por Julio Burdman
Dos factores fueron decisivos para explicar el resultado: el descontento económico y la unidad del peronismo
Los que diseñaron las PASO, hace casi una década, pensaron en un mecanismo para democratizar internamente a los partidos políticos, y de esta forma fortalecerlos. En 2019, sin embargo, las PASO eligieron en forma indirecta al presidente. Aunque en los círculos íntimos del oficialismo aún se especule con posibles resultados alternativos al arrollador triunfo del Frente de Todos el 11 de agosto, Mauricio Macri tiene nulas chances de revertir el resultado. Ya sabemos que el próximo presidente será Alberto Fernández. Cambiemos se encamina hacia una gran derrota en octubre: política, económica y, en buena medida, cultural. Macri pasará a integrar el muy reducido club de presidentes latinoamericanos habilitados que no lograron su primera reelección.
Que esto sucediera era esperable. Más allá de las encuestas y sus pronósticos interesados, había dos datos insoslayables: el peronismo se había unido (en 2013, 2015 y 2017 perdió estando dividido) y una enorme porción del electorado (4 de cada 5 votantes) estaba disconforme con la economía. Y el problema ya no eran solo los efectos de la macrinomics sobre el bolsillo: el votante había perdido toda fe en las promesas y propuestas del presidente. Se demandó un nuevo modelo económico. La convocatoria a poner el hombro y aguantar el ajuste presente con vistas a réditos futuros fracasó.
Los (super)mercados reaccionaron a ello. En los días posteriores a la elección, ¿hubo pánico o acomodamiento a una nueva pauta, derivada de las señales enviadas por el virtual presidente? Alberto Fernández dijo que el dólar estaba bajo, y que no le gusta que el Banco Central pague tasas tan altas. Eso alcanzó para alterar todo. Vamos hacia otro modelo de financiamiento. Y el presidente Macri, clamando por que“ el kirchnerismo se haga cargo”, lo está reconociendo. Admitió que las palabras de Fernández ya son mucho más influyentes que las suyas. Los dos, Mauricio y Alberto, quedaron atrapados en un cronograma funesto.
Volvamos al primer párrafo: las PASO no estaban pensadas para consagrar a un ganador. Ahora, por culpa de este mal timing, se generó un vacío de poder y una larga transición de cuatro meses por delante. La pretensión de Macri de seguir en la carrera electoral, imaginando que puede dar vuelta los votos de la primaria, es irreal. ¿Quién podría dar vuelta un resultado así? Sólo Rodríguez Saá, en 2017, logró algo semejante. Y le costó llamar uno por uno a cada votante. La Argentina tiene otra escala.
De hecho, luce más factible que Fernández amplíe la diferencia a que Macri la achique. El presidente lleva todas las de perder. El efecto derrota y su posterior reacción iracunda, que fue criticada por toda la prensa nacional e internacional, no ayudaron. La sensación de que la elección ya está jugada conspira contra la movilización de nuevos votantes (es decir, de aquellos que no sufragaron en agosto): ¿para qué molestarse? Y hay que tomar en consideración que hubo votantes que pusieron la boleta de Macri a desgano, por vergüenza a optar por un kirchnerismo estigmatizado. Los 47 y pico de los Fernández en agosto, sin voto blanco computado y con efecto ganador, pueden ser 50 y algo en octubre.
Ahora hay que transitar los cuatro largos meses hasta diciembre. Fernández estará conminado a moverse: si no lo hace, se multiplicarán los voceros que opinan antes de tiempo. Todos quieren saber qué hará, y con quienes. Sabemos ya que vamos hacia un modelo más heterodoxo y de aspiraciones productivas. Pero quedan muchos detalles por develarse. El círculo político de Fernández probablemente se parezca un poco más al de un gabinete clásico, con ministros que están ahí por diversas razones. Un mix de tecnocracia, partido y federalismo; una vocación de concertar con una coalición más grande y más diversa. El peronismo, todo un sistema en sí mismo, con el correr de los años, se vuelve más extenso y más diverso.
Al frente de esta complejidad, Fernández deberá lidiar con muchas demandas. Sociales y, también, culturales. Hay que ponerle fin a la grieta, y él tiene las condiciones para hacerlo. Superar la grieta implica tender un puente desde el justicialismo hacia la Argentina no peronista. La vía inversa no es posible: la experiencia de Cambiemos demostró que el núcleo duro antiperonista es el más irreductible. Menem ensayó una síntesis entre las dos Argentinas pero no lo sobrevivió. Fernández tiene otra condición: él mismo, justicialista porteño, no proviene de ninguna de las culturas peronistas. No es gremialista, ni jefe provincial, ni kirchnerista, ni barón del conurbano. Tiene las credenciales de un sintetizador. Aunque, es cierto, le tocará iniciar con un contexto económico catastrófico que absorberá sus primeras energías.