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La UCR se subió al ring

20 noviembre de 2014

Hay politólogos locales que conocen mejor París que Tucumán. Pero en Argentina, “la democracia después de los partidos” tendrá que esperar.

"¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, preguntó sardónico Stalin. Corría 1935 y el canciller socialista francés le había pedido que afloje la presión sobre los católicos rusos. De ese modo, argumentaba, mejorarían las relaciones de París con el Vaticano ante la amenaza común de los nazis. Fue ahí que Stalin lanzó su famosa frase, expresión de ingenio hasta 1991 y de escarnio desde entonces.

“¿Cuántos candidatos a gobernadores tienen Macri y Massa?”, parafrasea hoy un dirigente radical. El aparato del partido es asimilado a los fierros soviéticos, mientras los Ma-Ma son vistos como figuras mediáticas sin poder de fuego. La chanza sugiere que el enunciador se llevó Historia a marzo. Porque, si el paralelismo es correcto, el radicalismo está en problemas.

Y lo está, qué duda cabe. Pero por otras razones. Porque el paralelismo es incorrecto.

Hoy el papado sigue sólido cual unidad básica globalizada, mientras la Unión Soviética sólo atiende en locales de espiritismo. Pero sería un error pensar que el mundo de las ideas venció al mundo material. Lo que sucedió es casi lo contrario. La URSS cayó porque perdió la batalla tecnológica, más cercana al conocimiento que a las divisiones militares. Y el Vaticano resistió apoyado en la territorialidad capilar de la Iglesia y en la cooperación de Juan Pablo II con Ronald Reagan, y no sólo en la fe de sus fieles. Al final, las ideas del comunismo pudieron menos que la organización y las alianzas del catolicismo. El Vaticano tenía más divisiones que Moscú. Macri y Massa tienen recursos pero carecen de territorialidad. Necesitan alianzas. Necesitan al radicalismo. Qué paradoja: la nueva política debe seducir a la vieja para tener chances.

En 2001 se difundió la idea de que los partidos estaban terminados. En su lugar aparecían los líderes de popularidad, capaces de apelar a la opinión pública por la televisión y sin intermediación partidaria. Los comités y unidades básicas se convertirían en museos repletos de momias. Marketineros brasileños y ecuatorianos ocuparían su lugar. Hasta que no. El peronismo está más vivo y poderoso que nunca, tanto en el gobierno como en la oposición. Y el radicalismo, que amenaza con ganar ocho provincias, es cortejado por todos los galanes. Los partidos no estaban muertos, estaban de parranda.

En las últimas semanas, observadores sensibles se han quejado por la confusión reinante en Unen. Mientras dirigentes provinciales del radicalismo negocian apoyos variados, Pino Solanas y Humberto Tumini se niegan a aportar carradas de seguidores enunas PASO ampliadas. Lilita y Binner encarnan extremos opuestos de vitalidad. Cuanto más se deshilacha el frente, más a la vista queda su principal componente: la Unión Cívica Radical.

La UCR no tiene un mecanismo centralizado de toma de decisiones. Funciona como las hormigas, que construyen su hormiguero sin arquitecto. En su libro “La Sabiduría de los Grupos: Por qué los muchos son más inteligentes que los pocos”, James Surowiecki muestra que en ciertas condiciones un conjunto de decisiones independientes produce un mejor resultado colectivo. Ese resultado es superior tanto a las decisiones individuales como a la que habría surgido de una deliberación centralizada. En estos casos, el liderazgo cumple dos funciones. Por un lado, garantiza condiciones favorables: diversidad de opinión, independencia de criterio y descentralización de fuentes. Por el otro, contiene y agrega las decisiones individuales en una decisión colectiva. Esta parece ser la estrategia de Ernesto Sanz, presidente del Comité Nacional. Estando la Convención Nacional presidida por una politóloga, el plan podría funcionar.

Si la estrategia descentralizada le rinde a la UCR varias provincias, sumadas a una buena elección de Martín Lousteau en la Capital, la descentralización estratégica habrá probado su utilidad. Los presidenciables que pescan desde afuera serán victimados por las divisiones territoriales del partido. Y entonces, por conveniencia o por compasión, habrá llegado el momento de eutanasiar al radicalismo bonaerense. En Argentina, los partidos centralizados pertenecen al pasado. Los líderes sin partido, también. El FpV aprendió a usar el peronismo; llegó la hora de saber si los radicales aprenden a usar el radicalismo.

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