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La realidad se deglutió a YPF

19 junio de 2012

El relato se asienta sobre el piso de la satisfacción económica y no a la inversa.

De acuerdo a los datos obtenidos durante los años del kirchnerismo, mediante sondeos y otros estudios complementarios, las causas del apoyo al Gobierno se han debido, en primer lugar, a razones económicas y, sobre esa base, en segundo término, a la identificación con lo que se llamó “el relato”.

Un rápido examen de la evolución de la popularidad de Cristina Kirchner arroja evidencias sobre este punto. La depresión económica de 2008-2009 tuvo un significativo costo para su imagen. De acuerdo a las encuestas de Poliarquía, la Presidenta perdió alrededor de 35 puntos porcentuales de evaluaciones positivas en el lapso que va desde febrero de 2008 hasta septiembre de 2009. En el último trimestre de ese año, al compás de un espectacular restablecimiento del PBI, la imagen presidencial comenzó una rápida recuperación hasta casi duplicar su valor en septiembre de 2010, ubicándose cerca del 40%. Entonces sucedió la muerte de Néstor Kirchner que produjo, en un mes, una subida del orden de 20 puntos en la imagen de su mujer.

El deceso de Kirchner bien puede ponerse en la cuenta del relato. Esto, al menos, por dos razones. En primer lugar, significó una reconfiguración positiva de la imagen presidencial. Entrada en la viudez, defectos que se le atribuían a la Presidenta, como altivez y soberbia, perdieron relieve y empezó a considerársela una mujer abnegada que enfrentaba graves responsabilidades sin su jefe político y compañero de toda la vida. Esto contribuyó, decididamente, a consolidar su posición ante la opinión pública. En segundo lugar, también la imagen de Kirchner fue replanteada. El hombre duro e implacable, el pendenciero incontinente, se transformó en El Eternatua, o en el compañero Néstor, una figura combativa, pero revestida de la lírica de los héroes, ligada antes a los idealizados '70 que a los prosaicos toma y daca con que concluyó su vida.

Cristina sin Néstor sembró la retórica presidencial de invocaciones a la juventud, de diatribas contra los enemigos del modelo y de una filosofía de la historia populista que la tenía a ella como figura central. Con el PBI creciendo a tasas siderales, un fenomenal incremento del gasto público, salarios y jubilaciones por encima de la inflación, planes sociales y subsidios a los servicios públicos, este discurso fue plebiscitado por el 54% de los argentinos. Se llegó al apogeo del kirchnerismo: nunca se habían reforzado de manera tan virtuosa la economía y el relato.

Después de la fiesta vino la resaca: desaceleración de la economía, fuga de divisas, crisis de los servicios de transporte público, severo déficit de energía, inflación creciente. El Gobierno trastabilló y empezó a mostrar sus flancos débiles. Diseñó un sistema soviético para controlar las variables que se le escapaban y buscó entre las joyas que la abuela había vendido en los '90, la más cara, en el doble sentido de la palabra: la más querida y la de mayor cotización. Cristina intuyó que con Moreno, el memorioso, no bastaría; había que dar un golpe de relato para que la sociedad recuperara la épica. YPF, a no engañarse, no es caja, es símbolo. Pero la realidad, implacable, parece haberse tragado en menos de dos meses la máxima gesta política en casi una década de kirchnerismo.

El primer indicador es que la reconquista de la principal empresa petrolera del país solo significó un incremento de tres puntos porcentuales en la imagen presidencial, con lo no pudo quebrarse una caída del orden de veinte puntos en el último cuatrimestre. A eso hay que agregar otras evidencias: aumentó la preocupación por los problemas económicos y los índices de confianza en el Gobierno y del consumidor no se recuperaron. Todo esto refuerza la idea de que el relato se asienta sobre el piso de la satisfacción económica y no a la inversa.

Con una economía en decadencia, la gran gesta nacional puede tener la vida de un lirio. Algo parecido le ocurrió al gobierno radical con el Mundial del '86. En tanto se opaca la nacionalización de YPF, las restricciones sobre el dólar y la inflación ocupan la agenda. Tal vez pronto otros problemas tapen a los actuales. Sin embargo, el Gobierno parecería seguir un recorrido cada vez más evidente por encima de las coyunturas. Se conjugan allí testarudez, desconfianza, paranoia, vacilaciones y cambios de estrategias, desprecio por los datos fácticos y poco afecto a la verdad. El resultado es, por un lado, la mala praxis y, por el otro, la resignación progresiva de un atributo indelegable de los gobiernos: la previsibilidad.

En este contexto, Cristina Kirchner, cuyo Gobierno acredita logros indiscutibles, deberá replantear su estrategia. Ya no dispone de nuevas YPF. Tampoco tiene por delante una economía favorable. Sin embargo, en posesión de legitimidad y sin opositores a la vista, dispone aún de oportunidades. De su capacidad para cambiar a tiempo dependerá la suerte de su Gobierno. Y el futuro inmediato de una sociedad afligida y desorientada.

(De la edición impresa)

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