El estadounidense Larry Diamond, uno de los mayores expertos en democracia global, dialogó con el estadista sobre algunos de los procesos democráticos más incipientes, como los del este de Asia o los países del Magreb; realizó un balance del estado de la democracia global y analizó lo que ocurre en América Latina. Diamond es editor del prestigioso “Journal of Democracy”, docente universitario, autor de varios libros y una fuente de consulta para medios de comunicación y políticos de todo el mundo.
“Si habrá una nueva oleada democratizadora en el mundo en esta década, será en la región del este de Asia”, escribió en su último artículo en “Journal of Democracy”. ¿Por qué cree esto y qué impacto tendría en el mundo?
Creo que el desarrollo económico es una fuerza muy poderosa a la hora de cambiar valores y promover el cambio democrático. Hemos visto en otros países del mundo, incluso de esa región, como Corea del Sur y Taiwán, que el desarrollo económico y el crecimiento de sus clases medias generaron en la ciudadanía un deseo de mayores grados de libertad. Y eso es lo que está pasando desde Malasia hasta Sinagpur, que es una anomalía pues está muy atrasado en lo que se refiere a la democracia dado su elevado nivel de desarrollo económico. El crecimiento está siendo muy elevado en China y Vietnam también, y en Burma hay un deseo por la democracia que ya lleva varias décadas. Por eso, creo que las condiciones para un proceso de evolución política en el este de Asia son prometedoras, y lo serán aún más si el desarrollo económico continúa. En caso de que China forme parte de ese proceso, las consecuencias en el mundo serán gigantes, pues su modelo de “autoritarismo desarrollista” es el ejemplo más citado por líderes autoritarios de todo el mundo que dicen: 'Miren, hay una mejor manera de hacer esto. Uno puede tener desarrollo económico sin democracia. De hecho, la democracia sólo lentificará ese proceso'. Por eso, si China se democratiza las consecuencias se sentirán a lo largo y ancho del planeta.
Hablando específicamente del Gigante Asiático, ¿hacia dónde cree que está yendo su sistema político?
No está yendo hacia ningún lugar que implique un serio cambio democrático. Aunque tampoco está regresando a un pasado comunista de línea dura. En el reciente debate en el interior del Politburó, no hay signos de que los partidarios de las líneas más duras estén ganando influencia, pero tampoco lo están haciendo los que quieren comenzar a discutir algún plan serio de reforma democrática. El país está estancado en un impasse autoritario en el que no hay deseo de retornar a las facetas de la era maoísta. Hoy hay más libertades que en el pasado y una esfera pública más grande, principalmente gracias a Internet. Pero no hay posibilidades reales para los chinos de usar medios institucionales, en vez de las protestas, para interpelar a sus gobernantes. Y el Gobierno tampoco está haciendo nada para que el pueblo tenga más poder de decisión como, por ejemplo, mediante elecciones libres. No hay elecciones libres ni siquiera al interior del Partido Comunista. Tampoco hay mejoras en el Poder Judicial ni en la separación del partido del Estado. China sigue siendo un viejo y típico Estado autoritario. Por lo tanto, las autoridades no serán capaces de administrar las demandas por mayores libertades y controles sobre los políticos que muy probablemente se multipliquen con el crecimiento económico. Mi hipótesis es que están yendo hacia una severa crisis política en esta década o la próxima.
Entonces, ¿todo depende del desarrollo económico?
Esa es la regla general, pero es importante también no verlo como un proceso mecánico. Hay muchos países de Oriente Medio con altos niveles de ingresos per capita que funcionan sin democracia.
¿Pero qué explica, entonces, su optimismo con Asia, siendo esta una región en la cual la democracia nunca prendió con entusiasmo? ¿No puede ocurrir que siga el desarrollo económico pero que no haya un gran apetito por la democracia?
Es un grave error extrapolar de la historia y las tradiciones nacionales hacia el futuro. Por ejemplo, en Corea del Sur no había demandas democráticas hasta que el desarrollo económico transformó el país en las décadas de los '70 y '80 del siglo pasado. Lo mismo puede decirse de Taiwán e incluso de países europeos como España. También podríamos ir más atrás en la Historia: hace cientos de años no había demandas democratizadoras en casi ningún lugar del mundo. La cultura cambia por el desarrollo económico y la globalización y es un error mirar la realidad de ciertos países como algo fijo. América Latina también deja sus enseñanzas. Muchos pensaban que eran sociedades católicas, jerárquicas, de cultura latina y que, culturalmente, preferían ese orden a la conquista de las libertades. Pero todos ellos fueron cambiando, algunos en el Siglo XIX y otros en el XX.
En la última edición de “Journal of Democracy”, usted planteaba que la democracia había estado en recesión en los últimos cinco años. ¿Por qué?
