(Columna del politólogo Germán Lodola -UTDT y Conicet-)
El FpV es un caso notable: en su tercera elección presidencial consecutiva como oficialismo rozó el 40% de los votos. Esto se ha visto muy ocasionalmente en la historia contemporánea de la región.
Sugiero ahorrar espacio e ir directo a los hechos.
Primer hecho: el Gobierno realizó una sólida elección. La fórmula oficialista a la Presidencia ganó en 20 distritos del país, incluidos algunos de los considerados difíciles a priori como La Pampa, donde la interna peronista arrecia fuerte y Santa Fe, donde una cantidad del voto “progresista no populista” se volcó al FpV dejando a Hermes Binner, quien había salido segundo en las últimas presidenciales, en un cómodo cuarto puesto al Senado. El margen de victoria promedio en los distritos ganados fue cercano al 19% de los votos. Además, si las PASO fueran octubre (y en buena medida, al menos informacionalmente para los ciudadanos, lo son), el Gobierno hubiera obtenido cinco de las seis gobernaciones que se disputaban: a los triunfos esperados en Buenos Aires, Catamarca, Entre Ríos y San Juan, se le sumaría Chubut, ganada por escaso margen al frente electoral que armó Mario Das Neves, quien intentó primero colarse a la boleta presidencial del FpV y luego a la de UNA, pero se le dijo no y terminó con boleta corta; aún se preservan, inexpugnables, San Luis y “los hermanos”. El Gobierno hubiera también obtenido 13 de los 16 senadores nacionales a los que podía aspirar (perdió ampliamente en Córdoba, donde De la Sota brilló, pero rescató una banca sobre la hora en Mendoza, donde Cobos y el radicalismo parecen haberse apagado), aumentando de esta manera su bancada propia en la Cámara Alta. Y si el domingo pasado fuera octubre diríamos, además, que el FpV cosechó cerca de la mitad de los diputados nacionales que se ponían en juego. En términos de caudal electoral, por otra parte, la elección del Gobierno fue comparativamente buena. Si bien no reprodujo la elección de 2011 (¿cómo hacerlo?), mejoró sustancialmente las intermedias de hace dos años atrás. Así, para los estudiosos de la volatilidad electoral en América Latina, el FpV es un caso notable: en su tercera elección presidencial consecutiva como oficialismo rozó el 40% de los votos con una ventaja de casi 9 puntos sobre el principal frente opositor (y de 14 puntos sobre el candidato ganador de ese frente). Esto se ha visto muy ocasionalmente en la historia contemporánea de la región. Porcentaje éste que es un piso, no un techo. ¿O alguien acaso piensa que Scioli puede sacar en octubre menos votos de los que sacó en las PASO? Por último, el desempeño electoral del Gobierno fue homogéneo, o “integrado” para decirlo con el argot politológico, a lo largo del territorio nacional. Esto convierte al FpV en la única fuerza política verdaderamente nacional y, como sabemos, ese atributo es una virtud de los partidos en las democracias liberales pues les permite impulsar agendas de políticas públicas nacionales y no apenas políticas particularistas de alcance local.
Segundo hecho: el PRO y sus diezmados socios electorales hicieron una elección razonable donde se esperaba que lo hagan y algo mejor de lo anticipado en la propia provincia de Buenos Aires, acaso como consecuencia del “affaire Aníbal”. Como grafica Andy Tow (http://paso2015.andytow.com/), el voto del frente electoral Cambiemos fue un voto concentrado en la pampa húmeda con alguna pincelada menor más allá. ¿Podía esperarse algo más considerando la estrategia “purista” del PRO? Difícil que un partido de alcance distrital en un federalismo robusto como el argentino pueda entrar políticamente en las provincias sin establecer acuerdos políticos (programáticos o no) con los liderazgos locales, mayormente de naturaleza peronista. El PRO apeló a los votantes sin estructuras con la idea del cambio y se “contaminó” de radicalismo-lilismo (fuerzas partidarias éstas que contrarían una máxima de la política moderna según la cual cuanto más espacio tenga un partido en los medios de comunicación mejor le irá en las urnas). Esta estrategia coalicional le dio algunos poquitos frutos donde le tenía que dar: el interior de la provincia de Buenos Aires, el sur de Entre Ríos y el sur de Santa Fe. Para el macrismo el tiempo de peronizarse, entiendo, ya pasó. Si esto es así, tal vez el futuro del PRO (y de quienes deseen continuar como socios) sea representar los intereses del sector agrario que, como demuestra el politólogo Carlos Freytes en un trabajo reciente, nunca tuvieron expresión institucional en el Congreso, a diferencia de sus pares (los ruralistas) brasileños.
Tercer hecho: Massa y De la Sota, representantes del otro peronismo, obtuvieron juntos un resonante 20%. En los últimos días, este dato tendió a verse como la ruptura de la supuesta polarización. Yo tiendo a verlo más bien como la expresión estable del voto peronista, que desde 2003 a esta parte ronda cerca del 60% del electorado. Lo particular en esta ocasión (reflexión a la que podemos sumar a los puntanos Rodríguez Saá) es que el peronismo tiene en sus manos la decisión sobre el futuro del peronismo. Esto es también inédito. Me resulta un tanto extraño pensar a Massa negociando (siempre lo digo a nivel de las estructuras) con el Gobierno Nacional después de una campaña electoral un tanto agresiva. ¿Pero a De la Sota? ¿Al Adolfo? Los casi un millón y medio de votos del cordobés, son del cordobés (y de los cordobeses). No son de Massa ni del espacio UNA. Para reforzar lo dicho, el propio Scioli declaró públicamente antes de los comicios del pasado domingo su disposición a resolver el problema de la caja jubilatoria de la provincia de Córdoba. El acuerdo le costaría a la Nación unos $10.000 millones. Olvidaba, además, que el ganador de las PASO ha demostrado tener una inclinación a la superoferta de ministerios. Un ministerio a la derecha para Córdoba, por favor.