En Argentina, contrariamente a lo que ocurre en casi todas las democracias del mundo, nunca hubo un debate entre candidatos a la Presidencia. Pero puede ocurrir el año que viene.
Las recientes experiencias eleccionarias en Brasil y Uruguay dejaron en evidencia un déficit de la cultura política argentina: la falta de debates presidenciales. Dilma Rousseff se enfrentó más de diez veces con sus rivales de cara a las últimas elecciones. Tabaré Vázquez, Lacalle Pou, Pedro Bordaberry y Pablo Mieres compartieron un panel durante Expo Prado, la mayor muestra agropecuaria del país, para discutir sobre la hoja de ruta económica que debía tener el próximo gobierno. Hay debates en Chile, Paraguay, Perú, Colombia, y por supuesto, en Estados Unidos. ¿Por qué no en Argentina?
Es cierto que a nivel subnacional hubo algunas experiencias. Al pionero debate entre Dante Caputo y Vicente Saadi (1984), se le sumó el que protagonizaron Juan Manuel Casella y Antonio Cafiero (1987), Domingo Felipe Cavallo y Aníbal Ibarra (2001), y las experiencias recientes de los candidatos a gobernadores de Córdoba, Mendoza y Santa Fe (2011) y de aspirantes al Congreso Nacional en representación de Tucumán (2009), Mendoza, Chaco y la ciudad de Buenos Aires (2013). Sin embargo, no hubo en la Historia argentina ningún debate presidencial.
¿Por qué? Para el politólogo y director ejecutivo de Cippec, Fernando Straface, “Es la conjunción de dos problemas: de oferta y demanda”. “De oferta porque los incentivos políticos en Argentina funcionan con la lógica de que el que va ganando no tiene que debatir, porque entiende que tiene más votos para arriesgar que para ganar. Y de demanda porque no hay una alta demanda social de que existan debates por parte de la gente”, señala.
Es por eso que el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) lanzó junto a un grupo de empresarios e intelectuales, la iniciativa Argentina Debate, cuyo principal objetivo es lograr que en 2015 haya un debate previo a las elecciones. “Pero no cualquier debate sino uno que sea un bien público, algo que simultáneamente beneficie a muchas personas: básicamente a los electores, pero también a quienes compiten, para que lo hagan en el marco de una mejor competencia”, según el coordinador general de la iniciativa, Hernán Charosky.
Al mismo tiempo, por el programa A dos voces (TN), desfilaron los principales aspirantes a suceder a Cristina Fernández, quienes se comprometieron a celebrar un debate antes de octubre de 2015. El momento fue un show en sí mismo, lo que anticipó las limitaciones que existirán en la búsqueda de un debate serio. “Siempre existe el riesgo de la banalización, la trivialización y la pérdida de valor del debate” cuando se pone en manos de señales privadas de televisión, como señaló a el estadista el presidente de la Televisión Nacional de Chile y ex asesor de campaña de Michel Bachelet, Ricardo Solari. “La televisión solo gana audiencia cuando hay dramatismo e imprevisibilidad, lo que puede llevar a que el debate se convierta en un producto totalmente desechable, más parecido a un reality que a una discusión política”, complementa.
Con aires de espectacularidad, el documento que los precandidatos firmaron -a excepción de Daniel Scioli- se refiere a las próximas elecciones como “un proceso electoral clave para la Historia argentina” y señala que “implica la decisión conjunta de los líderes políticos de dar un salto institucional cualitativo a la democracia”.
Olvidando por un momento que en cada instancia de alternancia los candidatos hacen lo imposible por avecinar ?y generar? un clima de “momento fundacional”, el FpV habrá concluido doce años de concentración política ininterrumpidos; por primera vez desde 2003 el apellido Kirchner no encabezará las boletas; y todo el abanico de espacios ideológicos dirá presente para intentar decidir el rumbo del país en los próximos años: el peronismo (K y disidente), la coalición panradical FAUnen, y Macri, que intentará el camino de la tercera vía. Está claro que no es una elección más. Pero, ¿en cuánto contribuiría a la gente un eventual debate?
La respuesta probablemente no sea única. En Estados Unidos, según Janet Brown, presidenta de la Comisión de Debates Presidenciales, “las encuestas muestran que los votantes toman su decisión final basándose en los debates más que en otros hechos” y el evento es lo más visto en la televisión norteamericana, a excepción del Superbowl. “Sin embargo, eso no equivale a decir que se mete en las mentes de las personas a la hora de decidir a quién votar sino que la información que sacan de estos eventos es valorable. Los ven, aprenden de ellos, los usan”, asegura. Por el contrario, Ricardo Boechat, moderador de uno de los debates televisivos en Brasil, cuenta la experiencia en su país: “En Brasil nunca hubo un gran interés de las audiencias por el debate y salvo por algún caso excepcional, no tuvimos ningún debate que haya decidido el destino de la elección”. Para Rubén Weinsteiner, “sirve en el tramo final para volcar hacia uno u otro lado” a una porción “muy pequeña” del electorado indeciso. “Pero es muy chico ese porcentaje. Como las encuestas, el debate es solo una parte del marketing político”, opina y advierte que “por lo general, el sistema de preferencias de la gente se estructura en instancias previas al debate y en base a otras razones”.
