(Columna de Néstor Gabriel Leone)
Apuntes sobre los movimientos en el peronismo. Entre la unidad esperada, la fragmentación posible y el pulso opositor.
1. EL ESPEJO CAFIERO
La fecha que eligió el Grupo Esmeralda para presentar su intento de renovación parece oportuna. Los 29 años de la elección de Antonio Cafiero como gobernador de la provincia de Buenos Aires, en 1987. Dos años más tarde de que aquella renovación primigenia decidiera enfrentar al “peronismo de la derrota”, anquilosado, con tufillo a rancio y más ortodoxo. Pensarse con el mandato de “modernizar” al peronismo en una clave socialdemócrata, que compartía temas y ciertas alteridades con el alfonsinismo, confraternizaba con aquel clima de época. Lo mismo, que fuese el partido, y no ya el movimiento, el que debía ser entonces objeto deliberado de ese proceso de cambio, “institucionalización” mediante.
Sin embargo, menos de diez meses pasaron para que un actor marginal de aquella experiencia, proveniente de una provincia considerada periférica y portador de cierta impronta que aquella renovación prometía dejar atrás, echase por tierra el intento. O, por lo menos, lo dejase a mitad de camino. En una elección interna, y por fuera de todos los pronósticos. Como parte de la dinámica de lo imprevisto. Como atajo. El declive presuroso del alfonsinismo fue, tal vez, una de las claves de su propio ocaso. Distante de aquella institucionalización prometida. Y con muchos de aquellos renovadores reciclados en el elenco de gobierno de aquella nueva versión epocal peronista llamada menemismo.
2. EL LENGUAJE DE LOS “FIERROS”
El territorio resulta palabra santa en el peronismo en momentos de crisis de liderazgos, de dispersión de dirigentes, de inorganicidad institucional y de derrota. Están quienes lo tienen, con el usufructo legítimo de recursos materiales y simbólicos, y quienes no, por más que tengan otras responsabilidades políticas. En esos momentos, el justicialismo deviene confederación de liderazgos parciales y red asimétrica de estructuras, con gobernadores e intendentes como actores en ascenso. Acotados a su espacio físico. Pero con cierto poder de veto y potestad para asumirse como lo nuevo, lo renovado. Sean intendentes del conurbano con primer o segundo mandato en curso. O sean gobernadores como Gildo Insfrán, con 21 años de permanencia y derecho adquirido para estar en la foto de lanzamiento de la nueva renovación.
Dos dirigentes, sin esa cuota de territorio vigente, pretendieron ser parte, el martes 6 de septiembre, de ese lanzamiento. Los bajaron del escenario. O, por lo menos, les impidieron subir. Daniel Scioli, dos veces gobernador bonaerense y excandidato presidencial, se quedó entre el público, al lado de Alberto Fernández. No más impertérrito que siempre. Estoico, como purgando alguna culpa. Diego Bossio, diputado de una fracción disidente, también con ínfulas renovadoras, en cambio, no soportó el desaire y se fue mascando bronca. Por detrás de los decorados.
3. LA APUESTA DE MASSA
Disidente, federal, díscolo, residual. El peronismo que, en distintos momentos, enfrentó a los Kirchner durante sus tres gestiones asumió varios nombres. Sin poder parir una unidad de sentido diferenciada. Aunque obtuviera algunos pocos triunfos parciales. Recién en 2013, Sergio Massa pareció encontrarle la vuelta, cuando llamó Renovador a su Frente y puso en evidencia cierto desgaste del poder de Cristina. Y condicionara, en parte, su estrategia para cualquier sucesión posible. Aun así, sus apoyos fueron de contornos móviles y adhesiones lábiles. El armado propio con el que llegó a las presidenciales de 2015, con bajas incluso entre su mesa chica, marca de alguna manera aquella limitación. Que, de todos modos, no le impidió alcanzar una muy buena performance y millones de votos, aun sin llegar al balotaje.
Desde entonces, Massa se ubicó en “la ancha avenida del medio”, como sendero equidistante entre tirios y troyanos, y asumió una oposición más que moderada. Propositiva para no perder centralidad mediática, pero de baja intensidad. Con acuerdos parlamentarios importantes, virtual cogobierno en la provincia de Buenos Aires (su territorio) y gestos continuos hacia intendentes y los tres nuevos líderes de la CGT unificada, cercanos o “propios”. Y una alianza en proceso con Margarita Stolbizer, como protectora “moral” de posibles contratiempos. No obstante, Massa carga con la duda que se generó en su momento sobre su capacidad para contener tropa propia y consolidar liderazgo. Una mácula que se observa con recelo entre peronistas. Y carga, también, con la dificultad para que aquella avenida del medio prosiga siendo ancha.
4. EL ESPECTRO (Y EL PULSO) DE CRISTINA
Si algo pretenden dejar en claro los neorrenovadores en su puesta en escena es la vocación por distanciarse del liderazgo de la expresidenta. Los más críticos de su gestión pasada, por cierto. Y, también, los que reivindican muchas de sus políticas. A los que se suman, quienes quedaron con sangre en el ojo luego de la derrota, quienes ven la oportunidad de pasar alguna factura ya vencida o no y, por cierto, algunos de quienes la aplaudieron en su discurso de final de mandato. Ella y los núcleos duros (minoría intensa, diríase) que persisten cerca son los apuntados. Como expresión de antikirchnerismo reactualizado, en algunos casos. Y, en otros, como postkirchnerismo posible. De todos modos, el despliegue de militantes en las calles que supo mostrar, incluso en el llano, la interesante imagen positiva que conserva en buena parte de las encuestas, a pesar de las denuncias en su contra, y los contrastes posibles con el actual Gobierno la ubican como espectro a conjurar para esos “renovadores” y, también, como posibilidad. El sopesado pragmatismo de muchos de ellos será mucho más activo y puntilloso, el año próximo, con la campaña en marcha; y la necesidad de volver a hacer pie en el territorio más inmediato, ése que le permite sacar cabeza, quizá vuelva a mostrarla en carrera. Cuánto varíe la consideración sobre Cristina dependerá entonces, en grado importante, de los liderazgos que puedan surgir en su reemplazo. Con la unidad como deseo. Y la fragmentación como riesgo. ¿Florencio Randazzo, a la espera de que el tiempo decante, con buena imagen y cortejado por varios de aquellos intendentes? ¿Algún gobernador?
5. ETERNO RETORNO
La renovación es una figura posperonista. O, para ser más precisos, posterior a la vida bioló- gica de Perón, su líder fundador. Mientras estuvo en vida, los neoperonismos fueron posibles debido a la lejanía del exilio (y, por lo tanto, debidamente desautorizados), o formaron parte de su estrategia política para el regreso. Tras su muerte, el repertorio fue más amplio. Y tuvo más que ver con disputas por liderazgos vacantes, que con cambios generacionales. Más que ver con la resignifiación posible de su identidad, que con la apelación al retorno del legado doctrinario. En eso, parece, que estamos.