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La elección estadounidense

05 marzo de 2012

(Columna de opinión del politólogo Martín Alessandro)

Algunas pistas para ordenar la información y comprender cuáles son los puntos centrales a seguir en la campaña que culmina en noviembre.

Durante décadas los dos partidos estadounidenses orbitaron sin mayores distancias alrededor del centro político. Había progresistas y conservadores en ambos partidos. Entre los demócratas de mediados del Siglo XX había desde simpatizantes comunistas hasta confesos racistas; entre los republicanos las distancias eran algo menores, pero amplias de todas maneras. Ese tiempo ha quedado claramente atrás. Analizando el registro de votaciones en el Congreso, los politólogos Keith Poole, Nolan McCarty y Howard Rosenthal muestran que, desde los años '80, hay una creciente polarización en el comportamiento de los dos partidos, que actualmente alcanza sus máximos niveles históricos. El demócrata más conservador está hoy a la izquierda del republicano más progresista. Ya no puede decirse que el triunfo de uno u otro partido tenga consecuencias menores en términos de políticas públicas.

De todos modos, la polarización no es simétrica. Los demócratas han virado levemente a la izquierda al perder a sus miembros más conservadores del sur, pero son los republicanos, con su marcado giro a la derecha, quienes explican la actual distancia entre los dos partidos. Esto se observa en la selección de candidatos presidenciales. Tomando las mediciones de Keith Poole, Barack Obama aparece incluso como un presidente más moderado que todos sus antecesores demócratas desde la posguerra (Truman, Kennedy, Johnson, Carter, Clinton), con una posición muy levemente a la izquierda del centro. Pero los presidentes republicanos se sitúan cada vez más a la derecha, y su próximo candidato no será la excepción.

Mitt Romney ha debido adoptar posiciones cada vez más extremas para seducir a una base partidaria a la cual el “conservadurismo compasivo” de George W. Bush hoy le resultaría una tibieza centrista. Aun cuando no sea el nominado, la inesperada performance de Rick Santorum (quien, por ejemplo, ha comparado la homosexualidad con la zoofilia y la pedofilia) es sólo un indicador más de la creciente derechización de la base republicana. En definitiva, existe hoy una distancia ideológica comparativamente muy amplia entre ambos partidos. Por eso en noviembre los votantes elegirán entre dos opciones con marcadas diferencias en cuestiones económicas, sociales y culturales.

¿QUIEN ES EL FAVORITO?

La candidatura republicana parecería segura para Mitt Romney. La teoría sobre nominaciones más aceptada por los politólogos (elaborada, entre otros, por John Zaller y Hans Noel) sostiene que las élites partidarias desempeñan un rol fundamental en las primarias. Aun cuando sean los votantes quienes finalmente seleccionan a los candidatos, durante el ciclo de primarias son las élites, mediante contribuciones financieras y apoyos públicos, quienes van señalando a los votantes cuáles son los candidatos viables y aceptables. Romney es, por lejos, quien ha reunido mayores apoyos de dirigentes republicanos, grupos de interés afines al partido y líderes de opinión conservadores.

Pero ese establishment partidario no ha podido evitar el sucesivo auge de candidatos que parecían meramente testimoniales, como Santorum y Newt Gingrich, apoyados por la base conservadora y evangélica del partido. Y ayudados, también, por una nueva legislación electoral que permite a outsiders multimillonarios convertirse en mecenas de candidatos con poco consenso entre las élites. Esa falta de entusiasmo sugiere una importante debilidad para Romney a la hora de enfrentar a Obama en la general. En un sistema electoral en el que el voto es optativo, movilizar a la base es tanto o más importante que llegar a los independientes (como bien sabía el estratega de Bush, Karl Rove).

Pero esta carencia de fervor puede mitigarse una vez que enfrente esté Barack Obama, una figura ferozmente rechazada por los votantes republicanos. Repitiendo un cliché, el espanto y no el amor hará que la base del Grand Old Party confluya sin deserciones detrás de su candidato en la elección general. Y Romney, con su pasado centrista, puede ser atractivo para los votantes indecisos más moderados. Hoy las encuestas lo muestran muy por debajo de Obama, pero está claro que, una vez confirmado el candidato, los números tenderán a emparejarse.

Si la economía continúa mejorando y el desempleo sigue en baja, Obama será el ligero favorito. Comicios previos muestran que no son los niveles de actividad y empleo los que importan, sino su tendencia. Es decir, aun con tasas de desempleo elevadas en términos históricos, si su evolución es hacia la baja, entonces, Obama es el favorito, como lo sugieren hoy todos los modelos que analizan el comportamiento electoral. Este análisis no implica, claro, que el desempeño de los candidatos y de las campañas no influya en los resultados.

Pero suponiendo una campaña sólida y con pocos errores en ambos lados (algo que Obama ha demostrado ser capaz de lograr; Romney, en cambio, parece más propenso a los errores no forzados), los fundamentos económicos serán los principales factores del triunfo de uno u otro.

