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La pelea por ser De la Rúa

27 diciembre de 2013

El affaire Cabandié y las crisis policiales tienen la misma lógica: extorsión mata institución. La consecuencia: saqueos de supermercados y del Estado.

El menemismo acabó el 10 de diciembre de 1999, o eso creían los que celebraron la asunción de la Alianza. Hoy sabemos que se equivocaban: el ciclo se cerró dos años más tarde, y De la Rúa y Chacho Alvarez tuvieron el honor de epilogarlo. Primera pregunta: ¿quién presidirá el epílogo kirchnerista? No es necesario que porte el apellido, aunque presumiblemente cargará con el mismo partido. Segunda pregunta: ¿cuándo? Los opositores apuestan a 2015, pero el oficialismo quiere estirar el plazo y los destituyentes anticiparlo. Es extraño: todos pelean por ser De la Rúa. Y sin embargo, hay una novedad: por primera vez en la historia, el peronismo se enfrenta al rompe-paga.

La democracia argentina explota cada doce años y no quedan razones para pensar que el problema es el radicalismo. Hay quienes sostienen que el centenario partido puede descansar en paz, ahora que el peronismo aprendió sus mañas. Exageran los antiradicales: De la Rúa no fue peor presidente que Isabelita ni Cristina resignó la lucha por el podio.

Lo peor está por venir, estiman los optimistas que no comen vidrio. Oficialistas acérrimos como Hernán Brienza, el periodista que entrevistó a Cristina, se preguntan en Tiempo Argentino “¿Y si nada tuvo sentido?”. En su desahogo admite que el pueblo argentino podría no merecer el sacrificio que los kirchneristas hicieron por él, ofrendando incluso la vida de su líder. “¿No habría sido mejor para Néstor Kirchner haber dejado todo y mandarse a mudar al sur a disfrutar de esos millones?”, se interroga. Destáquese, en honor a su candidez, que el monto no se refiere a votos. Y visto el ejemplo de Mandela, probablemente sí habría sido mejor ?para la Argentina?. Los líderes que se retiran a tiempo construyen mejores democracias. Las buenas democracias procesan los conflictos mediante canales preestablecidos. Las menos buenas se ven superadas por los conflictos y deben recurrir a la represión o ceder al chantaje para garantizar el orden público.

Samuel Huntington denominó “sociedad pretoriana” a aquella en la que la movilización social supera a la institucionalización política. En ausencia de instituciones mediadoras prevalece la acción directa, y cada actor reivindica sus intereses con los medios de que dispone. Así, los sindicatos hacen huelga, los estudiantes manifestaciones, los empresarios lock-outs y los policías acuartelamientos, como antaño los militares hacían golpes de Estado. Más moderno es armar un piquete y cortar una ruta; más clásico, apelar a influencias para zafar de la ley. Por eso el correctivo de Cabandié y el acuartelamiento policial son manifestaciones del mismo fenómeno: la creencia de que los conflictos no se resuelven por vías institucionales sino de prepo.

Oficialistas decentes como Sebastián Etchemendy reivindican al progresismo de actores por sobre el progresismo de políticas. En 2011 afirmaba en Página 12 que el kirchnerismo, en alianza con los actores sociales, disputa “más y mejor a los sectores dominantes para correr el límite de los derechos”, y además “canaliza demandas y aspiraciones que se procesan mediante el sistema político y no terminan en un mar de represión”. En Chile, en cambio, políticas sociales tecnocráticas derivaron en “marchas multitudinarias, bombas de gas lacrimógeno y un muerto a manos de la policía”.

El argumento, hoy insostenible, pasaba por alto la investigación de Bo Rothstein y sus asociados publicada hace dos años en la European Political Science Review. En ella se demuestra que la movilización de la clase trabajadora ha creado sistemas de protección social eficientes sólo donde había instituciones gubernamentales confiables, imparciales y no corruptas. En concreto, la destrucción del Indec y del peso, el desgobierno de la seguridad y la contribución de Jaimes y Lázaros Báez han dinamitado los requisitos del progresismo de actores, tornando a sus políticas insustentables.

La Argentina democrática es duodecimal como un reloj. En 1989, 2001 y 2013 todo pareció derrumbarse. A cada colapso lo sigue, parafraseando a Roberto Bouzas, otra década repetida. Hoy no importa quién será el infeliz que gobierne en 2025: más perentorio es identificar al De la Rúa que se enterrará con el ciclo kirchnerista.

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