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La corrupción mata; la ingenuidad también

29 abril de 2016

Megaprocesos anticorrupción como Mani Pulite y Lava Jato se basaron en investigadores competentes y jueces independientes. Casi como en Argentina.

Abdulaziz al-Omari

Ahmed al-Ghamdi

Ahmed al-Haznawi

Ahmed al-Nami

Fayez Banihammad

Hamza al-Ghamdi

Hani Hanjour

Khalid al-Mihdhar

Majed Moqed

Marwan al-Shehhi

Mohamed Atta

Mohand al-Shehri

Nawaf al-Hazmi

Saeed al-Ghamdi

Salem al-Hazmi

Satam al-Suqami

Wail al-Shehri

Waleed al-Shehri

Ziad Jarrah

Estos son los perpetradores de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre de 2001. Fueron identificados a los pocos días. Ni hablar del capomafia, que hoy duerme con los peces.

Salah Abdeslam

Brahim Abdeslam

Abdelhamid Abaaoud

Chakib Akrouh

Omar Ismail Mostefai

Samy Amimour

Foued Mohamed-Aggad

Ahmad al-Mohammad

Bilal Hadfi

M al-Mahmod

Mohamed Abrini

Estos son los perpetradores de los atentados de noviembre de 2015 en París. También fueron identificados enseguida. Los que no están muertos están presos.

Ibrahim Hussein Berro

Este es el único sospechoso de haber perpetrado el atentado contra la AMIA en 1994. Diez años después, un tribunal federal absolvió a todos los acusados. Del atentado a la Embajada de Israel, ocurrido en 1992, sabemos todavía menos.

¿Alguien fue preso? Sí, un ex comisario y un vendedor de autos usados. Por un rato. Después los absolvieron.

Cuando en Europa o Estados Unidos se cuenta que la Justicia argentina se lanzó contra la corrupción, hay que cubrirse la cara para mantenerla seca. Tosidos y carcajadas impregnan el ambiente.

Los jueces y fiscales patrios están en impeorables condiciones para llevar a cabo una investigación. Tienen menos independencia que sus pares brasileños e italianos. Tienen menos recursos que los acusados. Y no sienten “aversión por la impunidad”, en palabras de Carlos Pagni. Sólo la protección de un gobierno estable y la presión social pueden impulsarlos a hacer algún bien. Pero los gobiernos argentinos suelen ser volátiles, y la opinión pública, caramba, qué coincidencia.

Hete aquí el dilema: sin presión social no hay proceso judicial contra la corrupción; pero si el proceso judicial no cumple las expectativas, la sociedad se vuelve contra el sistema político. Alentar la indignación popular es a la vez necesario y peligroso: en Italia dio lugar a Berlusconi; en Brasil, a Temer. Los que substituyen a los corruptos no siempre son los honestos. Son versiones revisadas y aumentadas de lo que había.

¿Qué cabe esperar entonces de un Mani Pulite criollo?

“Lo que cabe esperar es impunidad”, le respondió Hugo Alconada Mon a Fantino en una de las mejores cátedras televisivas de siempre. Entre 1982 y 2007, explicó, sólo 3% de 750 casos de corrupción investigados tuvo condena; la mayoría prescribió.

Por eso Pagni habla de “un simulacro de mani pulite”. Y cuenta que el Colegio de Abogados porteño le pidió al Consejo de la Magistratura que realice una auditoría en los juzgados federales para conocer el estado de las causas, porque ni siquiera hay estadísticas. El mejor retrato de las capacidades diferentes de los investigadores argentinos no es la AMIA: es la familia Pomar.

Agregaba Pagni, aún antes de conocerse el desentendimiento entre Interpol y un ex ministro de hacienda porteño, que “lo que acaso Macri no sabía es que el vendaval también puede salpicar a su gobierno”. Eduardo Fidanza lo midió y corrobora. “Existe una amplia sospecha sobre la conducta de las elites, que no excluye al Gobierno”. Ni a jueces. Ni a policías.

No conviene mentirle al paciente. Es preciso administrar las expectativas en vez de prometer curas mágicas. Porque la cirugía hasta el hueso constituye mala praxis cuando es el cirujano el que tiene cáncer.

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