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10 febrero de 2016

(Columna de René Palacios)

Blanco fácil de los medios, el Congreso Nacional enfrenta el desafío de mejorar su comunicación con la sociedad en una época marcada por la desafección política.

El Congreso Nacional volvió a ser noticia durante el verano. La baja en la contratación de más de dos mil personas en el Senado volvió a poner en la agenda mediática el funcionamiento del Poder Legislativo con una clara connotación negativa. Sin obviar las claras falencias en el funcionamiento, administración y rol político que tiene el Congreso, esta nota esboza cuáles son las dificultades que tiene para comunicar su actividad en un ecosistema mediático que no favorece la cobertura profunda de los asuntos públicos.

1. LA FALTA DE UNA FIGURA CENTRAL

En una época marcada por la mediatización y personalización de la política, el Congreso no tiene una figura principal para comunicarse con la ciudadanía. Pese a tener autoridades, es un organismo colegiado y se vuelve poco atractivo para los medios de comunicación mucho más propensos a cubrir personalidades.

2. EL DEBATE TIENE MALA PRENSA

El fomento y la construcción del debate político que está inserto en el ADN de las instituciones legislativas tiene problemas para ser valorado por la sociedad. La dinámica de las sesiones, con debates largos e intervenciones cargadas de terminología técnica, atenta contra el entendimiento de una ciudadanía acostumbrada poco o nada a ese tipo de léxico y proceso de actuación. Incluso, el público parecería no percibir las diferencias entre las diversas posiciones políticas. Por otra parte, el estilo agresivo de algunos legisladores ?atacando a sus adversarios? privilegia el mensaje negativo y produce una pérdida de imagen positiva del cuerpo en su conjunto. Como apunta Lucio Guberman, la forma de los debates parlamentarios estaría atentando contra el fondo de los contenidos.

3. LOS PROCESOS NO LE INTERESAN AL PUBLICO

El hecho de que el trabajo del Congreso se concentre más en procesos que en resultados dificulta su capacidad de comunicarse con la ciudadanía. Un proyecto de ley es un proceso muy largo y aun su resultado (la discusión final luego de muchos meses de debate en las comisiones) puede tomar días o semanas. Esos procesos no le interesan a los medios de comunicación ni al público. Como marca Roberto Izurieta, la sociedad moderna está acostumbrada a resultados rápidos (con las comunicaciones e Internet) y hasta mágicos (debido al cine y la televisión) y demanda precisamente eso: resultados mágicos y rápidos. Además, a esto se le suma que, en general, las leyes sancionadas tardan mucho tiempo en producir resultados concretos y palpables para una ciudadanía demasiado impaciente para el largo y tedioso proceso parlamentario. Además, que la mayor parte del trabajo de los legisladores se desarrolle en el recinto de sesiones, las comisiones, la oficina y el bloque parlamentario alimenta la percepción de encierro de una ciudadanía que pide políticos que “estén en la calle”.

4. VISION UNIDIMENSIONAL DEL TRABAJO LEGISLATIVO

La tarea de los legisladores presenta múltiples facetas. Sin embargo, los medios de comunicación no suelen reflejarlas. Como marca Miguel De Luca, en los diarios, la radio y la televisión prevalece un relato unidimensional de la tarea legislativa atravesada por lugares comunes quereducen la actividad parlamentaria a una “fábrica de leyes”.

5. UNA COBERTURA SUPERFICIAL DE SU TRABAJO

La mala imagen del Congreso predispone una cobertura superficial de la prensa. Jaime Duran Barba apunta que en América Latina existe una tendencia a acrecentar el desprestigio de los congresos, enfatizando su poca credibilidad y su imagen negativa en la población. Si los congresistas no son, en general, personajes populares para la población, se debe en parte a la acción de la prensa que, con frecuencia, pone al descubierto los aspectos negativos de los parlamentos y que, en general, tiende a informar de manera un tanto sensacionalista sobre lo que ocurre en las cámaras legislativas. La mala imagen que tienen los congresos influye al elector a esperar de la prensa una crítica al trabajo legislativo. Esta situación se ve agudizada por la mala relación que tiene la sociedad con la clase política, que impone a los medios de comunicación una presión extra para centrar la cobertura periodística del Poder Legislativo en las malas noticias y no en las buenas. Cuando el Congreso comunica el debate y tratamiento de leyes de un país, la noticia duerme a los televidentes. En cambio, el interés se despierta por otro tipo de situaciones como tomas sangrientas de los diputados peleándose a trompadas o el pintoresco affaire de un diputado con su secretaria.

Este escenario encierra la situación del Poder Legislativo en un círculo vicioso del que es muy difícil salir: mientras el Congreso tenga tan mala imagen, habrá una mayor disposición de los medios y de sus usuarios a ver y oír malas noticias, y mientras más malas noticias se difundan, más difícil será recuperar su buena imagen.

En conclusión, y como apuntó el alemán Frank Priess: “La crisis de las instituciones políticas no debe reducirse, de ninguna manera, a una crisis de comunicación. No obstante, una mala comunicación generalmente es, por lo menos en parte, responsable del fracaso político”

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