La fragmentación de los opositores suele considerarse una desventaja, pero no lo es. En 2013, como en 2009, separados es mejor.
En 2009, las listas fieles al Gobierno Nacional ganaron en trece provincias: la mitad más una. ¿Alguien se acuerda de eso? No: lo que quedó en la memoria fue la derrota de Kirchner y Scioli contra De Narváez en la provincia de Buenos Aires. Las candidaturas testimoniales, el invento oficial para ganar el distrito que más importaba, no funcionaron. Aunque los gobernadores residentes en La Plata raramente llegan a la Presidencia, los electores bonaerenses definen la suerte de la política nacional. Y en 2013, como en 2009, el padrón provincial va a determinar el resultado global. Dado que cuatro años atrás el ganador sacó sólo el 34%, la conclusión es transparente: no hace falta unificarse para ganarle al Gobierno, basta recoger un tercio de los votos.
Las elecciones legislativas permiten el lujo de la dispersión, lo que perjudica al oficialismo más que a sus rivales. El 28 de junio de 2009, como consecuencia del conflicto con el campo, la alianza liderada por el mayor partido opositor ?la UCR? ganó en seis provincias. El PRO triunfó sólo en dos, pero grandes: Capital y Buenos Aires. Atrapado entre dos fuegos, el Gobierno sucumbió a sus propios errores aún cuando enfrente había muy poco: un colombiano carismático, una lapridense espontánea y dos viejos partidos enancados sobre el furor popular.
Después de una corta depresión, el matrimonio presidencial recuperó el control y cambió de estrategia: de la crispación destituyente pasó a la distensión del Bicentenario. Lo que Cristina empezó abuenando lo consolidó enviudando: la empatía funcionó, y mientras el Gobierno se recomponía la oposición se disolvía. La democracia argentina reiteraba así una tradición reciente: cualquiera puede ganar una elección, pero sólo a los peronistas les dura el después.
La naturaleza legislativa de las próximas elecciones resuelve el dilema de la oposición. No es necesario juntar a Michetti con Binner ni a Solanas con Cobos: todos pueden ser candidatos y hasta ganar en sus distritos. El escenario más probable incluye la victoria del PRO en Capital, el socialismo en Santa Fe, el radicalismo en Mendoza y cualquier antikirchnerista en Córdoba, sea en versión radical o peronista. Del resto de las provincias, la mayoría seguirá en manos del oficialismo. El empate se romperá en Buenos Aires, pero aún se desconoce con qué jugadores. Daniel Scioli jamás volverá a ser candidato testimonial; Alicia Kirchner no mide y Sergio Massa calificó a Néstor de “psicópata, monstruo y cobarde”, lo cual lo torna menos potable que los funcionarios del Gobierno que colaboraron con la dictadura. ¿Quién, entonces?
Enfrente no están mejor: De Narváez perdió la frescura de hace cuatro años y hoy es uno más; Margarita Stolbizer sigue teniendo el mejor discurso pero su carisma y aparato territorial son reducidos; el PRO desaparece a medida que se aleja del Obelisco y el radicalismo es un partido vibrante en muchos municipios al que le cuesta producir dirigentes que muevan el electroencefalograma. ¿Será la oportunidad de Moyano y el peronismo ortodoxo, que con resabios del duhaldismo y el apoyo de De la Sota y Reutemann podrían constituirse en la novedad del año? Parece difícil, aunque el poder del Gobierno para asfixiar financiera o judicialmente a sus enemigos se va reduciendo junto con el crecimiento económico.
El próximo Congreso tendrá, probablemente, bloques oficialistas más chicos y un peronismo más fragmentado. En 2009 el Gobierno hizo una mediocre elección, pero luego absorbió a muchos de los que ingresaron por las listas del peronismo federal, el PRO y el ARI. Esa inflación producida por el transfuguismo tendrá dificultades para sostenerse electoralmente. Y los bloques peronistas se fragmentarán porque, salvo reforma constitucional, sus miembros estarán más pendientes de los presidenciables que de la Presidenta. Por razones que le son del todo ajenas, el antikirchnerismo enfrenta tiempos propicios. Por razones que le son completamente propias, desperdiciar la oportunidad es siempre una tentación.
En cualquier caso, el problema de la oposición no es ganar en 2013: eso se logra dejando actuar al Gobierno. El gran desafío es no espantar al electorado sugiriendo que también van a ganar en 2015.