(Columna de Fabio Quetglas, investigador asociado de CIPPEC)
Tenemos un particular desafío: un país casi vacío y una metrópolis tan “condicionante” (incluso de la política) que coexiste con un mundo ávido de espacios.
Los problemas de gobernabilidad metropolitana, el buen momento de la economía pampeana, el paso planetario a una economía de nuevo cuño y el contexto demográfico global ameritan colocar el orden territorial en la agenda pública. Tenemos un particular desafío: un país casi vacío y una metrópolis tan “condicionante” (incluso del proceso político) coexiste con un mundo ávido de espacios.
Existen restricciones para implementar un modelo sensato de ocupación del territorio. Las más importantes son las conceptuales, como identificar esta cuestión como una tensión entre “ciudad y campo”. Si revertimos la macrocefalia será porque ciudades distintas a Buenos Aires, Rosario o Córdoba y sus conurbaciones adquieren un dinamismo marcado y crecen sostenida (y calificadamente) por encima del promedio nacional. Es decir, la alternativa no es “la vuelta al campo”, sino que nuestras ciudades medianas y pequeñas resulten atractivas y contribuyan a la competitividad de su entorno.
Para ello hay que romper el mito de la “ociosidad” de las ciudades. Incluso para el crecimiento de nuestro potencial agrario se requiere de nodos logísticos próximos, servicios profesionales, centros de provisión y reparación de máquinas, laboratorios de investigación y otras actividades urbanas.
Lo dicho no significa relegar el campo sino resignificar la totalidad del territorio. Cien o más ciudades argentinas de entre 10.000 y 300.000 habitantes podrían retener población y atraer migración de tener una política consistente con una decena de instrumentos fiscales, de oferta de suelo y conectividad física, entre otros. Pero es impensable que esas ciudades crezcan poblacionalmente sin inmigrantes. La Argentina ?generosa en política de inmigración? no combina la receptividad con una lógica de estímulos territoriales y concentra la inmigración en las áreas metropolitanas.
La segunda restricción es la ausencia de una precisa comprensión de las tendencias demográficas y sus explicaciones. Estas intervenciones no pueden apoyarse en prejuicios o posiciones desinformadas. Es necesario cruzar esto con la emergencia de un nuevo modelo social, vinculado con la economía del conocimiento, de la sostenibilidad, de la movilidad responsable y de un uso razonable de la energía. La industria “clásica” requería de la escala, lo que explica la explosión urbana. Las ciudades del futuro serán las ciudades de la calidad de vida, que asocien a sus capacidades productivas la investigación, los servicios avanzados, la convivencialidad, etcétera. La territorialidad de la “nueva economía” asoma como más compleja. Hay que pensar en la relación existente entre la base tecnoproductiva y la organización territorial. La Argentina tiene riesgos demográficos serios: envejecimiento de las zonas centrales de sus ciudades, envejecimiento de sus pequeñas localidades y la emergencia de conurbaciones pobres y muy jóvenes.
En este contexto, un nuevo paradigma territorial debe poner en discusión algunas cuestiones. En primer lugar, es necesario analizar la fiscalidad de las ciudades y cómo trata a las distintas actividades económicas asentadas en los territorios. Además, es vital indagar en la política de inversión pública, incluyendo el debate sobre el modelo de cofinanciamiento entre niveles de gobierno. Por supuesto, también es importante la política de subsidios, que no puede ser un término demonizado, pero sí usado con conocimiento de costo y resultado.
Por otro lado, hay que analizar la oferta de bienes públicos sofisticados, en especial la oferta universitaria pública y la salud de media y alta complejidad, porque la atractividad urbana es concreta y evaluable y, a paridad de ingresos, las personas prefieren vivir donde hay mejor oferta de servicios públicos. También son significativas las vinculaciones interurbanas. La lógica del tiempo y de la conectividad está reemplazando a la lógica de la distancia: no importa tanto a cuántos kilómetros estoy, sino en cuánto tiempo puedo acceder de modo seguro y económico. Además, es necesaria cierta reconfiguración del sistema financiero.
En la Argentina el flujo financiero es centrípeto: se captan recursos en toda la geografía, pero se concentra el otorgamiento de préstamos en las áreas metropolitanas, a raíz de una mayor formalización económica. Y dada la inestabilidad macroeconómica, se generó una propensión a orientar la cartera al consumo, concentrado en las ciudades grandes. No es un nudo problemático irresoluble. La Argentina puede revivir en parte un renovado desafío fundacional. Parafraseando a Juan B. Alberdi, ha llegado el momento de entender que gobernar es poblar?bien.