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La provincia de Buenos Aires, ¿un Virreinato de pampas, mar y sierras?

25 julio de 2014

(Columna de María Esperanza Casullo y Santiago A. Rodríguez)

La influencia del Poder Ejecutivo Nacional en la elección de los gobernadores de la principal provincia del país no se replica en los casos de la Capital Federal, Santa Fe y Córdoba.

En nuestro último artículo, en la serie en la que venimos analizando la política bonaerense, desarrollamos la hipótesis por la cual los gobernadores de la provincia de Buenos Aires deben “subir” al escenario nacional, ya sea al Congreso Nacional como al Poder Ejecutivo para “bajar” al sillón de Dardo Rocha en La Plata. A esta regularidad la denominamos “ley de hierro de la política bonaerense”: para ser gobernador de Buenos Aires, el poder territorial local no es suficiente. Por más fuerte que sea, parece condición necesaria (a) un paso por el escenario grande la política nacional y (b) la bendición del presidente (o presidenta) de la Nación. La regularidad empírica encontrada es muy fuerte; aislar todas las causas probablemente requiere una mayor investigación. Sin embargo, a partir del análisis que hemos llevado adelante, surgen tres hipótesis.

1. El ojo del presidente: La PBA es una provincia excepcional, en tanto y en cuanto todos y cada uno de los presidentes de la Nación han buscado mantener un cierto grado de control sobre el gobernador bonaerense: de ahí la sucesiva elección de personas cercanas o de supuesta confianza, sobre todo vicepresidentes. Además de cercano, un gobernador de Buenos Aires debe ser, idealmente, políticamente débil. Un gobernador que “baja” a provincia sin base territorial propia no será visto, probablemente, como una amenaza. Y dado que ninguna provincia depende tanto financieramente de Nación como la PBA, el presidente tiene ahí una palanca adicional.

2. La presencia mediática: Para poder posicionarse como candidato resulta necesario acceder a los medios nacionales. Buenos Aires es un territorio sin medios propios de alcance provincial, aunque sí múltiples regionales. Esta particularidad se agrava en el área urbana que rodea a la CABA, donde viven aproximadamente dos tercios de la población. Por esta razón, todo candidato se encuentra obligado a apelar al faro mediático porteño para así cubrir la mayor cantidad de votantes. Esto genera una cercanía tácita al poder central y tiende a nacionalizar la campaña.

3. Los equilibrios internos: Una tercera hipótesis tiene que ver con el carácter especial del liderazgo de los intendentes, en particular de los municipios más poblados, y los muy delicados equilibrios políticos al interior de la provincia. Por un lado, el tener un alto porcentaje de votos en un partido, por más poblado que este sea, no garantiza competitividad en elecciones provinciales. Por otra parte, es probable que los propios intendentes no vean con buenos ojos una súbita entronización de un “compañero” (o “correligionario”) intendente que altere los equilibrios territoriales, siempre delicados, de una provincia tan diversa y conflictiva. Es interesante destacar que, de ser efectivamente seleccionados como candidatos Fernando Espinoza por el FpV o Gustavo Posse por el Frente Renovador, serían los primeros intendentes en ejercicio en “subir” a una boleta gubernatorial sin pasar por un cargo nacional antes.

En base a estos puntos, nos aventuramos a decir que la provincia de Buenos Aires padece una especie de virreinato del poder central; lo raro, en este caso, es que además el virrey casi siempre manifiesta sus ambiciones nacionales. No sólo nos referimos exclusivamente a los últimos años y las idas y vueltas entre Cristina Fernández y Daniel Scioli, De la Rúa y Ruckauf o las tensiones entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Más atrás en el tiempo podemos recordar como la relación entre Domingo Mercante y Juan Domingo Perón se desgastó rápidamente o, aún más atrás, como Carlos Tejedor tuvo que ser detenido por las fuerzas nacionales al mando de Julio Argentino Roca cuando enfrentó la decisión de federalizar la capital provincial. Dadas estas características, la potencial ascendencia política de la única Provincia con mayúscula y de su gobernador han pendido como espada de Damocles del poder central desde el origen mismo de la Nación y, en consecuencia, el Poder Ejecutivo Nacional siempre se esfuerza en gobernarla “de cerca”.

Sin embargo, para poder afirmar que la gravitación del poder en la provincia de Buenos Aires ha visto reconstituida su centralidad en la ciudad de Buenos Aires por sobre La Plata, debemos complementar nuestra mirada más allá del origen político o de nacimiento de los candidatos y explorar otros casos. ¿Se repite acaso este “sube y baja” en otras provincias? Para ello hemos revisado el origen de los candidatos a gobernador del segundo escalón en tamaño distrital del país: Córdoba, Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires.

Tanto Córdoba, Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires muestran una vida política propia, con candidatos surgidos muchas veces de instituciones o espacios de gobierno locales. Si bien es cierto que en varios casos vemos que los gobernadores electos eran antes diputados o senadores, hay una cierta tendencia a “irse al Senado” como manera de dejar pasar un período para luego poder volver a reelegirse o al menos volver a presentarse (como Carlos Reutemann o Luis Juez) o como preparación para una futura elección (como Macri luego de perder con Ibarra o, probablemente, Gabriela Michetti; en ambos casos, no existió en estas figuras ninguna preocupación por desarrollar un perfil legislativo propio sino que hubo un apuro por volver a su territorio).

En el caso particular del autodenominado cordobesismo, repite la fórmula que mantuvieran el binomio Reutemann-Obeid, pero reemplazado con De la Sota y Schiaretti, sumando la posibilidad de la reelección. En este sentido, las Cámaras de Diputados y Senadores (Córdoba y CABA tiene solo un Poder Legislativo unicameral) operan en menor medida como lugares a donde “se sube para bajar” que espacios a los cuales uno puede retirarse a continuar haciendo política mientras se planea regresar a la gobernación, el principal objetivo.

Pero, por sobre todo, no encontramos ejemplos en los cuales miembros del equipo de gobierno de un presidente en ejercicio regresen a su provincia para ser elegidos gobernador.

Esto es observable en forma consistente a lo largo de la democracia desde 1983. En ninguna de estas provincias se dio el caso de un vicepresidente de la Nación que “bajara” a la gobernación y el único caso que encontramos de un ministro candidateándose a una jefatura provincial fue Daniel Filmus en la CABA (cuya candidatura fue infructuosa). Es llamativo como parece haber una intención mayor por parte de la Presidencia de controlar al gobernador de la PBA que de hacerlo con el Jefe de Gobierno de la CABA, circunscripción que era federal hasta 1994.

La comparación entre Santa Fe y Córdoba nos permite resaltar nuestra afirmación de que la provincia de Buenos Aires se fue convirtiendo un algo así como un virreinato del Ejecutivo Nacional. En 2015 se presenta una posibilidad de reset de esta relación ya que tienen que presentarse nuevos candidatos a presidente, gobernador y jefe de gobierno, con potenciales nuevas relaciones. Por ejemplo, un dato novedoso es que dos de los principales candidatos a la presidencia de la Nación son dos bonaerenses. Esto permite la potencial construcción de “candidaturas duales”, en los que un candidato a presidente bonaerense hace campaña con un candidato a gobernador surgido de territorios locales, como Sergio Massa con Darío Giustozzi o Daniel Scioli con Martín Insaurralde. Un repaso rápido de los rumoreados precandidatos a los distintos ejecutivos no pareciera señalar la posibilidad de que la relación entre presidente y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires sea más floja, sino todo lo contrario.

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