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La elección de Francisco

10 abril de 2013

(Columna de María Esperanza Casullo)

Los debates generados en torno a los posibles efectos del nuevo Papa ratificaron, o incluso aumentaron, la centralidad de la Presidenta en la escena política nacional.

La elección del primer Papa argentino de la Historia introdujo un factor absolutamente novedoso en la política nacional. En ese momento, surgieron muchos interrogantes. ¿Cuál sería la conducta del nuevo Pontífice hacia el Gobierno y la oposición? ¿Cuál sería la reacción del Gobierno kirchnerista frente a su antiguo adversario Jorge Bergoglio, que pasó a ser súbitamente el argentino más notable en la historia global? ¿Se abriría una ofensiva del kirchnerismo contra el nuevo Papa, como las declaraciones de algunos actores políticos cercanos al Gobierno parecieron dejar translucir? ¿Se dedicaría Francisco a unificar a la oposición para dar la pelea en este año y, más aún, en 2015? ¿Sería el nuevo Papa “el Karol Wojtyla de este Gobierno”, como dijo Mauricio Macri?

Los eventos que siguieron a la elección de Francisco no han despejado todas las incógnitas, pero algunas cosas han quedado claras. Para empezar, el Gobierno de Cristina demostró, con gran rapidez de reacción, que no negaría la legitimidad del nuevo Pontífice ni tampoco prestaría oídos sordos a la innegable alegría popular. Cristina Fernández de Kirchner envió rápidamente una carta de felicitación a Francisco y confirmó su asistencia a la ceremonia de asunción, en la cual se mostró activa y emocionada.

Por su parte, también Francisco dio señales de que su curso de acción no respondería a las expectativas de muchos. Recibió a Cristina Fernández de Kirchner y charló con ella en público, para luego dedicarle un almuerzo privado. No dio ninguna declaración que aludiera a la política argentina y, si bien recibió también a Mauricio Macri, no hizo ninguna señal protocolar que indicara un tratamiento preferencial para éste.

En síntesis: las señales públicas (es probable que no nos enteremos nunca de las conversaciones privadas) parecen indicar que el Gobierno Argentino no está interesado en hacer una campaña pública de deslegitimación para con el nuevo papa, ni Francisco está interesado en dedicarse abiertamente a diseñar e implementar cursos de acción para derrotar al kirchnerismo. Según parece, y al menos por el momento, se ha firmado un armisticio entre ambos. Este fascinante proceso de alejamientos y acercamientos entre la figura máxima de la Iglesia Católica y la Presidenta de la Nación deja cuatro enseñanzas.

1. El tema religioso en la Argentina corta transversalmente los clivajes partidarios o, lo que es lo mismo, existen sectores que se identifican con la Iglesia Católica y sectores que se consideran seculares tanto al interior del kirchnerismo- peronismo como de la oposición. Es bien conocido el conflicto que tuvo Juan Domingo Perón con la Iglesia, sin embargo, hay que recordar también que Julio Argentino Roca expulsó al nuncio romano del país. Algunos aliados kirchneristas como Luis D'Elía expresaron rápidamente su desagrado con Bergoglio y otros, como Julián Domínguez o Emilio Pérsicco, se mostraron casi extáticos de alegría. Algunos opositores, como Macri, expresaron su emoción a viva voz mientras que todo el eje de la centroizquierda fue mucho más circunspecto, según dicta su tradición anticlerical. Esta división transversal ya se vio expresada en temas como el matrimonio igualitario. Ahora se comprueba que sigue existiendo.

2. Francisco ya no es Jorge, y las preocupaciones de un Papa son otras que las de un cardenal. La Iglesia Católica está en una crisis muy fuerte en todo el mundo y enfrentada a una grey que ha perdido en gran parte la confianza luego de los escándalos por los casos de pedofilia y el ocultamiento que la institución hizo de ellos. Más y más la Iglesia se ha ido encerrando en las últimas décadas en afirmar doctrina sobre cuestiones de moral sexual y vida privada que están totalmente alejadas del espíritu de estos tiempos, lanzando dictámenes hacia sus feligreses que éstos, aún los creyentes, simplemente ignoran (encuestas en Estados Unidos, por ejemplo, muestran que más del 90% de las mujeres que se autodefinen como católicas usan o han usado métodos anticonceptivos). El nuevo Papa ha sido llamado seguramente para realizar una reforma que rompa un tanto con este encierro, y mal le serviría mancillar su imagen de concordia, humildad y hombría de bien lanzándose abiertamente a hacer política diaria contra un Gobierno que no deja de ser constitucionalmente electo.

3. La elección del Papa causó un fervor popular innegable. La entronización de Bergoglio fue vivida como un motivo de orgullo nacional y como un motivo de emoción y unidad. Hay quienes imaginan que la presencia de un Papa argentino revitalizará a la Iglesia Católica nacional y disparará un proceso de aumento generalizado de la religiosidad. Sin dudas, esta Semana Santa que viene verá engrosadas las filas de los Via Crucis. Sin embargo, cabe la duda de hasta qué punto la sociedad argentina será capaz o deseará revertir un proceso de secularización de las relaciones sociales que lleva treinta años. Pero es innegable que la presencia de un argentino en el trono de Pedro revitalizará la acción política de la Iglesia nacional.

4. Todas estas idas y vueltas demuestran que hoy hay muy poco volumen político por fuera del kirchnerismo. El kabuki político tuvo como exclusivos protagonistas a la Presidenta y al Papa. La incógnita de si el Papa se acercaría o repudiaría a la Presidenta resultó (paradójicamente) en una centralidad aún mayor de ella en el campo político. El kabuki de enfrentamiento/ acercamiento entre Francisco y Cristina los dejó a ambos, solos, en el centro de la sala, y a todos los demás (ciertamente a los opositores pero también a otros peronistas como, por ejemplo, Daniel Scioli) mirando desde afuera.

El Gobierno viene de un año en el que tomó decisiones que dieron combustible al conflicto social. Resulta paradójico, entonces, que la oposición siga hasta este momento mirando hacia afuera y esperando un factor externo que pueda resolver sus muchas internas y articular un programa común. Como si dijéramos, continuar esperando un milagro.

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