de 180 grados. Por ejemplo, una porción de los que voten a Daniel Scioli pueden admitir un cambio no solo de estilo si no de modelo político (o sea, uno en donde la influencia K sobre el próximo presidente vaya reduciéndose al mínimo), pero no estarían dispuestos a aceptar el fin de los fundamentos de la política económica de esta década. De este modo, no podríamos entonces concluir que estas elecciones representan un “fin de época”.

De todas maneras, aunque el ciclo económico no está terminado ya que no nos encontramos en el medio de una crisis sistémica, con todo yéndose al diablo como en el 2001, pero sí, el modelo da muestras de estar agotado y que no es posible brindarle solo un service de mantenimiento. El desafío entonces parece ser el siguiente: tanto el que tiene la retórica de la continuidad (Scioli) como el que tiene la retórica del cambio (Macri) como el que tiene la retórica del cambio justo (Massa), van a tener que realizar un complejo manejo de las expectativas para ir haciendo los cambios necesarios al modelo sin sufrir una prematura perdida de apoyo que puede hacerles muy complicado el resto de su presidencia.

Esto obviamente contrasta con la visión del mercado que aconseja ir comprando paraguas para atajar los billetes que van a caer desde el cielo sobre nuestras cabezas y también la que considera que tenemos que seguir con el modelo de acumulación redistributiva con matriz diversificada y so on. Digamos que la etapa de vivir de la soja hace tiempo ha terminado y simultáneamente no hemos ganado demasiada competitividad en nuestras exportaciones no agrícolas, ni nuestro mercado interno atraer inversiones como para entrar en un círculo virtuoso de crecimiento y desarrollo. Ergo, tenemos que endeudarnos y para ello se debe resolver los problemas en el frente externo, cuyo primer cuello de botella es la cuestión de los holds outs.

Dejemos a un lado la cuestión de para qué se va a utilizar el endeudamiento, cuestión crucial para no pasar de un “populismo de la soja” a un “populismo de la deuda”, para en una nueva crisis, devaluar y volver a empezar el ciclo. Debemos canalizar ese endeudamiento a proyectos productivos y atraer inversiones a mediano y largo plazo (cosa fácil y rimbombante para decirla y de difícil concreción). Pero ya la cuestión de ocuparnos de los hold outs habla a las claras de los desafíos de gobernabilidad que enfrentará el nuevo gobierno, cualquiera sea el candidato que ganelas elecciones. Porque para arreglar ese embrollo se necesita una ley del Congreso y la fragmentación que puede generar la persistencia de varios candidatos competitivos luego de las PASO, demandará una muñeca muy hábil para juntar representantes de varios pelajes.

Y si la oposición tiene el problema de dispersión de fuerzas, el oficialismo tiene el problema del conflicto interno entre los elementos más kirchneristasy los del peronismo más clásico. O sea, a los dos les entra la preocupación de cómo se va a poder gobernar todo esto.

Una visión optimista es que el futuro Presidente barrerá más que escoba nueva y que podrá enviar un paquetazo al Congreso que arregle hold outs, subsidios y tarifas de un saque. Claro que el riesgo puede ser enorme. Todavía el radicalismo se acuerda de lo que significó el traspié de la Ley Mucci, y se sabe que quien se quema con leche sopla después hasta el yogurt. Por el otro lado, el Presidente se verá urgido de dar señales de que todo comienza a funcionar mejor, para consolidar su poder, fidelizar su coalición de gobierno y ganar las elecciones de medio término, si no quiere pasar a ser, más que un pato rengo que ya no puede aspirar a la reelección, un pato cuadripléjico con problemas para terminar su mandato en tiempo y forma.

Todo lo cual habla de que el tiempo que se viene no será de soplar y hacer botellas, sino de una situación compleja, plagada de inconsistencias y trampas que deberán sortearse apelando al sentido de la oportunidad y haciendo política. De todas maneras, la situación no es de restricción absoluta como en tiempos del corset mortal de la convertibilidad y hay herramientas económicas para poder intentar también una transición a un modelo que permita abrir la economía a inversiones y endeudamiento (controlado).

Lo que es notable, es que si esto sucediera, sería la primera vez que se deja atrás un modelo económico con una transición suave sin que estalle previamente. La password de la gobernabilidad argentina ha sido siempre la palabra crisis, y esa vía crisis para gobernar, ha significado siempre un via crucis para los que menos tienen. Una nueva crisis sería catastrófica y enterraría los sueños de lograr alcanzar el desarrollo que hoy prometen todos los candidatos.

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