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La parábola de Solá

30 septiembre de 2011

(Artículo de la politóloga Carla Carrizo)

Un caso con antecedentes: ¿Alineación oficialista o alienación política?

La parábola es un recurso literario que se utiliza para transmitir una enseñanza. La fortaleza de su pedagogía consiste en que nos ayuda a entender situaciones que ejemplifican dilemas morales. Por eso las hay religiosas (el hijo pródigo) pero también seculares (la caverna de Platón o el hombre ciego y el cojo de Krasicki). Lo que hace precisamente atractivo el análisis de lo que técnicamente se denomina “transfuguismo político” (presidentes, gobernadores, intendentes o diputados que cambian de partido) es que instala en la sociedad el problema de los límites morales de la política. La reciente decisión del diputado Felipe Solá de abandonar el espacio opositor reinstala, en un escenario electoral, precisamente el problema moral de violar un mandato popular. Esto es, llegar con una representación y una vez que se está en el Congreso o en el Ejecutivo abandonarla para asumir la posición contraria.

¿Qué nos informa el caso Solá y qué podemos aprender de él? Lo primero que nos informa es que Solá no representa ninguna excepción sino que su decisión muestra una situación que se ha naturalizado en la competencia política de la Argentina a partir de 2003. Lo segundo que nos informa es que la expansión de este fenómeno atraviesa a casi todas las categorías electivas en las que se disputa poder político en el país (no es un fenómeno que ocurra sólo con las bancas legislativas) y atraviesa a los tres sectores en que se divide el campo de la política: peronismo oficial, opositor y no peronismo.

Una breve enumeración ilustra esta magnitud. En las elecciones legislativas de 2007 distintas alianzas que agrupan a varios partidos de distritos como la fuerza de Luis Juez en Córdoba o Libres del Sur en el área metropolitana, asumieron alineados al proyecto kirchnerista y una vez en el Congreso abandonaron ese espacio de referencia para ubicarse en las elecciones legislativas de 2009 en el campo de las fuerzas opositoras al Gobierno. Asimismo, en las elecciones presidenciales de 2011 las ofertas partidarias (a excepción de Udeso) representan un aglomerado de alianzas que reúnen no menos de cinco distintos partidos de distritos.

¿Cómo garantizar la coherencia en espacios que aglutinan intereses y motivaciones tan heterogéneos y, al mismo tiempo, tan pragmáticos? Siendo así, lo tercero que nos informa es que esta expansión del transfuguismo libera a Solá de cualquier responsabilidad individual y advierte sobre una falla colectiva en la estructura de representación política en la Argentina. Es decir, el problema con Solá no consiste en su eventual alineación con el oficialismo peronista y desalineación con el polo opositor sino en lo que esta estrategia muestra de la política democrática en la Argentina: un problema de alienación paramétrica, es decir, constante, que afecta no sólo a la dirigencia sino también a los electores. Alienación: enajenación, pérdida de la autonomía de decidir; adaptación forzada a una situación política que manipula y neutraliza a través de su naturalización opciones reales de albedrío (cambio) político

¿Cuál es la falla y como salir del atolladero? Lo primero que podemos aprender al

respecto es que la Argentina (como Solá) no es la excepción. El transfuguismo ocurre en otras democracias latinoamericanas, federales o unitarias. Es el caso de Colombia,

Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú. No es el caso de Chile, Costa Rica y

Uruguay. Y es el caso de Brasil en menor medida pues, contra los pronósticos de mediados de los '90, ha logrado contener con bastante eficacia la expansión de este fenómeno.

¿Qué factores lo producen y fagocitan? ¿Siempre fue así? No sólo la regulación electoral (ley de partidos, etcétera) que ha cambiado en forma permanente a partir

de 1983 alentando a los dirigentes a sobrevivir sin partidos de gobierno eficientes.

También, y en gran medida, la consolidación de una vinculación clientelar en la representación política. Según datos de Colomer y Escatel (2005) el 57% de los electores argentinos califican no como ciudadanos sino como electores alienados. El argumento: sus preferencias de políticas no encuentran estructuras partidarias que las canalicen.

¿Electores que refrendan pero que no eligen? ¿Dirigentes que se realinean en el marco de opciones cortoplacistas que reproducen más y no menos alienación política? No siempre fue así. El Estado en las democracias consolidadas ha probado ser no el recurso para fidelizar subordinación sino para crear ciudadanía. No sólo para

electores; también para dirigentes.

¿Seguirá la presidenta Cristina Fernández siendo conservadora o apostará, luego de las elecciones, a ser progresista?

(De la edición impresa)

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