por Martín D'Alessandro (*)
Las primarias deben ser evaluadas para definir si hay que eliminarlas o reformarlas para maximizar sus objetivos
En los tres días posteriores a las PASO del 11 de agosto la Argentina entró en un tobogán político y económico pocas veces visto. Con niveles semejantes de incertidumbre en ambos planos de la vida social, nuestro país ha sufrido interrupciones y/o inestabilidades políticas que cambiaron la historia y redefinieron actores por largo tiempo. También otros países han pasado por experiencias similares, y otros tantos pasarían por ellas si sufrieran, o hubieran sufrido, los mismos males.
Una explicaciónque los politólogos conocemos bien es que estas inestabilidades ocurren porque las instituciones diseñadas para dar forma y procedimientos a la vida política no soportan la presión que le insuflan las crisis políticas graves, o bien que instituciones mal diseñadas producen o agravan las crisis políticas, o bien que el uso amañado o no previsto de las instituciones puede provocar esas mismas crisis.
Antes de este agosto ya sabíamos que las PASO no estaban funcionando de la manera esperada: si tomamos todos los partidos de todas las provincias que compitieron en elecciones nacionales desde que las PASO están vigentes, solo se usaron para dirimir candidaturas en elecciones de Diputados en un 19 por ciento y para Senadores en un 16 por ciento. Es decir que los arreglos de cúpula siguieron siendo la regla en la política argentina, y por eso a veces las PASO parecen generar más hastío en la ciudadanía que legitimidad en las instituciones.
Para la elección presidencial, a pesar de que las PASO contribuyen a erradicar el negocio de los micropartidos ?ayudaron a reducir las opciones presidenciales de 14 en 2007, a 7 en 2011, a 5 en 2015 y a 6 en 2019? solo las usaron para que la ciudadanía dirima candidaturasen un 14 por ciento. Desde ya que es positivo tener asegurado un mecanismo para que los candidatos con aspiraciones tanto a cargos ejecutivos como a cargos legislativos puedan competir por adentro de su partido (y no por afuera, astillando al partido y fragmentando el sistema político), pero en los hechos se sigue alargando la lista de candidatos reales o potenciales que no ven a las PASO como un mecanismo democratizador de los partidos y la representación, y prefieren competir por fuera de sus partidos o directamente prefieren no competir: Duhalde, Rodríguez Saá y Cobos en 2011, Randazzo en 2015, y Lavagna, Pichetto, Massa, Solá, Rossi y Lousteau en 2019.
Este año las PASO no solamente no definieron candidaturas presidenciales sino que contribuyeron a la incertidumbre política (y sus ya conocidas consecuencias económicas) exactamente en el punto más sensible de toda la arquitectura política del país, que como enseñó Natalio Botana, es la sucesión presidencial. Se generó asípor un lado un hipopresidente debilitado pero que todavía no es saliente, y por el otro un virtual presidente, que sin embargo todavía no es siquiera electo. Y como ambos siguen en campaña electoral y legalmente nada está definido aún, tienen más incentivos a la confrontación que a la cooperación. El presidente se siente empujado a tomar medidas distributivas que la semana anterior consideraba irresponsables, y el gran ganador de las PASO no cree que tenga sentido reunirse con el presidente en ejercicio, y además insulta al presidente del principal vecino y socio comercial del país. Los reclamos, los desplantes y las acusaciones mutuas continúan, y hasta se acrecientan (aunque también hubo una conversación telefónica, difundida por Twitter, con promesas de un compromiso que ojalá se concrete). Quizás la responsabilidad política de ambos prevalezca finalmente, pero no parece muy probable en vistas de la historia argentina (y su valoración de la intolerancia), la coyuntura política (la dinámica polarizadora que ambas coaliciones eligieron como estrategia) y los incentivos políticos (a responsabilizar al otro de los desaciertos económicos y sus costos sociales, sin asumir ninguno como propio).
Pero volvamos a las instituciones, que deberían funcionar, precisamente, para dar certidumbre y evitar situaciones en las que todo dependa exclusivamente de la buena voluntad de los actores, que dicho sea de paso, no es algo que abunde en nuestras tierras ni en nuestros días. Como casi todo en la vida, las PASO tienen sus pro y sus contras. Probablemente esta experiencia sea una oportunidad para poner la experiencia de diez años en la balanza y hacer un diagnóstico pormenorizado que establezca si habría entonces que eliminarlas de cuajo o bien reformarlas ?¿subir significativamente el umbral para las presidenciales?? para maximizar sus objetivos originales, que son loables. No sea cosa que por resistir contra las tendencias contrarias a los partidos que imperan en la Argentina y en el mundo, potenciemos a los males de la inestabilidad que aunque están también en el mundo, se enseñorean desde hace cien años en la Argentina y
(*) Politólogo, presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP)