(Columna de María Esperanza Casullo)
La dificultad para lograr un presidente de extracción sindical se explica por la estructura misma de la sociedad y sus clivajes.
Hugo Moyano es, y siempre fue, un sindicalista que escapa a la general de la regla. Dirigente camionero, llegó a ser secretario general de la CGT sin pertenecer a un gremio obrero industrial como la UOM. Representante de los trabajadores de servicios, estuvo, sin embargo, siempre enfrentado con los otros gremios del área, representados por secretarios como Armando Cavalieri o Luis Barrionuevo. Intimamente peronista, militante sindical desde los 14 años, no dudó, empero, en dividir la CGT durante los noventa y en fundar la MTA, un movimiento opositor al gobierno de Carlos Menem y a la propia CGT. Experto en la acción directa más abrasiva, como los bloqueos a las plantas de distribución y resistido por otros gremios por su estrategia de “robarles” afiliados, fue capaz también de armar finas estrategias legales como la que dio fin a los “ticket canasta” en el país. Y, él, que siempre se comportó como un dirigente sindical de la vieja línea, formado en el “golpear y negociar” fue, sin embargo, el primer secretario general de la CGT de la democracia que habló abiertamente de dar la transición desde la acción sindical a la política electoral abierta.
En sus propias palabras, Moyano se vio a sí mismo iniciando (aunque seguramente no culminando) un proceso similar al del PT en Brasil, es decir, la acumulación de poder electoral que haría posible la elección de “un presidente trabajador.” Esta aspiración de largo plazo es, sin dudas, una de las razones de su ya abierto conflicto con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hugo Moyano aspiraba a colocar más representantes sindicales en las listas del FPV para las elecciones del 2011 y, se dice, inclusive aspiraba a que la presidenta eligiera a Héctor Recalde como su vicepresidente.
Cuando Cristina Fernández aceptó sólo parcialmente esos requerimientos, que eran ya no sindicales sino políticos, se aceleró la ruptura. Por supuesto, no hay nada de malo en que el movimiento sindical argentino aspire a lograr “un presidente trabajador” y, a juzgar por la experiencia del PT, tal cosa sería positiva para el desarrollo político del país en su conjunto. La pregunta, en todo caso, tiene relación con la factibilidad del proyecto, por dentro o por fuera del FPV. Es decir, la pregunta es qué coalición política podría encabezar el sector moyanista para llegar al poder de manera más o menos autónoma.
El problema que tiene Moyano, sin embargo, es que, al menos hoy, el moyanismo puede aspirar a ser una parte importante de dos coaliciones políticas posibles, pero no puede aspirar a encabezar ninguna de ellas. Nadie puede negar la importancia que la CGT, y el moyanismo en particular, ha tenido para la acumulación de poder kirchnerista. Sin ir más lejos, el decidido apoyo sindical al Gobierno durante la “crisis del campo” en 2008 fue clave para atravesar el momento más difícil del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Pero siquiera en su momento de mayor cercanía con el Gobierno podía esperar Moyano ser el heredero político del kirchnerismo. Y esto no sólo por la personalidad de Cristina Fernández de Kirchner, sino por la conformación estructural del peronismo actual.
Sin embargo, el movimiento sindical, aunque importante, debe convivir dentro de esta coalición con al menos tres sectores más: los líderes territoriales (gobernadores e intendentes), los movimientos sociales (por caso, el Movimiento Evita) y las estructuras del PJ político (cuadros y militantes provenientes de sectores de clase media, a veces sin “historia previa” en el PJ). La difícil coexistencia de estos sectores no proviene de un capricho personal de la Presidenta, sino que resulta directamente de los cambios producidos en el tejido social de la Argentina por el transcurso de los últimos cuarenta años.
Aquí parece haber una deficiencia en el diagnóstico político de Moyano: el problema de instalar “un presidente trabajador” no reside (sólo) en la voluntad política de una u otra figura, sino en el hecho de que la identidad “trabajadora” no es la única, ni siquiera la principal, de las identidades que estructuran la competencia política en nuestro país. La identidad sindical convive, y compite, con las identidades territoriales, culturales, de género y étnicas que existen en una sociedad compleja y fragmentada. Lula Da Silva pudo llegar a ser el primer presidente obrero de Brasil cuando, paradójicamente, en su largo camino de llegada dejó de hablar como dirigente obrero para pasar a hablarle a una sociedad más amplia; cuando dejó de ser un líder anticapitalista para transformarse en el líder del Brasil de la potencia industrial, y cuando transformó el PT de un partido antisistema en algo mucho más parecido a un partido pragmático de centro, capaz de apelar a los trabajadores, a los pobres urbanos y rurales, a las clases medias y hasta a las esferas empresarias.
Ahora bien, queda claro que, si aún en mejores momentos era dudoso que la CGT pudiera hegemonizar el PJ por sí sola, hoy y mientras lo dirija Cristina Fernández de Kirchner no alcanzará siquiera a aumentar la magra cosecha del 2011.
Por supuesto, sería posible que Moyano decida saltar del FPV a la oposición abierta. Sabemos que en los últimos días Hugo Moyano tuvo algunos acercamientos con el PRO de Mauricio Macri, y es innegable que para el PRO sería atractivo incorporar al menos alguna fracción sindical. En este sentido, podría imaginarse una convergencia entre el líder sindical y sectores del Peronismo Federal y el PRO. Sin embargo, aún este salto no solucionaría los problemas de Moyano. Porque nadie puede esperar que un dirigente sindical con la historia y la imagen de Moyano tenga una posición de autonomía en una coalición de tales características. Una coalición que enfrente al kirchnerismo y corrida un tanto a la derecha también debería poder apelar a sectores de los pobres urbanos y rurales, a sectores de la clase media, y a sectores empresarios. Un sindicalista combativo podría, por supuesto, participar de este armado, más nunca (otra vez) encabezarlo. Para esta coalición resultan más atractivos líderes más fluidos y sin historia, y con un discurso más polisémico.
La dificultad para lograr un presidente de extracción sindical, entonces, no está dada tanto por el nivel partidario o del sistema político, sino por la estructura misma de la sociedad y sus clivajes. Algo que los denostados “políticos”, con todas sus fallas, tal vez saben interpretar más astutamente que los dirigentes sectoriales.
(De la edición impresa)