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La larga carrera hacia la Casa Blanca

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19 mayo de 2015

(Columna de Tomás Múgica)

Estados Unidos es una sociedad cada vez más diversa, cada vez más desigual y cada vez más polarizada desde el punto de vista ideológico y cultural.

Una nueva carrera hacia la Casa Blanca ha comenzado. Durante los primeros meses del año, los precandidatos presidenciales han comenzado a manifestar sus aspiraciones con vistas al proceso de primarias, que tendrá lugar a partir de febrero del 2016 en cada uno de los cincuenta estados. Los candidatos nominados competirán en la elección general de noviembre de ese año.

Obama termina su mandato en condiciones políticas relativamente adversas, especialmente debido a su carencia de mayorías legislativas. Decidido a dejar un legado, ha optado por la vía ejecutiva para impulsar algunas iniciativas emblemáticas, como la reforma migratoria y el levantamiento de algunas de las restricciones que pesan sobre Cuba. Conserva un nivel de apoyo del 47%.

La agenda de la campaña que se inicia está marcada por las cuestiones económicas, que constituyen la principal preocupación de los norteamericanos. No se trata sólo del nivel de actividad económica y de empleo, que da signos evidentes de reactivación: la cuestión de la desigualdad económica se ha vuelto un tema de peso en la agenda pública norteamericana. Otras cuestiones de importancia son la inmigración ilegal, respecto a la cual el 57% de los votantes apoyan la regularización de los indocumentados; las relaciones interraciales, agravadas tras los recientes incidentes en Ferguson; la lucha contra el terrorismo y lo que podríamos llamar la agenda de valores: el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto y el consumo de drogas. Hacer frente a esta agenda requerirá una capacidad de lograr consensos que ha estado ausente en los últimos años, al menos a nivel de la política nacional, tal como lo mostró la prolongada parálisis legislativa y “el cierre del gobierno” (shutdown, en inglés) en 2013.

¿Cómo se presenta el panorama en cada uno de los dos grandes partidos? Los demócratas, quienes reciben mayores apoyos entre las mujeres, las minorías raciales, los jóvenes, los menos religiosos, los de menor nivel de ingreso y los votantes con mayor educación formal, se muestran preocupados ?con diversos matices? por la creciente desigualdad económica. Entre sus candidatos sobresale Hillary Clinton, quien parte con una gran ventaja en materia de conocimiento público e intención de voto. Las encuestas la muestran con diferencias cercanas a los 50 puntos por sobre sus seguidores en las primarias.

Primera dama, senadora y secretaria de Estado durante la primera administración de Obama, Clinton busca representar el equilibrio entre las bases demócratas, considerablemente corridas hacia la izquierda, y el establishment político y económico del país. Aunque vinculada a este último por trayectoria, vínculos y donantes, Hillary busca posicionarse como una liberal, de acuerdo a la acepción norteamericana del término, es decir, como intervencionista en lo económico y liberal en materia de valores: por ejemplo, defiende un incremento del salario mínimo como respuesta a la desigualdad, aprueba el matrimonio gay y propone un proceso de acceso a la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados, en su mayoría de origen hispano. Un solo aspirante la ha desafiado hasta el momento: el senador por Vermont Bernie Sanders, un representante del ala más radical del Partido Demócrata, que ataca a Clinton por izquierda. Otros posibles candidatos son el vicepresidente Joe Biden y la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren.

Por el lado republicano, el panorama es de mayor fragmentación e incertidumbre. Aunque con diferencias, sus candidatos comparten el rechazo a cualquier receta para remediar la desigualdad a partir de la acción estatal, un fuerte conservadurismo fiscal, posiciones más duras con respecto a los inmigran tes ilegales, posturas socialmente conservadoras en materia de valores y duras críticas a la política exterior de Obama, que consideran demasiado blanda con los adversarios de Estados Unidos. Los republicanos concentran sus apoyos en los varones, la población blanca, los más viejos, los más religiosos y los de mayor nivel de ingreso; no logran ganar, sin embargo, entre los votantes más educados. Jeb Bush ?exgobernador del estado de Florida, hermano e hijo de expresidentes? buscará su oportunidad y parte con cierta ventaja. Ligado al establishment, al igual que Clinton, Bush representa a los sectores más moderados y centristas del GOP (Grand Old Party), como se conoce al Partido Republicano, con posiciones relativamente blandas, por ejemplo, en cuanto a la reforma migratoria (Bush respalda un estatus legal, es decir, el otorgamiento de la residencia sin ciudadanía). Deberá enfrentarse a otros postulantes que podríamos considerar moderados, como Marco Rubio, joven senador cubanoamericano, también de Florida y Scott Walker, gobernador del Estado de Wisconsin.

Otros aspirantes, vinculados al Tea Party, se ubican hacia la derecha. Por la derecha más conservadora aparece Ted Cruz, senador por Texas, quien ha hecho de su oposición a la reforma de salud del presidente Obama una de sus banderas; también se opone a cualquier regularización de los indocumentados. La derecha con inclinaciones libertarias tiene a su campeón en Rand Paul, senador por Kentucky: al igual que los conservadores defiende un Estado pequeño y el libre mercado, pero adopta posturas más blandas en cuestiones de valores, como el uso de drogas (aún cuando rechaza el matrimonio gay y el aborto). Finalmente, aunque sus posibilidades no parecen demasiado importantes, no podemos dejar de señalar a outsiders, como Ben Carson, un prestigioso neurocirujano negro y Carly Fiorina, ex CEO de Hewlett-Packard.

La carrera recién empieza. Más allá de las diferencias entre partidos y candidatos, la próxima administración deberá enfrentar no sólo los desafíos más obvios, como los de consolidar la recuperación económica y redelinear el rol de Estados Unidos en los asuntos internacionales. Algunas cuestiones más profundas se están cocinando hace tiempo en la sociedad norteamericana, una sociedad cada vez más diversa, cada vez más desigual y cada vez más polarizada desde el punto de vista ideológico y cultural. Estados Unidos necesita avanzar en un nuevo pacto de convivencia, que tome en cuenta los cambios demográficos, culturales y económicos de las últimas décadas. Se trata de un proceso de redefinición de su identidad como sociedad. Ello será parte de la tarea, por cierto difícil, del próximo presidente.

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