por Alejandro Radonjic
La política tiende a polarizarse y la economía influirá decisivamente en determinar qué polo gana más volumen electoral
El 2018 se perfilaba, cuando la pelota empezó a rodar por el verde césped, para un cómodo 2-0 a favor del Gobierno en el terreno de “la macro”. Tras la amplia victoria en las legislativas de 2017, ayer nomás, el consenso creía que la inflación iba a bajar (la duda era 20% anual o menos) y, sobre todo, que la economía iba a crecer en la zona de 3%, rompiendo, además, el famoso serrucho de ajuste en los años pares (y no electorales). A su vez, el Gobierno avanzaría con sus reformas structurales: el propio Presidente las anunció en un CCK colmado, apenas horas después de la faena electoral amarilla.
Once meses después, Cambiemos despide el 2018 perdiendo por goleada y con todos los jugadores con las medias bajas y defendiendo en su terreno.
La “suerte” para el Gobierno, si se quiere, es que la tormenta (que fue garúa leve en el vecindario latinoamericano) no lo derribó (lo dijo Nicolás Dujovne) y que explotó casi un año y medio antes de las presidenciales. Estudios empíricos muestran que la zona de definición son los meses inmediatamente previos a la hora de entrar a sufragar.
Generoso margen que, incluso, otorgaba espacio para que Mauricio Macri piloteara su propia tormenta y llegara magullado, por cierto, pero con carnet de piloto aprobado. Una línea argumental que recorren en Cambiemos por estos días, asemejando a Macri a Marcelo T. de Alvear, el último no peronista en terminar un mandato democrático en tiempo y forma.
Eso implica, sin embargo, que la situación tenderá a mejorar con los meses y que la crisis se mire por el retrovisor hacia mediados de 2019. La sensación general, y no técnica, huele a otras derivaciones: tasas en 60%, el respirador artificial del FMI, la economía real derrapando, el riesgo país en la zona de 600-700 puntos básicos y la búsqueda del déficit 0%. Más en general, un Gobierno que no le encuentra la vuelta a la cosa y que ha incumplido casi todo lo pautado.
A eso se le suma una Cristina Kirchner que empieza a pisar con más fuerza. Si las encuestas del segundo trimestre de 2019 le auguran alguna competitividad, el estrés financiero (suba del dólar, alza del riesgo país y caída de los bonos) está casi asegurado, retroalimentando los problemas antes citados.
La otra cara de la moneda es que peor no se puede estar. Todo lo que sube, baja. Con dólar anestesiado, recesión y sin grandes tarifazos en el horizonte, el IPC volverá a acomodarse en 1,5-2% mensual, casi deflación por estos lares. La estabilidad nominal tranquilizará a los agentes y cierta recomposición de los ingresos (bono incluido), aumentar el consumo privado en el margen. El dólar alto, y la megacosecha, ayudarán a las exportaciones (Vaca Muerta, también) y derramar, sobre todo, en el zona central del país. Un escenario amarrete, por cierto, pero que evitaría entrar al cuarto oscuro en“ modo crisis”.
El Gobierno, obvio, apuesta a ese segundo escenario y trazó su línea en la arena: puso la tasa adonde había que ponerla, pidió en Washington todos los dólares necesarios y dejó atrás el gradualismo.
Es más: puso retenciones a todas las exportaciones. El Iaraf calcula que la presión impositiva de 2019 será mayor que la que dejó Cristina, cuatro años antes.
Por cierto, todo lo previo derrama en la oferta electoral, que tiende a (re)polarizarse. Una vez más. Se vacían las avenidas del medio y los polos se engordan. El rumbo de la economía, hoy difícil de otear más llá de los trazos gruesos binarios antes comentados, influirán en qué polo gana más caudal hacia adelante. Todo indica, a 12 meses vista (con la fragilidad proyectual asociada), que vamos hacia una nueva egunda vuelta. Ahora sí, cara a cara, ente Cristina y Macri. Nunca antes se enfrentaron directamente. Para alquilar balcones.