(Columna de Natalia Del Cogliano)
La ahora “mancha amarilla” venía observándose desde 1995 con la forma de apoyo electoral a terceras fuerzas nacionales.
Las tres instancias de la elección presidencial de 2015 sorprendieron a muchos en varios aspectos, pero en uno de particular interés politológico: el anclaje espacial de los votos de la alianza ganadora en las provincias del centro del país y, más específicamente, en la zona núcleo (cluster interprovincial que comprende el sur de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y el norte de Buenos Aires) que concentra el grueso de la producción agrícola nacional con los más altos rindes. Me refiero a la ya famosa mancha amarilla que pudimos ver de la mano de Andy Tow en los primeros mapas departamentales de las PASO, primera vuelta y, fundamentalmente, del balotaje, que identificaban al candidato ganador en cada departamento del país.
Sin embargo, quiero hacer aquí dos observaciones al respecto. La primera: que el anclaje del voto macrista no es algo novedoso ni excepcional, sino la manifestación de un viejo clivaje regionalizado que históricamente se ha manifestado en apoyos electorales a terceras fuerzas partidarias nacionales. La segunda: que la coalición macrista de alto mantenimiento (Gibson y Calvo: 2001) del centro del país versus la coalición periférica kirchnerista/peronista de bajo mantenimiento no debe simplemente interpretarse como un clivaje de provincias metropolitanas versus provincias periféricas sino que el centro contiene algo más: un voto de base distintivamente agropecuaria.
Así, las presidenciales de 2015 llegaron para demostrar, una vez más, que en la principal región agroproductiva del país un clivaje regionalizado continúa manifestándose en apoyos electorales diferenciados de la media nacional. En efecto, la ahora “mancha amarrilla” venía observándose desde 1995 en la forma de apoyo electoral a terceras fuerzas nacionales de corta vida y de distinto signo político (Frepaso, APR, Recrear, ARI y la propia Alianza).
La única diferencia de 2015 con respecto a elecciones anteriores fue que esta vez la zona núcleo alojaba a la mayor cantidad de votantes de una tercera fuerza que era presidenciable y que también reunía importantes apoyos en el resto del país. Esta vez, el enorme peso específico de esta zona geográfica sobre el padrón electoral nacional la hizo responsable del resultado presidencial.
Como Escolar y Calvo (2005), Escolar (2009) y quien escribe (2014) han demostrado, el histórico comportamiento electoral de apoyo a fuerzas emergentes (no puramente peronistas ni puramente radicales) en la zona referida halla sus bases en gran medida en el perfil distintivamente agropecuario de ese voto.
Al respecto, la geografía de la protesta que el agro protagonizara en las rutas durante 2008, es decir, el área en la que se concentró el mayor número de piquetes y cortes de ruta del sector durante el “conflicto del campo”, demostró corresponderse con el patrón espacial del voto que se venía observando en el mismo espacio. Este hecho permitía comprender el conflicto sectorial más allá de su carácter coyuntural. Ambos fenómenos tenían una importante coincidencia espacial regionalizada. Además, dicho espacio se correspondía con la zona núcleo de producción agropecuaria, y se correlacionaba con la zona de mayor implantación sojera del país. Entonces, pude demostrar que la principal consecuencia institucional de la protesta: la emergencia de candidaturas de referentes del sector que se incorporaron en las listas de los partidos de la oposición al oficialismo nacional en las elecciones de medio término de 2009 ?en sí un hecho excepcional?, no surgían de la nada. En efecto, la movilización que el conflicto trajo aparejada y las candidaturas sectoriales resultantes eran la expresión de un clivaje que hasta el momento se había mantenido en estado latente pero que, como dije, se venía observando electoralmente, dado que, hasta entonces, y por las limitaciones estructurales ya referidas, no se había activado políticamente.
Así, las elecciones de 2009 tuvieron la peculiaridad de que dicho clivaje se tradujo en candidaturas de referentes del sector agropecuario que servían a la maximización de la performance electoral de los partidos en el corto plazo. Pero si bien la proyección de la identidad agropecuaria de dicha zona consiguió una vía de expresión alternativa al voto a las terceras fuerzas en la forma de candidatos del agro, ese proceso no se extendió en el tiempo. Las elecciones de 2011, 2013 y 2015 demostraron que se había tratado de un momento excepcional, de una coyuntura crítica en el marco de una crisis político?sectorial.
No obstante, las elecciones de 2015 volvieron a poner de manifiesto las posibilidades de proyección política del sector agropecuario y las posibilidades de anclaje de una nueva coalición opositora, de una fuerza distinta del peronismo y distinta (aunque complementaria) de la UCR, en la zona que desde hace tiempo demostraba estar disponible para ello. Como bien marcaran Carlos Freytes y Germán Lodola en el estadista, “Cambiemos vendría potencialmente a dotar a los intereses agropecuarios de la zona central de una expresión política electoralmente viable”. Esto es así por cuanto los intereses del agro carecen de recursos institucionales para traducirse políticamente. En efecto, el anclaje interprovincial de los intereses agroproductivos implica la ausencia de incentivos institucionales para la coordinación de una propuesta política unificada ?la formación de un partido agrario que exprese sus intereses en el sistema político-. Ello resulta en la incapacidad de las élites políticas o sectoriales y de los electores de coordinarse electoralmente a través de los distintos estados subnacionales. Pero a dichas dificultades de carácter estructural debe sumársele el histórico desinterés de las entidades gremiales agropecuarias y de sus representados por la participación política y electoral. La diferencia, esta vez, es que dicha zona sirvió para que el único partido argentino del Siglo XXI ganara la Presidencia como resultado de la elección más competitiva de la historia. Para que, por primera vez, el Presidente no fuera peronista ni radical, sino de una fuerza emergente que hasta ese momento solamente controlaba el Ejecutivo de la Capital Federal.
De esta manera, Cambiemos, aunque fundamentalmente el PRO, no sólo ganaba los dos mayores premios: la Presidencia y la gobernación de la provincia de Buenos Aires (espina dorsal del peronismo), sino que por primera vez dotaba a los intereses agropecuarios de una expresión política electoralmente viable.
La pregunta que no podemos dejar de hacernos entonces es qué sucedería si las fronteras provinciales cambiaran y si los departamentos de este cluster agroproductivo conformaran una entidad política subnacional con representación institucional.