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Los cálculos de Obama con el matrimonio igualitario

29 mayo de 2012

(Columna del politólogo Martín Alessandro)

El Presidente de Estados Unidos apoyó en medio de la campaña el casamiento entre personas del mismo. ¿Por qué?

En 1996, como candidato a senador estadual por un distrito muy progresista,como lo es Illinois, Barack Obama se declaraba abiertamente a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Poco tiempo después, cuando ya ambicionaba candidaturas nacionales, su posición era que “el matrimonio es entre un hombre y una mujer”. Varios años más tarde, siendo Presidente y advirtiendo un notable crecimiento en la popularidad del matrimonio igualitario, decía que su postura sobre el tema aún estaba “evolucionando”. Finalmente, hace un par de semanas, Obama volvió a su posición original de 1996.

Este racconto no busca ser una infantil denuncia a los políticos que acomodan, al menos en parte, sus ideas a las preferencias de sus electores. En Estados Unidos, y en especial para un dirigente demócrata, los temas culturales y religiosos requieren particular cuidado. La pregunta es por qué entonces Obama, a pocos meses de unas elecciones que serán muy cerradas, decide presentar públicamente su posición sobre el tema. La mayoría de las respuestas brindadas hasta ahora refieren a algún grupo del electorado (distintos sectores de su base electoral, los independientes, los “swing states”, los donantes de campaña), pero justamente por eso, a mi juicio, pecan de simplistas.

Obama está interactuando con todos esos sectores a la vez, jugando en múltiples tableros simultáneamente. El cálculo costo-beneficio que él y su equipo realizaron, mezcla de análisis estadísticos y de pura intuición, tiene que haber incluido todos esos tableros a la vez. Aquí sugiero una posible interpretación de ese ejercicio. La primera razón que explica por qué ahora sí para Obama es posible anunciar públicamente esta posición es el súbito crecimiento del apoyo al matrimonio igualitario en los últimos cinco años.

Tras mantenerse estable mucho tiempo en torno al 35% del electorado, hoy casi la mitad de los estadounidenses aprueba el casamiento gay. Ya no es suicida para un político nacional apoyar su legalización. La tendencia, además, parece irreversible. Los principales aspirantes demócratas a la presidencia en 2016, como los gobernadores Andrew Cuomo de Nueva York y Martin O'Malley de Maryland, ya lograron aprobar el matrimonio igualitario en sus estados, conscientes de que en cuatro años ésa será la postura mayoritaria. Pero nótese que dijimos que “casi” la mitad de los estadounidenses apoya la medida. En un sistema bipartidista, ese nivel de apoyo no alcanza para ganar una elección. Y en un sistema electoral donde importa ganar estados (aunque sea por un voto) y no el cómputo total nacional, lo decisivo es dónde se concentra el apoyo.

Que el 60% apruebe la medida en Nueva York, un estado que igualmente será demócrata en noviembre, no le significa nada a Obama. Lo que requiere explicación es que Obama haya anunciado su posición al día siguiente de que en Carolina del Norte, un estado fundamental para su reelección, menos del 40% haya votado a favor del matrimonio igualitario en un referéndum. El primer beneficio de este anuncio para Obama es con los sectores culturalmente más progresistas de su base electoral. Nadie en este grupo habría optado por Romney, pero dado que el voto no es obligatorio algunos podrían haberse quedado en sus casas el día del comicio. De todas maneras, ninguna encuesta marca que Obama tenga problemas con su base electoral, por lo cual este beneficio será muy menor.

En los estados más parejos, además, el voto útil igualmente suele vencer al abstencionismo de protesta. Este beneficio, por lo tanto, podemos computarlo como mínimo. Pero este sector de la base electoral puede aportar algo más que sus votos. Son quienes pueden activarse en la campaña para garantizar la movilización del voto el día del comicio. Pero además de esfuerzo pueden aportar efectivo. Según un relevamiento del Wa shing ton Post, uno de cada seis donantes de campaña de Obama es gay, y tras un mes de abril muy discreto en materia recaudatoria, los días posteriores al anuncio registraron un enorme aumento en las contribuciones.