En líneas generales, la experiencia avala sus afirmaciones. Por lo general, los que resultan “triunfadores” de los debates (aceptando la lectura deportista que se hace de estos eventos) ya llegan mejor posicionados antes del enfrentamiento. Asimismo, en muchos casos, un buen desempeño debatiendo no se tradujo en buenos resultados electorales. Es el caso de Mitt Romney, quien se impuso en el enfrentamiento ante Barack Obama según los espectadores, pero fue derrotado por el candidato demócrata en las elecciones; o el caso de Mauricio Macri en 2007 (¿quién no recuerda la promesa de hacer 15 kilómetros de subte por año?), que no evitaron que después de eso el jefe de Gobierno y su partido arrasaran en cada elección porteña.
¿VALE LA PENA?
Cuenta la leyenda que cuando Kennedy ganó la elección presidencial de 1960, confesó en privado: “Me preparé tanto los últimos años para ganar la elección que me olvidé de hablar con la gente que me iba a ayudar a gobernar bien”. El temor a que eso suceda aumenta con la existencia de un debate. ¿Qué impedirá que el debate no se vuelva el centro de atención de los políticos y el principal trampolín a la presidencia, aún por sobre un buen plan de gobierno, un equipo experto de colaboradores o un sólido sustento partidario? Más aún, teniendo en cuenta el enfoque triunfalista y pugilístico que se le suele dar a este tipo de eventos (se suele hablar de “ganadores” y “perdedores” y se lo analiza con parámetros símil deportivos).
“El debate es un acting puro y duro, es un evento político para el cual los candidatos se preparan actoralmente con sus asesores y definen de antemano qué van a decir, a dónde van a mirar, cómo van a mover las manos, cómo se van a vestir, qué argumentos van a plantear”, advierte el experto en comunicación política Rubén Weinsteiner. “Es tan artificial que hay muy poco de autenticidad y de planteos reales de planes de gobierno. El debate en sí, en cuanto a promesas de campaña y a plantearle a la gente qué va a hacer el candidato en su gobierno, tiene muy poco de real”, remarca.
Como contrapartida, desde el Cippec confían en que un debate presidencial ayudaría a debilitar la matriz personalista del sistema político argentino y al fortalecimiento de los partidos en tanto se verían obligados a mostrar un programa de gobierno concreto frente a la ciudadanía. “Desde Argentina Debate esperamos más que microgestos, esperamos contenido. Proponemos debatir el desarrollo, que es más amplio que un producto mediático”, señaló el integrante del Comité Ejecutivo de Argentina Debate, Eduardo Levi Yeyati, durante el lanzamiento de la iniciativa, que ya reunió a siete precandidatos presidenciales por separado para debatir acerca de seis temas clave para el desarrollo, como infraestructura, calidad institucional y relaciones fiscales intergubernamentales.
¿BAJO QUE FORMATO?
Coinciden los expertos: no hay modelo de debate perfecto. En Chile, los debates intrapartidarios previos a las primarias los organiza la televisión pública y para las generales, los organiza la Asociación Nacional de Televisión (Anatel), una sociedad que engloba a los seis canales públicos y privados de la televisión abierta. El debate consta de tres bloques separados por cortes comerciales, en los que los candidatos tienen poco espacio para exponer libremente. La mayor parte del tiempo se la llevan las respuestas a las preguntas que hacen el moderador y tres periodistas designados por las señales, y hay pocos momentos de discusión libre. Al debate, asisten los candidatos de todas las listas, lo que llevó a que en 2013 hubiera nueve candidatos simultáneamente en pantalla.
En Brasil, en cambio, se convoca únicamente a los candidatos con mayor intención de voto y son las cuatro cadenas privadas (Globo TV, Record, SBT y Bandeirantes) las que organizan los debates, cada una con la duración y el formato que eligen libremente. “La señal estatal no tiene mucho peso en Brasil, los niveles de audiencia más altos son de las privadas. Y aunque hay quienes desconfían de sus tendencias políticas, no sucede tanto como en Argentina: ni Dilma va a dejar de ir a Globo por su orientación política ni Globo va a dejar de invitarla”, comparó el moderador del debate presidencial de Bandeirantes, Ricardo Boechat, en diálogo con el estadista.
El procedimiento en los Estados Unidos deja menos librado al azar: una Comisión de Debates Presidenciales es la que los organiza desde 1987, de una hora y media sin cortes, con un único moderador que alterna entre preguntas a los candidatos y tiempo libre de discusión sobre temas que son previamente elegidos por el equipo de especialistas de la Comisión. A diferencia de lo que sucede en Chile, Brasil, Perú y otras partes del mundo, en Estados Unidos no se celebran en estudios de televisión sino en universidades, pero el streaming en vivo del evento es cedido gratuitamente a todas las señales que quieran transmitirlo. Así es, con pequeños cambios, desde el primer debate televisado, en el que se enfrentaron John F. Kennedy y Richard Nixon, en 1960.
¿Cuál sería el modelo ideal en Argentina? Difícilmente haya una única respuesta. En la mesa de negociaciones previa al debate, cada candidato intentará llevar agua para su molino. Discutirán la conveniencia de que se haga con pocas preguntas, con muchas, en la televisión o en una facultad. El favorito en las encuestas intentará hacer valer su intención de voto, el que corra detrás buscará condiciones equitativas. De todo ello, no saldrá el formato ideal, sino el posible. Así todo, como aconseja Weinsteiner, “es fundamental que la institución del debate sea acompañada de un arbitraje serio. Si hacés un debate en TN no es serio y si lo hacés en 678 tampoco”.