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La situación de Brasil, desde la Argentina

28 junio de 2013

(Columna de Nicolás Tereschuk @escriba)

Un fenómeno político y social complejo en un país aún más complejo como Brasil, debería llevarnos a hacer mejores preguntas sobre su realidad y, también, la nuestra

Algunas reflexiones sueltas y desordenadas de un argentino sobre las protestas en Brasil de los últimos días:

-El 20 de junio me informo en Internet ?por mails preocupados de amigos, por las redes sociales y por la prensa internacional? sobre el crecimiento de las protestas en Brasil. Más de veinte años de Mercosur y no hay un canal de televisión brasileño en el sistema de cable al que estoy abonado para tener imágenes en directo sobre lo que ocurre. Me envían un link de una transmisión por la web en tiempo real. ¿Son confiables las imágenes que recibo? ¿Está “manijeada” la situación? ¿Qué está pasando realmente? Incluso los “informados” sabemos muy poco sobre lo que ocurre en un país que es medio continente. El déficit, nuestro déficit, es notorio en esta materia. Habrá que apelar al “beneficio” que da la distancia. Un fenómeno político no es cuestión “de números”. Eso está claro. Pero en un país con los números mais grandes, ¿no habría que tomarlos en cuenta? La agencia France Presse habla de unos 800 mil manifestantes en todo el país. ¿Qué significa eso si la población es de casi 200 millones de habitantes? Para el domingo 23 otro cable habla de 1.500 personas en las playas de Río de Janeiro. ¿Estamos ante una multitud o ante los más ruidosos? Es una pregunta. Sigamos.

-Qué sector social es el que sale a protestar en Brasil es un tema importante para el análisis, ineludible, pero no definitorio. Vamos ahora con algunos paralelismos imprudentes. Brasil es un país que no tuvo 17 de octubre de 1945 ni cordobazo ni violencia política como la de la Argentina en los '70, que atravesó una dictadura no de dos tandas de 7 años sino de de veinte años sin interrupción, cuya transición a la democracia fue “negociada” y que recién por estas horas hace actuar una “Conadep”. Al mismo tiempo, se trata de una sociedad que, si bien sufrió como toda en América Latina las heridas del neoliberalismo, no pudo, no quiso o no supo expresar su repudio a esas recetas. Brasil es una gran continuidad. La centralidad que toma la protesta social en las calles es entonces el dato relevante en lo que estamos viendo en del otro lado de la frontera. Así, “sufrir” una crisis como la de la Argentina en 2001 es algo que no se le desea a nadie. Pero tener la posibilidad de que las calles ?de la esquina, del municipio, del barrio, las que van hacia una ruta y las que rodean a la Plaza de Mayo? sean un lugar “político”, bien mirado, puede tener sus beneficios para un sistema político. Es cansador y desgastante, pero permite ir teniendo un conocimiento inmediato de lo que ocurre, habilita un espacio donde se producen tensiones y disputas, pero también negociaciones y correcciones sobre la marcha.

-Como parámetro, tratar de entender cuánto tienen de demandas “populares” ?como la de los estudiantes chilenos, en el sentido de pedir “más Estado para todos”, exigir un retroceso de los mecanismos excluyentes de mercado? y cuánto de demandas “elitistas” ?“más 'libertad' , más mecanismos de mercado”, como expresó al menos algún sector de los “caceroleros” del 8N y 18A en la Argentina? sirve como parámetro para entender más las protestas. Ninguno de esos sentidos esquemáticos de la protesta se presentó en estado puro ni en Chile ni en la Argentina, estamos de acuerdo. Tampoco es monocolor lo que acontece en Brasil. Pero el parámetro y tratar de desentrañar cómo se mezcla cada color en esta paleta puede servir para enfocar mejor. En forma paralela, aparece la cuestión de la reacción estatal frente a las protestas. No son muchos los países donde hay decisiones expresas y directas del poder político a las fuerzas policiales para no reprimir la protesta social. La mayoría de los países toleran la represión a la protesta social. En muchas provincias de nuestro país se tolera la represión a la protesta social por parte de las policías locales. Pero no todo el tiempo. La represión a sectores que no eran habitualmente objeto de ella en San Pablo agigantó el problema brasileño y volvió a poner sobre la mesa el potencial rol corrosivo de las fuerzas de seguridad mal conducidas o sin conducción para todo el sistema democrático. Por otra parte, es sabido que hay una derecha brasileña que no sale a las calles pero que es parte de la foto que hay que mirar. A pesar de la “ortodoxia” económica de las administraciones del PT, hay un sector muy influyente que en Brasil sigue considerando que sus gobiernos han sido demasiado intervencionistas, demasiado poco amigables para el capital privado, demasiado poderosos y poco respetuosos de la “seguridad jurídica”. Mostrar al gobierno de Dilma Rousseff como ineficaz e ineficiente, como fallido hasta para mantener el “orden”, es uno de los intentos que da vueltas por estas horas en Brasil.