Esto no es menor. Luego de que la Corte Suprema en 2010 ampliara las posibilidades de las corporaciones de invertir en las campañas, los demócratas quedaron estructuralmente en desventaja por la mayor cercanía de los re pu blicanos con el “big business”. Con este anuncio, Obama puede aumentar la generosidad de otra fuente de contribuyentes. En este tablero, el saldo indudablemente es positivo. Pero volvamos al tablero estrictamente electoral. Si el beneficio de sumar votos socialmente progresistas es mínimo (dado que casi todos ya votaban a Obama), hay un costo entre los demócratas más conservadores. Más que seguir rígidas divisiones partidarias, las encuestas muestran que el apoyo al matrimonio igualitario crece con el nivel educativo.

Desde hace décadas, un sector decisivo de la coalición demócrata es la comunidad afroamericana, que suele apoyar a ese partido en casi el 90% y que es también la que registra menores niveles educativos y de ingreso. Es, asimismo, el grupo étnico más refractario al matrimonio gay. Pero resulta muy improbable que, en una elección presidencial reñida y con un candidato afroamericano en la boleta, muchos en este grupo vayan a abstenerse de votar. El propio anuncio de Obama puede servir para cambiar opiniones sobre el tema en este grupo. Por lo tanto, el costo en este sector también sería mínimo.

Es posible que el costo sea algo mayor entre los votantes blancos de clase baja. Hace tiempo que los republicanos apelan a este grupo (los a veces llamados “Reagan Democrats”) presentando a los demócratas como un partido secular, de élites intelectuales y minorías, ajeno a los valores y las tradiciones americanas. Este anuncio podría reforzar esos estereotipos. En ciertos “swing states” del cinturón industrial perder votos en este grupo puede ser realmente costoso para Obama. En los últimos días el vicepresidente Joe Biden recorrió varias de estas ciudades evocando sus raíces de familia irlandesa y obrera de Pennsylvania, en discursos con amplias dosis de populismo económico para mostrar que los “ajenos” a ellos, en verdad, son los republicanos.

Está claro que, en cualquier caso, el mayor costo para Obama de este anuncio está aquí. Hay un último elemento a considerar en este anuncio. Obama llevaba casi dos años sosteniendo que su posición sobre el tema aún estaba “evolucionando”. Inicialmente, éste había sido un sutil intento por mostrar a los partidarios del matrimonio igualitario que finalmente llegaría a su posición, pero que todavía no podía declararlo públicamente. Sin embargo, esta ambigüedad resultaba ya difícil de sostener: estar “evolucionando” es no estar a favor ni en contra, y evidentemente en la campaña tendría que definirse en algún momento.

Seguir dilatando el anuncio era sugerir que éste dependía de un cálculo y no de sus convicciones (lo cual seguramente fuera cierto, pero es mejor no hacerlo tan evidente). Ese costo seguiría creciendo con el correr del tiempo, y sería más gravoso cuanto más cerca de la elección. En cambio, mostrarse sincero, incluso valiente, puede ser beneficioso hasta entre los votantes que se oponen al matrimonio igualitario. Para una campaña que planea mostrar a Romney como calculador y mezquino, el contraste no podría ser mejor. Tenemos, entonces, un conjunto de costos y de beneficios. Determinar si el saldo global es positivo o negativo requiere más intuición que contabilidad, aun cuando la campaña de Obama tenga (y los tiene) los mejores encuestadores, estadísticos, ingenieros y expertos en data mining que se puedan encontrar.

¿Cuánto “vale” evitar aparecer como un calculador ante el electorado general? ¿Cuántos afroamericanos en Carolina del Norte y Virginia cambiarán su opinión sobre el tema tras el anuncio? (¿Y cuán probable es que esto determine quién gana esos estados?) ¿Cuántos blancos de clase trabajadora en Ohio y Wisconsin definirán su voto por cuestiones culturales en una crisis económica? ¿Cuán decisivos serán para la publicidad de campaña los millones extra recaudados tras el anuncio, siendo que la enorme mayoría de los votantes ya conoce a los candidatos y sabe por cuál votará? Sólo con un grosero margen de error podría atinarse a asignarle un valor numérico a las respuestas. Ni hablar de saber la utilidad global de esta cuenta. Tamaña incertidumbre explica por qué Obama se pasó dos años “evolucionando” sobre el tema.

(De la edición impresa)

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