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Las clases populares y el motor de la Historia Argentina

18 abril de 2012

El libro pone la mirada en diversos aspectos del mundo popular, desde el plano laboral y la cultura hasta las identidades políticas.

Como muchos argentinos a fines del Siglo XX, Ezequiel Adamovsky pasó de la clase media a las clases populares. Su caso no se trató de una cuestión de ingresos o laboral sino de objeto de estudio. Luego de “Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión: 1919-2003” (Planeta, 2009), acaba de aparecer “Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003” (Sudamericana, 2012). ¿Por qué “la” clase media y “las” clases populares? Porque, dice el autor, el último es un colectivo más heterogéneo y que no siempre logra superar su fragmentación.

Adamovsky (con estudios en filosofía e historia y prácticas de investigación en varios centros de estudio cimentando su CV) se propone “poner a disposición del público general una síntesis de investigaciones de las últimas décadas sobre los diversos aspectos del mundo popular, desde la vida cotidiana, la cultura y el trabajo, hasta las identidades, las formas de organización gremial y de acción política” de las clases populares, que vivieron y viven una realidad cruzada “por diferentes situaciones de explotación, opresión, violencia, pobreza, abandono, precariedad y discriminación”. Y agrega: “Pero también por ello son suelo fértil para experiencias de comunidad, de solidaridad y de resistencia que con frecuencia dan lugar a una intensa creatividad cultural e ideas alternativas”.

Así planteado, el libro se divide en tres etapas: 1880-1945; 1945-1973 y 1973-2003.

En la primera, con la consolidación del Estado Nacional y “la profundización del capitalismo” como tendencia persistente, el autor describe la transformación demográfica y la oleada inmigratoria, que fue tan importante para la politización de las clases populares. Para Adamovsky, el “crisol de razas” y la “modernización económica” del país en esos años son mitos. El primer mito omite la desigualdad racial que existió y el segundo, la escasa equidad con la que se repartían las riquezas del modelo agroexportador. “Hacia 1880, por ejemplo, poco había en común entre un toba en el Chaco, un afroporteño que trabajaba como peón en el puerto y una empleada de comercio italiana de la ciudad de Córdoba”, escribe.

Los actores de las primera fuerzas unificadoras provinieron del incipiente movimiento obrero de Buenos Aires y otras urbes del litoral. El camino que arranca en 1880, y en su recorrido encuentra momentos tan distantes pero, a la vez, mutuamente influyentes como el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916 o el golpe de Estado de 1930 y fenómenos como la popularización del tango y el fútbol o la emergencia embrionaria de un nacionalismo popular y criollo, termina en 1945. El país, y las clases populares, habían cambiado. Por lo tanto, las características de la próxima etapa histórica serían otras.

En la introducción, Adamovsky sostiene que la historia nacional ha sido forjada entre el choque y el conflicto entre las clases populares y la élite. La regla general es que a mayor unión popular, más cesiones de la élite. En ese proceso, una y otra se van modificando, así como las reglas del juego político, económico y social. El autor describe al 17 y 18 de octubre como “esas 48 horas en que nació el movimiento que dominaría durante décadas la política nacional”. El peronismo, unificó a las clases populares como “sujeto político”. Con su llegada, las clases populares ingresan a la “alta política”.

Por eso, la política ocupa un rol central en esta parte del libro. En esos años, las clases populares se politizaron como nunca antes. Las mujeres comenzaron a votar y los jóvenes, cada vez más educados, comenzaron a participar del debate político y a diferenciarse a través de la música y la vestimenta, haciendo su propia cultura. La polarización entre las clases populares y la élite era, entonces, una obviedad. Y así lo fue. El período de 28 años que va entre 1945 y 1973 también estuvo signado por la explosión demográfica del conurbano, la creciente sindicalización y la industrialización, el viraje ideológico a la izquierda (algo que ocurría en muchos otros países), el nacimiento del rock nacional, el pleno empleo y la expansión (y legitimación) de la violencia política. El Cordobazo de 1969 operó como una “bisagra entre el período de la Resistencia y los tiempos del auge de la lucha armada”. Con el fin de la proscripción, en 1973 llegaba la primavera camporista.

“El giro a la izquierda parecía haber llegado por fin al Estado”, dice el autor. Ese giro, con el cual Adamovsky comienza a narrar el tercer y último período histórico, duró poco tiempo. El Golpe de 1976 significó uno de los puntos de inflexión más notorios para las clases populares. El Proceso, dice el autor, triunfó, entre otras cosas, en “despolitizar” y “descolectivizar” a esos sectores. El neoliberalismo, en boga en el mundo, transformaría la estructura social, laboral y productiva del país. Lentamente, iba quedando atrás el pleno empleo, la distribución más o menos equitativa del ingreso e irrumpían, con fuerza, la pobreza y el desempleo estructural. “La experiencia vital se volvió para muchos en una de enorme soledad y desamparo”, escribe Adamovsky.

La desarticulación de las clases populares ocurrió, paradójicamente, en un momento en el que, al menos desde el punto de vista estadístico, estaban creciendo exponencialmente. Ese repliegue político de las clases populares, que persistió aún con la vuelta del peronismo del poder en 1989, abrió otros canales de socialización, que van desde los grupos piqueteros hasta las barrabravas y la cumbia villera.

El libro es, a la vez, más y menos que un libro clásico de reseña histórica. En sus casi 500 páginas de lenguaje simple y abordable, Adamovsky logra el propósito que se establece al comienzo. Permite, asimismo, detectar problemas que, por su perduración, son históricos. Por ejemplo, el escaso desarrollo del “interior” del país. Sólo basta mirar el Censo 2010 para entender que esta problemática, y todas las que entraña, siguen tan presente hoy como en 1910.

(De la edición impresa)

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