¿COMO SE LLEGA A LA MAYORIA?

Las elecciones estadounidenses no se definen por el voto popular nacional, sino por la suma de electores en cada estado. Quien reúne una mayoría en el Colegio Electoral es designado presidente. Si bien habitualmente el ganador del voto popular coincide con el vencedor del Colegio Electoral, en elecciones reñidas puede que eso no ocurra. Para muestra basta un Al Gore. Por eso no veremos actos de campaña, avisos de TV o promesas locales en los estados más poblados, como California, Nueva York (ampliamente demócratas) o Texas (republicano).

Los candidatos sí pasarán por esos estados a realizar eventos de recaudación de fondos, pero sus actividades de campaña estarán concentradas en los llamados swing states (aquellos que no tienen un comportamiento definido y que pueden modificar sus preferencias de una elección a otra): a los viejos conocidos como Florida y Ohio, se suman estados que Obama sorpresivamente ganó en 2008 (Carolina del Norte y Virginia) y otros más habitualmente demócratas pero que esta vez podrían ir hacia los republicanos (Pennsylvania y Wisconsin). Alcanza con mirar los viajes del presidente Obama en el último año para conocer dónde piensa su equipo que se definirá la elección: durante 2011, Obama visitó 11 veces Virginia, 10 veces Florida, 8 veces Pennsylvania y 7 veces Carolina del Norte.

Si alguien piensa que esos estados son más visitados por razones de gestión o por altos asuntos de Estado ajenos al proceso electoral, vale notar que ni George W. Bush ni Bill Clinton visitaron Virginia o Carolina del Norte, por entonces sólidamente republicanos, en los años anteriores a su reelección. Recién con la migración de norteños progresistas es que ambos estados se volvieron más competitivos electoralmente, y por ende más propensos a recibir visitas presidenciales. Bueno es mencionar, de todas maneras, que la visión casi unánime de los politólogos es que las tendencias nacionales son más influyentes que las cuestiones locales.

La situación económica nacional es más determinante del voto que las condiciones específicas de cada estado, y son los medios nacionales los más influyentes en la formación de las percepciones sobre la economía. Los políticos, sin embargo, siguen prestando enorme atención a cuestiones propias de cada estado. Por dar sólo un ejemplo, desde su derrota en 2008 los republicanos vienen invirtiendo una pequeña fortuna en Carolina del Norte con el objetivo (logrado en 2010) de controlar la Legislatura estadual y así definir, entre otras cosas, las normas que regulan el registro de votantes. Al requerir documentos identificatorios (que los votantes más pobres, abrumadoramente demócratas, poseen en menor medida) estarían indirectamente influyendo en los resultados presidenciales en el estado. Puede que las tendencias nacionales sean más influyentes en la opinión pública, y que ante un triunfo amplio de cualquiera de los dos partidos estas acciones locales carezcan de relevancia, pero en una elección pareja, una superior organización en los swing states puede ser definitoria.

EL VOTO LATINO

Las notas de color sobre el “voto latino” son un clásico de los corresponsales argentinos en las campañas estadounidenses, grupo al que suelen atribuir además un rol “decisivo” en los resultados. Exageraciones al margen, es cierto que varios swing states tienen importantes poblaciones hispanas (Florida, Nevada, Nuevo Mexico y Colorado) y que, por ende, el voto latino puede ser un factor importante de estas elecciones. Las durísimas posiciones expresadas en la primaria republicana sobre el tema inmigratorio (incluyendo, en el caso de Romney, la propuesta de una deportación masiva) es obvio que no serán un gran atractivo para el voto latino en la elección general. Para mitigar ese problema, un posible candidato a la vicepresidencia republicana es Marco Rubio, senador por Florida, hijo de inmigrantes cubanos y mimado del Tea Party. Su presencia en la boleta sin dudas reforzaría las chances republicanas en ese estado, que Obama ganó por apenas 2% en 2008, pero no está claro que Rubio pueda atraer a los votantes latinos de otros orígenes (mexicanos, portorriqueños, salvadoreños, y otros) que son predominantes fuera de Florida.

Excepto en ese estado, los latinos tienden a apoyar a los demócratas sobre los republicanos en una proporción de 2 a 1. Si bien siguen constituyendo una menor proporción de votantes que de habitantes (dado que es una población joven y con obvios problemas de documentación), en los swing states del sudoeste su presencia es potente. Si el camino de Obama para construir una mayoría de electores parece bloqueado en los estados del viejo cinturón industrial (Ohio y Pennsylvania), no sería raro que apunte a una nueva geografía electoral, basada en el creciente número de latinos en el sudoeste (Nuevo México, Nevada, Colorado e incluso Arizona) y de progresistas en el sudeste (Carolina del Norte y Virginia). En tal caso, cabe esperar que el voto latino realmente sea decisivo.

(De la edición impresa)

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