-Militancia y juventud. El sociólogo alineado con el PT Emir Sader repite aquí y allá que el oficialismo brasileño careció de políticas “específicas” dirigidas a la juventud. “Acá hace mucho que el PT no sale a las calles”, nos dice un amigo. ¿El oficialismo brasileño perdió la gimnasia de escuchar y tener presencia “por abajo” y no sólo quedarse del lado de atrás del mostrador del Estado? ¿Es ese un peligro latente para cualquier oficialismo con varios años en el poder? ¿Cuántos reflejos mostró el PT para avanzar con demandas como, por ejemplo, las de los derechos de las minorías? ¿Dio cuenta con sus acciones de los distintos fragmentos en los que todavía está partida una sociedad muy desigual? Al mismo tiempo, la capacidad o no de los gobiernos locales parece haberse convertido en un tema de primer orden político en nuestros países. La edición reciente del Barómetro de las Américas (realizada por la Vanderbilt University) señala que los brasileños están más insatisfechos con los servicios de los gobiernos locales que el resto de sus pares sudamericanos, salvo quienes viven en Perú, Guyana y Surinam. La satisfacción con las escuelas públicas, los servicios de salud y las carreteras, así como la confianza en general en los gobiernos locales, es bastante mayor en la Argentina que en Brasil. ¿Es el nivel de eficacia de las gestiones locales un elemento adicional para hablar de la “estabilidad” o no del sistema político?

-La explicación que indica que los ciudadanos de nuestros países, una vez pasado cierto umbral de empleo, alimentación y consumo en general, buscan poner en agenda demandas de “segunda generación” me resulta incompleta. Nuestras sociedades siguen muy fragmentadas. Izquierdas y derechas no se han borrado de un plumazo. No todos los ciudadanos quieren el bienestar de todos los ciudadanos. No todos consideran que si todos tienen un poco más, todos estarán más seguros o la calidad de vida aumentará. Los que salen a la calle y hacen ruido pueden tener los puños cargados de algunas verdades y, a la vez, plantear políticas que no sirvan al conjunto. Las tensiones “excluyentes” están en pie y los que quieren llevar agua para molinos de pocos no están derrotados. ¿Las embajadas de Estados Unidos son sólo espectadoras? No es tan “horizontal” como Internet el mundo real (¿es horizontal Internet?). Se escuchan conclusiones algo apresuradas. Decir “primavera” y vincular cuanta protesta ande dando vueltas por el mundo tampoco me parece demasiado adecuado para entender lo que ocurre en nuestros países. Ni las protestas de Túnez han sido iguales a las de Libia, ni España es Siria, ni los movilizados contra Wall Street reclaman lo mismo que en las avenidas brasileñas, ni.... Además, ¿a quién van dirigidas las protestas? ¿Dónde se encontrarán las soluciones? Vemos en nuestros países sectores que se muestran con ganas de reclamarle a “los políticos” y al Estado. Se muestran beligerantes con los Ejecutivos (nacionales, provinciales, municipales). ¿Pero cuánto ánimo de contender con otras entidades muestran? Con grandes empresas, con el sector financiero ?que en Brasil, además, maneja el Banco Central?. Vemos manifestantes que protestan en la puerta de la casa de Lula, ¿pero van a las casas de los CEO de la minera Vale y del Banco Itaú (que si complejizamos un poco la cosa se han llevado bastante bien con Lula)? ¿Quieren beneficios sin conflicto? ¿Piden “lo posible”, apenas lo “obvio”, o más bien exigen refundaciones “imposibles”?

-Si volvemos la mirada a la Argentina nadie puede estar más desconcertado por lo que hoy pasa en Brasil que quien haya usado la palabra “Brasil” como una caja vacía donde poner todo aquello que le servía para la disputa política local de turno. “Por mi actividad he tenido oportunidad de viajar a Chile, a Brasil, a Uruguay y he visto países seguros, ordenados...”. Ricardo Alfonsín le hablaba de esamanera a sus votantes en un spot de campaña de 2011. ¿Y ahora? De esa forma, cuando la oposición de centroderecha y mediática argentina elogia a Dilma Rousseff por su discurso conciliador hacia los manifestantes brasileños, ¿quiere analizar el problema del vecino país o mandarle mensajes a Cristina Kirchner? ¿Quiénes están, en última instancia, más cerca políticamente? ¿Dilma y Cristina o las oposiciones de centroderecha en ambos países? ¿Se trata más bien de dos pares que están espalda contra espalda? En el contexto regional, la situación de Brasil tiene que preocupar a cualquiera que crea en Sudamérica como entidad política. Ya sin Néstor Kirchner ni Hugo Chávez, con Lula Da Silva fuera de la Presidencia, con economías que encuentran obstáculos en la Argentina y en su vecino gigante y que necesitan reformulaciones ?en paralelo con una apuesta de los Estados Unidos y sus fans a la Alianza del Pacífico?, la situación puede volverse delicada. Que un fenómeno político y social complejo en un país aún más complejo, como es Brasil, nos permita hacernos mejores preguntas sobre la realidad debería ser un primer objetivo si es que tratamos de entender con más precisión lo que ocurre más allá, pero también ?aunque de una forma no lineal? más acá de la frontera.

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