(Columna publicada en la edición Nº28)
La decisión de castigar a su rival dentro del partido no fue afortunada y Sanz tuvo que desistir de la interna
Este partido duró 120 años ?repiten como un mantra algunos dirigentes radicales?
porque no lo agarramos antes. Suena exagerado: después de todo, hoy la UCR gobierna más provincias que cuando Alfonsín dejó la presidencia y alinea tantos
diputados como los legendarios 44 de Balbín y Frondizi en el auge del peronismo.
¿Por qué, entonces, la frustración? Hay dos razones: el reiterado mal desempeño cuando le toca gobernar y una visión cortoplacista de la democracia. Que los radicales gobiernan mal es algo que sólo ellos niegan. La culpa de los fracasos, aducen, es de las corporaciones que organizaron un golpe económico o de un Presidente equivocado que no siguió la línea del partido.
Por su parte, la visión cortoplacista tiene bases introspectivas: quien tiene dificultades para terminar un mandato piensa que dos son eternos, sobre todo si los disfruta otro. Pero Felipe González gobernó catorce años, Helmut Kohl dieciséis y la Concertación chilena veinte: los tiempos de la democracia son más largos que la mirada radical.
Un partido racional apuntaría a ser lo más competitivo posible en 2011; uno responsable, a formar un gobierno sólido en 2015. No son metas incompatibles: la táctica del corto plazo se inserta en la estrategia del largo. Pero el próximo bienio anticipa una crisis fiscal con un Congreso fragmentado, en el que el peronismo tendrá la primera minoría.
El Presidente que venga necesita asumir esta realidad como un dato y no como una excusa, lo que atenta contra la cosmovisión radical. El peronismo no va a gobernar para siempre porque, aun piqueteada, en la Argentina hay democracia. ¿Qué equipo asumirá en 2015 o, si colisionan los astros, antes?
El candidato más novedoso del escenario nacional es Ernesto Sanz, un hombre
dotado de una inteligencia superior y un instinto en duda. Alfonsín (Raúl) podría ironizar: un asesor ahí. La maniobra de pegar dentro del partido resultó tan malhadada que las internas de abril se suspendieron por desistencia. Corren tiempos de abuenar: Ricardo Alfonsín fue el primero que así lo entendió, amortiguando el regreso de Cobos al partido y elogiando las políticas razonables del Gobierno, al que criticaba por sus otras políticas.
Pero la Presidenta no se quedó atrás: cuando su horda de gurkas censura a un premio Nobel, clama por la reelección indefinida o insulta a la oposición desde la agencia oficial de noticias, Cristina Kirchner reprueba y desautoriza, calma y apacigua. Ella, que sufrió las consecuencias de la crispación autogenerada, también percibió las señales de cambio en la opinión pública. En tiempos mansos, pegar resta. Especialmente cuando el adversario pone la otra mejilla.
¿Qué hubiera sido de Alfonsín (Raúl) si en lugar de denunciar el pacto sindical militar se hubiera entretenido en tejer sospechas sobre su rival interno, Fernando De la Rúa? El sabía que para ganar la elección general primero había que ganar la interna, pero entendió que para ganar la interna tenía que convencer a sus partidarios de que él podía ganar la general. No criticó a De la Rúa, ni siquiera a Luder: apuntó al flanco débil de sus adversarios con argumentos creíbles.
Hoy, el electorado sabe que los Kirchner estabilizaron el país y lideraron el crecimiento económico, pero también que apañaron la corrupción, el piquete y la inflación. Con tanto para investigar, denunciar y proponer, el ataque personal contra rivales que se abuenan es una torpeza que cuesta elecciones pero, sobre todo, demuestra mal juicio.
Las estrategias se aprenden y el instinto se entrena, pero no se inventa. Y no hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. La suspensión de las internas de abril se debe, aducen los desistentes, a que la fiscalización no está garantizada. La UCR nació en reacción al fraude electoral, que nunca ha practicado. Pero la doctrina partidaria indica que, si no hay fiscales de la otra lista, volcar el padrón es un deber moral.
Así lo interpretó el actual presidente del partido, Angel Rozas, cuando en 2003 Leopoldo Moreau le ganó la candidatura a Rodolfo Terragno con la participación
masiva de los fiscales en la provincia del Chaco. Un partido moralista a fin de cuentas,
como Sanz y sus comandantes tardaron en entender, no repudia tan fácilmente sus tradiciones.
La historia del radicalismo es rica en grandes oradores y parlamentarios brillantes;
estadistas y buenos administradores son menos frecuentes. No queda mucho tiempo para averiguar si esta honorable tradición también se mantendrá.