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La “doctrina Litto Nebbia” y su corolario

16 diciembre de 2011

Los usos y abusos del revisionismo histórico cobran renovada actualidad.

La creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego desató polvaredas a un lado y otro del camino, reanimó polémicas y convocó, una vez más, a los duendes y demonios de nuestro pasado y presente. Lo que más excita y molesta las sensibilidades en juego ?a favor y

en contra? es, nuevamente, la puesta en escena del momento refundacional que sus promotores esgrimen como característica de los tiempos que corren. Esa sensación de estar viviendo el parto de un nuevo ciclo histórico, otro punto de inflexión que marca un antes y un después; “nada se hizo hasta que llegamos nosotros”.

Estas epifanías del kirchnerismo tienen la peculiaridad de lograr sus cometidos aun con sus inconsistencias argumentales, las que llegan al punto de contradecir lo que supuestamente se está diciendo defender. Se trata, dicen, de promover el debate y cuestionar las visiones uniformes y “oficiales” de la Historia; pero el propio texto del decreto 1.880/2011 es una pieza maestra de esta clase de versiones simplificadas,

maniqueas y unilaterales de nuestra historia. Se expresa allí que el Instituto tendrá como propósito “la reivindicación de todas y todos aquellos que (como Dorrego), defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante de quienes han sido, desde el principio de nuestra historia, sus adversarios, y que, en pro de sus intereses han pretendido oscurecerlos y relegarlos de la memoria colectiva del pueblo argentino”.

Más adelante resalta como finalidad primordial “el estudio, la ponderación y la enseñanza de la vida y obra de las personalidades de nuestra historia y de la Historia Iberoamericana, que obligan a revisar el lugar y el sentido que les fuera adjudicado por la historia oficial, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”. Se ha argumentado que lejos se está de pretender imponer una versión única de nuestra Historia ?en este caso, afín a las distintas vertientes del revisionismo-. Pero en otro de los considerandos se señala en forma clara que será competencia del Instituto “la colaboración con las autoridades nacionales, provinciales, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y municipales y con las instituciones de enseñanza oficiales y privadas, para enseñar los objetivos básicos que deben orientar la docencia para un mejor aprovechamiento y comprensión de las acciones y las personalidades de las que se ocupará el Instituto como, asimismo, el asesoramiento respecto de la fidelidad

histórica en todo lo que se relacione con los asuntos de marras”.

Por otra parte, se ha dicho que la actividad del Instituto no representará ningún gasto para el Estado. Pero el decreto señala que “para su funcionamiento, el Jefe de Gabinete de Ministros realizará la reasignación de las partidas presupuestarias que resulten necesarias”. Como se sabe, el Instituto Revisionista está integrado por 33 historiadores o investigadores especializados en los temas revisionistas, ?así se los define? autoconvocados y designados a dedo por la Presidenta. Pero atención, sorpresa: entre ellos, figura?¡el propio jefe de Gabinete firmante del decreto, Aníbal Fernández!, acaso en mérito a sus dotes de historiador amateur como autor del “nuevo manual de zonceras argentinas”.

El designado titular del Instituto, Pacho O'Donnell ha querido aclarar los cometidos, pero sus explicaciones terminan confirmando varias prevenciones y temores. En una de sus piezas señala que “la lucha por la desparasitación (sic) del vasallaje cultural en

la sociedad pero sobre todo en nosotros mismos es uno de los principales desafíos de los tiempos por venir” (Tiempo Argentino, 27/11). Echado a rodar el instituto de historia revisionista oficial, es notable la capacidad de las usinas oficiales y sus portaestandartes de mover el debate, instalar el tema en la agenda y producir

alineamientos encontrados. Provocan un gran zafarrancho, lanzan diatribas temerarias y luego, cuando logran la reacción de sus contrincantes, señalan con aire inocente: “¿De qué tienen tanto miedo? ¿Tanto les molesta que se expresen otras voces?”.

El revisionismo histórico hizo importantes aportes a la historiografía nacional y a la mejor comprensión de los nudos y nodos de nuestro pasado. Los hizo y los sigue haciendo, ahora con el refuerzo de estos “33 revisionistas”. Pero habría que recordar que el revisionismo surgió como crítica a lo que era la historia oficial de aquellos tiempos; en palabras del historiador revisionista José Luis Busaniche, frente a “la

historia oficial subvencionada” por el Estado. Pretender convertirlo en una nueva historia oficial ?con subvención estatal? con sus réprobos y elegidos, gestas y leyendas negras, héroes y villanos, ¿no es negar sus propias virtudes? ¿No hará falta aquí también una “sintonía fina” que desbarate esas simplificaciones y supere esas vetustas antinomias?

De Arturo Jauretche a algunos de sus seguidores actuales hay una diferencia, que se detecta apenas la lucidez intelectual y la pasión nacional por comprender los procesos sociales y movimientos populares se confunden con la fascinación que ejerce la cercanía con el poder. Dicha adhesión fervorosa conspira contra toda forma de buen ejercicio del pensamiento crítico y la investigación histórica. Si la historia la escriben los que ganan, compuso y musicalizó Litto Nebbia hace treinta años, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia. (“Quien quiera oír que oiga”). El revisionismo K le ha dado una vuelta de tuerca, suerte de corolario, a aquella premisa: ahora que ganamos, escribamos entonces nosotros “la verdadera Historia”.

(De la edición impresa)

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