Hay varias razones. La primera, es que hubo avances muy módicos en los niveles de libertad. Los niveles de libertad, medidos por Freedom House, por ejemplo, muestran que los países en los que éstos cayeron le ganaron por más de 2 a 1 a los que los incrementaron en cada uno de los últimos cinco años. Asimismo, hemos visto una caída en la cantidad de democracias en el mundo. Desde el pico de 121 de 2006, hemos caído a 115. Si incluimos el golpe de Estado reciente en Malí, la lista cae, según mis cálculos, a 114. Pero también hay algunas luces. En 2011, por ejemplo, tres países se convirtieron en democracias y uno dejó de serlo. Por eso, creo que es un proceso que está continuamente afectado por avances y retrocesos. Si uno analiza las tendencias generales de niveles de libertad, de democracia y calidad de la gobernanza, percibe claros progresos en algunas regiones del mundo, pero también tendencias preocupantes tanto para los niveles de libertad como para la democracia misma en otros países.
Mirando en retrospectiva lo ocurrido en los últimos cinco años, es inevitable la mención a la Primavera Arabe. ¿Qué opina de eso?
Si bien despertó mucho optimismo para el proceso democratizador en esa región, sólo Túnez hizo la transición hacia una democracia. Debemos esperar qué ocurrirá en Egipto, con los militares; en Libia, donde las milicias controlan gran parte del territorio y en Yemen, que aún es un Estado frágil. En Siria y Bahrein la represión y la violencia son mayores que antes. Por eso, más que una amplia transformación hacia la democracia, la Primavera Arabe ha sido, al menos hasta el momento, una serie de protestas populares ante el autoritarismo. A excepción de Túnez, la democracia aún se tiene que convertir en una alternativa en esos países.
Usted le dedicó mucha atención al proceso democratizador en América Latina. ¿Se puede hacer, actualmente, un análisis homogéneo de lo que ocurre en la región o las diferencias entre países son muy vastas?
Hay múltiples y divergentes tendencias en la región. Desde el punto de vista analítico, lo mejor es dividirlo en subregiones. En el Cono Sur, el proceso democratizador es y ha sido muy prometedor. Brasil ha hecho un progreso importante, tanto en erigirse como una potencia económica global como en profundizar la calidad de la democracia. El progreso hecho durante las gestiones de Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva es uno de los casos de estudios, por lo exitoso, más relevantes de los últimos 20 años. Evolucionaron desde un sistema político disfuncional a uno coherente, funcional, efectivo, transparente y capaz de generar crecimiento. En Chile, la democracia está balanceada e institucionalizada. En la Argentina, pese a algunos problemas de corrupción y gobernanza, la democracia también está consolidada, al igual que en Uruguay. En la región andina, ha habido mucha presión en los últimos años. En Perú, el pragmatismo de Ollanta Humala podría renovar las esperanzas de un progreso democrático para el país. En Ecuador y Bolivia, empero, hubo tendencias preocupantes. Los presidentes de ambos países están teniendo conductas, como mínimo, cuestionables con respecto a la oposición y los medios de comunicación. Son estados problemáticos. Venezuela está en esa posición hace un tiempo. La unificación de la oposición y una posible victoria de su candidato, en caso de que haya elecciones libres, podría marcar un punto de inflexión en el proceso democratizador. Colombia ha hecho algunos progresos, especialmente en lo referido al control del territorio y el descenso de la insurgencia, aunque aún persisten muchos cuestionamientos a los derechos humanos. Por último, la región más preocupante de América Latina, y la contracara del Cono Sur, es lo que ocurre en América Central y México. Allí podemos mencionar el golpe en Honduras; los abusos de Daniel Ortega, que han hecho que Freedom House ya no considere a Nicaragua una democracia electoral y hay muchos abusos a los derechos humanos y poco respeto a la ley y el orden a lo largo de la región centroamericana. En México, el Estado está en un proceso de debilitamiento, en simultáneo con el surgimiento del narcotráfico, que constituye una amenaza a la sociedad y la legalidad. La corrupción ha crecido tanto en las fuerzas policiales y en la élite política, lo que debilitó la democracia mexicana. Por eso, como conclusión, diría que en América Latina hay múltiples tendencias en marcha, muchas de las cuales tienen poco que ver entre sí.
En su libro “El espíritu de la democracia”, usted hace fuerte críticas a la intervención de EE.UU. en los asuntos internos de los países de la región en los '70. Mucho ha cambiado desde entonces. ¿Cómo evalúa la participación de EE.UU. en la región a más de 30 años de esa época?
Creo que es mucho mejor, en particular a partir de la administración de Barack Obama. Hay una comprensión de que vivimos en un mundo multipolar y de que no podemos alcanzar nuestros objetivos de libertad, democracia, integración económica, orden político, respeto a la ley y el orden y control de las organizaciones criminales y terroristas en las Américas, tanto en los pequeños países como en los grandes, sin cooperación multilateral. En este aspecto, la política estadounidense ha progresado. Los días en que volteábamos gobiernos porque no nos gustaban han quedado atrás. Siguen existiendo líderes autoritarios que no nos gustan, como en Venezuela o Nicaragua. Pero hemos aprendido la lección amarga de que intentar voltearlos de manera encubierta y unilateral, sólo produce efectos contraproducentes al generar un mayor resentimiento hacia EE.UU. e, incluso, desacreditando y deslegitimado a las fuerzas locales de esos países que están trabajando y bregando por una sociedad más democrática. La mejor manera de desafiar a los líderes autoritarios no es intentar dictar el resultado de manera encubierta sino apoyando clara y explícitamente a las fuerzas democráticas de la oposición que están intentando construir una sociedad más democrática.
(De la edición impresa)